No recuerdo hace cuantos milenios nacimos de Él, pero el hecho de que continuemos en esta vida con todas las bendiciones que nos rodean, es un acto de amor que seguramente nadie hasta ahora puede comprender.
Esta semana se celebra el Día del Padre y sería en vano celebrar a nuestro padre terrenal si nos olvidamos de nuestro Padre Celestial.
Con Él, a diferencia de los pocos años de vida que pasamos en esta Tierra, convivimos durante miles de años. Todos nosotros luchamos por Él y por defender Su plan en los cielos.
Recibimos el sacrificio de Su Hijo más perfecto, Jesucristo, y nuestro mayor anhelo es regresar a Su presencia por todas las generaciones del tiempo y por toda la eternidad.
Su regalo: Un plan y un Salvador
¿Qué podríamos decir de Él? Su obra y Su gloria, pues, es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de cada ser humano (Moisés 1:39).
Antes de esta vida, en el Gran Concilio de los cielos, prometió proporcionarnos una tierra y, si bien tendríamos que olvidar todo lo aprendido, nos ayudaría a reconocer la verdad cuando la escucháramos de nuevo en la Tierra (Juan 18:37).
Nos prometió un Salvador para que pudiéramos vencer todos los obstáculos, pecados y la muerte por medio de la resurrección.
Un Ser sin igual
Sin embargo, este Salvador no sería cualquier persona, sería el más perfecto, humilde, obediente, amoroso e inteligente; sobre todo, aquel Ser libre de manchas que desde el principio se ofreció a dar Su vida.
Probablemente, tenía conocimiento sobre todo el dolor que se le avecinaba; un dolor y sufrimiento tan grande que ninguna mente humana podría imaginar, pero aun así lo hizo.
Y nuestro Padre, en Su infinito amor, lo envió. El apóstol Juan, en su evangelio redactado especialmente para transmitir dicho sentimiento, escribió:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. (Juan 3:16-17)
Jesucristo lo honró de una manera sin igual.
No hay forma en que podamos agradecerle totalmente, pues, tal como dijo el Rey Benjamín:
“Si yo, a quien llamáis vuestro rey, quien ha pasado sus días a vuestro servicio, y sin embargo, ha estado al servicio de Dios, merezco algún agradecimiento de vosotros, ¡oh, cómo debéis dar gracias a vuestro Rey Celestial!
Y en segundo lugar, él requiere que hagáis lo que os ha mandado; y si lo hacéis, él os bendice inmediatamente; y por tanto, os ha pagado. Y aún le sois deudores; y lo sois y lo seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?” (Mosíah 2:19,24)
Entonces, después de saber todo esto y ver que jamás podremos pagar la deuda, después de saber que jamás podremos hacer en esta vida lo que Jesucristo hizo, ¿cómo podemos honrarlo?
¿Cómo podemos honrar al Padre?
El Padre Celestial, en su infinito amor y sabiduría, dejó un mensaje que trascenderá por el tiempo y las eternidades; dejó una respuesta simple, pero de poderoso significado por medio de Su Primogénito en espíritu y Unigénito en la carne:
“Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy”. (3 Nefi 27:27)
No hay dudas de que la mejor forma en la que podremos agradecer, honrar y adorar a nuestro Padre Celestial, será siguiendo los pasos de nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo.
El mejor regalo que le podemos dar a nuestro Padre Celestial durante estos días donde celebramos la figura paterna, es la de esforzarnos cada día para llegar a Su presencia nuevamente.
Él anhela desesperadamente poder estar con nosotros, en carne y espíritu incorruptible, una vez más.