Un análisis general de la historia intelectual del mundo occidental ofrece una perspectiva útil de por qué y cómo la fe no es ciega. Una de las clases de la universidad más interesante que enseñé fue un curso en el que analizábamos nuestras propias vidas en comparación con el contexto de las ideas principales y las corrientes culturales de la historia europea y estadounidense. Ese marco de referencia proporciona una ilustración extraordinaria y a gran escala del proceso de desarrollo espiritual que hemos estado discutiendo aquí: desde la simplicidad temprana hasta la complejidad desconcertante y la simplicidad madura.
Las dos formas sucesivas de simplicidad temprana, la iglesia medieval y después los reyes europeos, dominaron la civilización occidental durante siglos de relativa estabilidad. Luego, en el siglo XX surgieron algunas complejidades devastadoras que aún se apoderan de gran parte del mundo moderno en una red de confusión intelectual, moral y espiritual. ¿Qué simplicidad ilustrada puede venir después de esa complejidad?
Primero, imagine un esquema en una pizarra que muestre un cuadrado pequeño dentro de un cuadrado más grande. El cuadrado más grande representa “la vida” y el cuadrado más pequeño representa “mi vida”. La idea aquí es que, durante siglos, las grandes fuerzas de la historia definieron el cuadrado de afuera; es decir, definieron para las personas lo que significaba “la vida” en general. A menudo, ese significado global de la vida controlaba el propósito de la vida de cada individuo: “mi vida”.
Sabemos que es una gran generalización, pero estamos haciendo un comentario muy global. A lo largo de la Edad Media europea, la iglesia cristiana y, más tarde, los reyes de varios países definieron el propósito de la vida según su parecer. Ejercieron una influencia tan dominante que para la mayoría de personas, la iglesia y los reyes también definieron el pequeño “mi vida” dentro del cuadrado más grande, usualmente según su clase o posición social. Por lo general, la mayoría de personas, aceptó su lugar dentro del todo más grande, porque creían que la explicación de la iglesia—o, más tarde, la explicación del rey—era la voluntad de Dios.
Por ejemplo, piensa en las piezas de un tablero de ajedrez, que representan a los personajes principales en un antiguo señorío: el rey, la reina, el alfil, el caballo, la torre y los peones. Todos tienen sus lugares y solo se les permite moverse hasta cierto punto y en ciertas direcciones, según sus funciones establecidas. Por lo general, esta época tuvo gran “orden”, pero poca “libertad individual”.
La Ilustración de Europa del siglo XVIII, la época de la razón, comenzó a cambiar este patrón debido a que la ciencia y la razón reemplazaron poco a poco a la iglesia y a los reyes como las fuentes que explicaban el significado de “la vida” en el cuadrado grande de afuera. Por lo general, estas explicaciones eran más seculares y competían con la religión por la influencia social y cultural. Con el transcurso del tiempo, la ciencia y la razón llegaron a reemplazar o al menos dominar las explicaciones religiosas para “la vida”. Sin embargo, por lo general, las personas todavía consideraban el cuadrado más grande como un marco de referencia para sus propias vidas. Esta época todavía tenía gran orden. Pero, la libertad personal se aceleró a medida que una serie total de revoluciones científicas y políticas derrocó poco a poco a la rígida autoridad de los reyes y las iglesias.
Luego, llegó el siglo XX, cuando el cuadrado grande de “la vida” comenzó a temblar y, para muchas personas, comenzó a desmoronarse. Una serie de ideas importantes que anticiparon este siglo aparecieron a finales de la década de 1800 en los escritos de personas como Nietzsche, Darwin, Freud y Marx.
Además, los eventos que vinieron después, sacudieron los cimientos de las explicaciones tradicionales: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, y el Holocausto, las bombas y el comunismo.
A veces, parecía que estos eventos seguían el ejemplo de los escritores europeos de finales del siglo XIX, lo que condujo a que la sociedad desconfiara cada vez más en un universo ordenado. Asimismo, estos eventos condujeron a una pérdida generalizada de confianza en el significado de “la vida” según lo establecido en el cuadrado más grande. Entonces, esta época, que se convirtió en la edad del relativismo, ofreció un nivel menor de orden, pero un nivel mayor de libertad personal. Finalmente, de alguna manera, estos cambios ofrecieron casi demasiada libertad personal, muchas personas buscaban una guía, pero no podían encontrarla.
A fin de ilustrar lo que sucedió, nuestra clase discutió algunos ejemplos sencillos que mostraron el desglose de las explicaciones tradicionales para “la vida”. A medida que estudiábamos cada ejemplo, mientras avanzaba el debate, borrábamos una pequeña parte del cuadrado más grande hasta que se borró por completo. De ese modo, quedó el cuadrado más pequeño “mi vida” en la pizarra, pero sin un marco de referencia general estable o incluso visible a su alrededor.
Por ejemplo, la obra musical, “El violinista en el tejado”, se desarrolló en una aldea judía asentada en Rusia en 1905, poco antes de que la Revolución Rusa destruyera el reinado tradicional de los zares. Cuando comienza la obra, Tevye, el lechero, canta con un tono de seguridad sobre “Tradición”. Dice, “debido a nuestras tradiciones, cada uno de nosotros sabe quién es y lo que Dios espera que haga… sin nuestras tradiciones, nuestras vidas serían tan inestables como… ¡un violinista en el tejado!”
Unos años antes, el filósofo alemán Friederich Nietzsche, que fue el primero en declarar que “Dios está muerto”, predijo la verdadera precariedad de los supuestos tradicionales de Tevye.
Sin embargo, cuando pronunció esa frase enigmática, Nietzsche “no solo se refirió a [la muerte del] Dios de la fe judeocristiana, sino a toda la gama de absolutos filosóficos, desde Platón hasta su propio tiempo. Debido a que todos los valores occidentales estuvieron vinculados con los máximos “valores” eternos, se estrellaron contra la tierra con “la muerte de Dios””. De este modo, Nietzsche fue “uno de los primeros filósofos en enfatizar lo absurdo de la existencia humana: la incapacidad de nuestra razón para comprender nuestro entorno, aunque hemos nacido para intentarlo”. 84
Después de varias décadas, el psiquiatra austriaco, Viktor Frankl, que resultó afectado por las dos guerras mundiales y el colapso económico de la Gran Depresión, pudo escribir sobre sus años devastadores en un campo de concentración nazi, “Las tradiciones que respaldaron el comportamiento [del hombre] ahora disminuyen rápidamente. Ningún instinto le dice lo que tiene que hacer y ninguna tradición le dice lo que debe hacer”. Pronto, no sabrá “lo que desea hacer”. Cada vez más, se regirá por “lo que los demás desean que haga”. 85
De este modo, el siglo XX marcó el inicio de la era del relativismo, no solo del relativismo moral, sino también del relativismo científico, filosófico y artístico. Por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein influyó mucho en la ciencia, que para ese entonces desempeñaba un papel importante en la determinación del cuadrado más grande. ¿Qué tan rápido se mueve una mosca cuando zumba dentro de un avión a toda velocidad? La velocidad de la mosca es “relativa” a su marco de referencia: la velocidad del avión. Se puede medir la materia y el movimiento solo al hacer referencia a los puntos o los sistemas dados en el tiempo y el espacio. Además, los marcos de referencia no son fijos, son “relativos” a las circunstancias cambiantes. Entonces, prácticamente todo es relativo.
En nuestra clase, también estudiamos algunos ejemplos visuales y de audio que mostraron cómo partes del arte, la música y la literatura del siglo XX reflejaron el desglose de los marcos de referencia tradicionales para el orden y el significado. Las artes reflejan la sociedad y los tiempos en que se crearon. Además, en este caso, algunas creaciones artísticas (obviamente no todas las creaciones, sino las suficientes como para hablar al respecto) reflejaron claramente una creencia que fracasó en las leyes y los principios naturales y objetivos.
Por ejemplo, en la historia del arte comparamos los paisajes y los retratos naturales “realistas” de las pinturas del siglo XIX con las figuras, los colores y las formas, a menudo poco realistas, del arte moderno de pintores como Picasso. Picasso ya no intentaba capturar la naturaleza o la realidad subjetiva en sus obras. Por el contrario, deseaba introducirse en la mente de algún espectador, donde podía imaginar la percepción subjetiva o íntima de la realidad de esa persona.
De manera similar, estudiamos la historia de la música. Comparamos los sonidos pulcros y harmoniosos de Bach, Mozart y Beethoven con la música intencionalmente atonal—es decir, sin armonía—de Stravinsky o Schoenberg. La obra de estos artistas formó parte de “un esfuerzo más general, manifiesto en muchos campos, para reexaminar la estructura del mundo moderno incluso corriendo el riesgo de destruir todos los supuestos de cómo debería verse o entenderse el mundo”. 86
En la literatura, comparamos las novelas realistas de Europa del siglo XIX, como las de Dickens, Tolstoi, y Jane Austen con las obras de escritores existencialistas del siglo XX como Sartre, Camus y Kafka. Algunos dramas existencialistas, especialmente de a mediados de la década de 1900, se denominaron “el teatro del absurdo”, ya que representaron la capacidad limitada de la razón humana para comprender, y mucho menos explicar, las circunstancias a su alrededor.
Por ejemplo, en la obra célebre de Samuel Beckett de 1955, “Esperando a Godot”, dos hombres entablan lo que generalmente parecería una conversación sin sentido, mientras esperan la llegada de alguien llamado Godot, como se les prometió, pero nunca llega. Debido a que Beckett creía que la vida solo tiene el significado que una persona le otorga, esperar por algo o alguien que nunca llega, para él significaba la justa representación de la mortalidad. En 1990, una encuesta que realizó British Royal National Theatre dio como resultado que Godot era la obra de teatro en inglés más importante del siglo XX,87 en parte por la forma en que Beckett capturó y reflejó nuestra asolada época:
“Detrás de Godot se encuentra la presión de nuestra terrible historia. [Presenta] al hombre desnudo, desamparado, esperando… intensamente solo, hablando y hablando para evitar sentir… el silencio infernal, ¿cómo no podríamos pensar en esas prisiones mortales llamadas campos de concentración? Las [800] personas que consideraron Godot como la obra más importante de nuestro siglo [se dieron cuenta] de que revela de una manera muy conmovedora las sombras más oscuras de nuestra escalofriante época… de la inexplicable crueldad y la lamentable vulnerabilidad del hombre”. 88
Dichos enfoques literarios indican que el cuadrado grande y objetivo llamado “la vida” se desvaneció en su mayoría y que el cuadrado subjetivo, “mi vida”, solo se trata de lo que personalmente hagamos de él. Esa puede ser una idea confusa e inquietante de contemplar. Pero, no necesariamente carece de significado, especialmente cuando la interpretan escritores del siglo XX como Victor Frankl, que escribió con optimismo deliberado que al ser completamente libres para definir el “propósito” de nuestras vidas, somos responsables (y tenemos la oportunidad) de otorgar a nuestras vidas el significado que deseamos.
Para mediados del siglo XX, el ímpetu de las revoluciones que derrocó las diversas formas de orden establecido (a nivel religioso, moral, político y estético), empujó de muchas maneras el péndulo histórico del orden excesivo en todo el espectro de la libertad personal significativa del pasado al mismo caos. Parte de este ímpetu fue impulsado por los movimientos masivos que buscaban fervientemente más libertad y más propósito personal, en lugar de solo vivir cualquier rol o propósito para “mi vida” que fuera establecido por el marco de referencia de “la vida” de alguien más. Sin embargo, el péndulo de tal ímpetu cultural probablemente ahora se ha movido demasiado, dejando a muchas personas varadas en un lugar de temor y nihilismo sin remedio: “La idea de que los valores y las creencias tradicionales son infundadas y que la existencia no tiene sentido y es inútil”. 98
Los escritores modernos y constructivistas como Frankl intentaron demostrar que el vacío moderno de propósito fue una oportunidad para que cada individuo definiera su vida de una manera significativa. Pero, es difícil, tal vez imposible, inferir un significado cósmico general a partir de preferencias meramente personales.
La decisión de una persona no conducirá necesariamente a los absolutos universales que podrían existir, o existen. Eso se debe en parte a que todo depende de las experiencias de cada persona. Por ejemplo, si alguien tiene un lindo día, ¿eso significa que existe un Creador?
Entonces, en medio del desorden de la actualidad, ¿dónde se encuentra la simplicidad al otro lado de la complejidad? Ahora que el Evangelio de Jesucristo se ha restaurado, nuestra oportunidad de comprender el significado pleno de “la vida” en el cuadrado grande está una vez más en la tierra. Ya no necesitamos que nuestras vidas sean tan inestables como el violinista sobre el tejado. Pero, ¿las personas todavía tienen la responsabilidad de cumplir con su propia búsqueda de propósito dentro del marco “dado” del Evangelio? O, como los peones de la Edad Media, ¿deberíamos esperar que Dios imponga Sus verdades absolutas sin nuestra búsqueda, participación y esfuerzo activos?
A diferencia de la iglesia de la Edad Media, el Evangelio restaurado otorga un enorme valor a los conceptos de libertad personal, libre albedrío y progreso. De hecho, de eso se trató la guerra preterrenal en los cielos. Por lo tanto, las verdades universales del Evangelio nos enseñan cómo participar en la búsqueda personal de libertad y propósito. No se puede cumplir con esa búsqueda sin nuestro esfuerzo activo y sincero: participar, perseverar, buscar y superar todas las formas de oposición, incertidumbre y aflicción.
La Restauración no solo “restauró” los absolutos fijos que impuso el cristianismo tradicional y apóstata. En cambio, restauró la verdadera combinación de orden y libertad que el mismo Cristo nos enseñó, “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Este conocimiento permite la interacción necesaria entre (1) el esfuerzo por comprender y aceptar los absolutos de “la vida” que nos da el Señor y (2) el esfuerzo por ejercer toda la iniciativa y el sentido de responsabilidad por “mi vida” que describió Viktor Frankl.
De hecho, de eso se trata el Evangelio restaurado: ayudarnos a encontrar y desarrollar el significado personal más pleno de nuestras vidas. Precisamente, por eso buscamos la guía y el marco de referencia de los principios universalmente verdaderos del Evangelio. José Smith lo explicó mejor: “Dios, hallándose en medio de espíritus y gloria, porque era más inteligente, consideró propio instituir leyes por medio de las cuales los demás podrían tener el privilegio de avanzar como Él lo había hecho. La relación que entre Dios y nosotros existe nos coloca en una situación tal, que podemos ampliar nuestro conocimiento… a fin de que [podamos] ser exaltados con Él”. 90
Entonces, desde una perspectiva Santo de los Últimos Días, las revoluciones contra la opresión religiosa y política, tal como la Reforma Protestante y la Revolución Estadounidense, fueron pasos esenciales que nos prepararon para la Restauración, ya que las ideas centrales de la libertad individual y el desarrollo individual son absolutamente importantes. Además, la iglesia medieval permitió, en cierta medida, esas ideas.91 Sin embargo, la iglesia que el mismo Jesús estableció durante Su ministerio terrenal no solo permitió estas ideas, sino que las enseñó y fomentó.
Al recurrir al modelo para lidiar con la incertidumbre, que se describe en el capítulo 2, podemos observar el dogmatismo idealista de la primera etapa en el orden rígido y absoluto de la Edad Media. Asimismo, podemos observar la complejidad de la segunda etapa en las reacciones revolucionarias del siglo XX que nos condujeron al relativismo moral. Sin embargo, en lugar de solo regresar a la primera etapa, ahora necesitamos la tercera etapa, con una combinación orientada al crecimiento personal entre lo real y lo ideal, la libertad y el orden: la misma combinación que la Restauración trajo a un mundo libre y caótico.
¿Dios desea que nos demos cuenta de que nuestras decisiones sobre el propósito de nuestras vidas son importantes? O, si aceptamos Sus propósitos cósmicos más elevados, ¿preferiría que no pensáramos en esa pregunta? Reconsideremos la clara simplicidad de una canción de la Primaria, “Soy un hijo de Dios” y, después, tres artículos de fe.
Mientras descubrimos nuestra propia versión de las complejidades caóticas de la actualidad, estas ideas ahora formarán parte del marco conceptual restaurado para “la vida”: la simplicidad más allá de la complejidad moderna.
La canción de la Primaria en primer lugar nos dice literalmente que somos hijos de un Padre Celestial. Con esta premisa, el primer artículo de fe declara, “Creemos en Dios, el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo”. El segundo artículo de fe habla acerca de nuestro libre albedrío y responsabilidad para “mi vida”: “Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán”. Por otro lado, el tercer artículo de fe indica cómo podemos estar en armonía con el cosmos mediante la interacción entre el orden universal y nuestro libre albedrío: “Creemos que por la expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”. Esta explicación simple y divina del significado de “la vida” nos ayuda a entender el origen y el significado de “mi vida”.
En la actualidad, es muy probable que alguien abandone la Iglesia no solo porque haya descubierto un marco conceptual más verdadero y satisfactorio para “la vida” o porque haya descubierto una mejor iglesia o religión. Por el contrario, algunos pueden irse porque están huyendo “de” algo, quizás preocupaciones específicas sobre la historia de la Iglesia o sus líderes, en lugar de recurrir “a” algo más. De hecho, es probable que aún anhelen instintivamente la comprensión básica de la Restauración del universo, de la vida, en un sentido amplio.
Cuando las personas abandonan el “cuadrado grande” de la Restauración sobre el significado de la vida y no tienen un lugar mejor a donde ir, su pequeño cuadrado “mi vida” se puede quedar sin marco de referencia, sin estrellas fijas, sin orientación completa hacia el cosmos. Es difícil definir la estructura cósmica de alguien solo considerando lo que no es. Tal vez es por eso que su desilusión puede engendrar la soledad cósmica que conduce al agnosticismo o ateísmo. Podemos pensar en la pregunta que el Salvador les hizo a Sus discípulos después de que algunos de sus seguidores lo abandonaron: “¿También vosotros queréis iros?” y Pedro le respondió: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6: 67–68).
O, tal vez, algunos de los que se van aun anhelan, e incluso practican, algunas enseñanzas o tradiciones de la Iglesia como “mormones culturales”, ya que esas tradiciones todavía les proporcionan puntos reconfortantes de referencia. Algunos pueden abandonar la Iglesia debido a asuntos personales que luego se resolverán. Al cabo de un tiempo, cambian de opinión y regresan. A veces, para ese entonces, después de haber criado a sus hijos fuera de la Iglesia, descubren que si bien sus hijos coinciden con sus problemas con la Iglesia, no aceptarán las soluciones que encontraron.
Independientemente de cuáles sean nuestros problemas con la Iglesia, la simplicidad de la tercera etapa es una invitación a considerar esas decepciones como parte de la complejidad de la segunda etapa, más que como una fuerza tan grande que reemplace la grandeza cósmica de la Restauración en la tercera etapa. La simplicidad más allá de la complejidad tiene en su centro “las palabras de la vida eterna”. Vale la pena luchar por alcanzar esas palabras de vida para volverlas a descubrir y adoptar. Recuerda, “daría mi vida”, dijo Holmes, “por la simplicidad al otro lado de la complejidad”.