Desde los primeros años de formación en el evangelio, los padres Santos de los Últimos Días y los líderes de la Primaria tienden a centrarse en los atributos positivos y amorosos de Cristo. Se canta “Yo trato de ser como Cristo” o “Mi Padre Celestial me ama”, y se enseña a los niños a ser bondadosos, cariñosos, mansos, humildes y pacificadores. Todos estos atributos son esenciales, pero por sí solos dan una imagen incompleta del Salvador.
Jesucristo es también el Dios del Antiguo Testamento. En esas escrituras vemos a un Dios justo, que cumple sus promesas y aplica consecuencias. El diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, y los 40 años de los israelitas en el desierto no fueron hechos arbitrarios, sino consecuencias directas del pecado. Este mismo Dios, el Dios de Abraham, es un Dios de pactos que espera obediencia.
Muchos dicen no gustar del Dios del Antiguo Testamento porque lo sienten “demasiado severo” o “poco amoroso”. Es curioso, porque ese Dios es Cristo mismo. Parece que, incluso dentro de la Iglesia, a veces preferimos una versión edulcorada de Jesús: uno que nunca corrige, nunca exige y solo “nos den una palmadita en la cabeza, que nos hagan reír y luego nos digan que salgamos a jugar y recojamos flores”, como dijo el élder Holland en 2014.
En la cultura actual, e incluso dentro de nuestras congregaciones, hay una creciente presión por ser “agradables” a toda costa. El problema es que, muchas veces, esto nos lleva a evitar conversaciones difíciles, doctrinas firmes o correcciones necesarias, por miedo a incomodar. ¿Pero acaso eso es verdaderamente ser como Cristo?
Amabilidad no es lo mismo que ser agradable

Si Jesús hubiera sido solo “agradable”, es decir, si hubiera evitado decir verdades incómodas para no molestar a nadie, probablemente los fariseos lo habrían adorado. Pero no fue así. Su amabilidad consistía en invitar al arrepentimiento, y eso, muchas veces, generó conflicto. Aquí algunos ejemplos:
- Ser “agradable” habría significado ignorar a la mujer samaritana por evitar tensiones religiosas. Pero Jesús fue amable: la enfrentó con la verdad y le habló de su necesidad espiritual (Juan 4:7-26).
- Ser “agradable” habría sido dejar que el joven rico se fuera contento. Pero Jesús fue amable: le dijo con amor que aún le faltaba una cosa (Marcos 10:17-22).
- Ser “agradable” habría sido guardar silencio ante Pilato. Pero Jesús fue amable: testificó con valentía, incluso sabiendo que eso lo llevaría a la crucifixión (Juan 18:37).
La amabilidad no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de integridad.
El peligro de confundir “ser amable” con “ser agradable”

Hay tres riesgos comunes cuando se reemplaza la amabilidad por ser agradables:
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Ser agradable fomenta el silencio, no la fortaleza
Muchos evitan compartir verdades eternas, sobre la familia, el género o el discipulado, por miedo a ofender. Como enseñó el presidente Oaks citando a Hugh Nibley: debemos estar dispuestos a incomodar si es necesario. La fe implica riesgo y compromiso.
Una hermana compartió que, durante una clase de la Sociedad de Socorro, dudó en corregir una discusión que se alejaba de la doctrina. Temía parecer “dura”. Pero al redirigir con amor la conversación hacia las enseñanzas proféticas, el ambiente cambió. Una hermana le agradeció después por haber aclarado su confusión. La verdad con amor edifica, no hiere.
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Ser agradable, busca aprobación social, no aprobación divina
Imagen: Masfe.org
Ser agradable nace del deseo de agradar. La amabilidad nace del deseo de seguir a Cristo. Los fariseos buscaban aparentar justicia, pero Cristo los denunció por perder el corazón del evangelio (Mateo 23:5). Hoy vemos formas de cristianismo que suavizan la doctrina para encajar con las tendencias sociales. Eso no es amabilidad, es abandono espiritual.
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Ser agradable evita la verdad, la amabilidad la aplica con amor
Amabilidad no es ser rudo, pero tampoco es omitir. Como dijo el élder Holland:
“Defiendan sus creencias con cortesía y compasión, pero defiéndanlas.”
Un ejemplo claro ocurrió en una clase sobre la vestimenta del templo. La maestra inició dejando claro que no era un foro para debatir opiniones personales, sino para estudiar lo que los profetas han enseñado. Esa claridad permitió una discusión edificante y con el Espíritu.
Caer bien nunca cambiará el mundo. La amabilidad, enraizada en la verdad, sí. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado repetidamente que el discipulado requiere amor y obediencia. Ser pacificadores no significa evitar toda incomodidad, sino traer paz al compartir la verdad con compasión y valentía.
Jesucristo no fue simplemente “agradable”. Fue bueno. Y la bondad verdadera siempre va de la mano con la verdad.
Fuente: Meridian Magazine