De vez en cuando, me golpea un pensamiento constante que irrumpe en mi mundo y me detiene en seco.
Comienzo a hacerme preguntas en cuanto a ese tema, luego investigo, después oro y repito el proceso. Este es uno de esos momentos.
Pero primero, imaginemos esta situación.
Mientras estás en camino a tu trabajo, un conductor distraído te corta el camino Respiras hondo y tratas de no murmurar lo que estás pensando.
Luego, un camión enorme pasa a toda velocidad por el carril rápido, pegándose a otro auto, y te preguntas de dónde habrá sacado ese conductor su permiso de conducir.
Te preguntas sobre su habilidad para conducir y te das cuenta de que es un vehículo de taxi. Ahora todo tiene sentido.
Durante todo el camino al trabajo ves conductores que no deberían estar en la autopista manejando. Todos hemos estado ahí.
De repente, uno te golpea justo a una cuadra de tu destino. Genial, este no era el día para un accidente; tienes mucho que hacer en el trabajo y lo que menos necesitas es perder tiempo.
Sales, cierras la puerta y miras fijamente al conductor que acaba de costarte tiempo y dinero, sin mencionar el auto que probablemente tomará un par de semanas mientras este se repara.
El otro conductor está lleno de disculpas, completamente estresado por complicaciones con la conducta de su hijo y la visita de sus suegros, perdió su trabajo, y así sigue explicando por qué chocó.
Tú no quieres escucharlo ya que todos tenemos problemas.
Finalmente, te alejas, al menos el auto todavía se puede manejar e intentas concentrarte para tu próxima presentación. Excepto que no puedes sacarte esa imagen de la cabeza y había algo familiar ahí.
Un pensamiento fugaz atraviesa tu mente:
“¿Y si esa era una de esas personas que conocíamos de, ya sabes, antes de nacer? ¿Y si supiéramos que veníamos a la Tierra al mismo tiempo y esperábamos encontrarnos? ¿Y si acaban de chocar contra tu auto, pero luego tú chocaste contra el suyo de manera emocional?”
Fuiste brusco, te molestaste y fuiste algo grosero.
Y te hace pensar.
¿Quién más ha visto a mi yo brusco e impaciente? ¿Quién más podría haberse convertido en mi amigo, pero ahora lo estaba juzgando por su apariencia?
Ahora bien, este es un escenario ficticio, pero es una que todos hemos presenciado o en la que hemos estado, hay otras incluso peores.
Y aquí está el pensamiento que me ha dejado inquieto: ¿Y si hubiera conocido a todo el mundo?
Piensa cuánto tiempo vivimos como hijos e hijas espirituales con el Padre Celestial antes de venir a la Tierra.
¿Fueron años?, ¿cientos de años?, ¿miles de años?, ¿hubo tiempo para, literalmente, conocer a todos?
Todos decimos que no podemos esperar para conocer a José Smith o Miguel Ángel o Mozart o quien sea, pero tal vez ya lo hemos hecho. Tal vez cada persona que cruza tu camino es alguien que ya conocías en la vida preterrenal.
Esta posibilidad me hace sentir escalofríos. Sé que no es doctrina declarada, es una de esas cosas que simplemente no se nos ha dicho, pero la lógica me dice que conocíamos a mucha más gente de la que podríamos suponer.
Las probabilidades son que estemos encontrándonos con al menos algunos de ellos mientras estamos aquí.
¿Y cómo va eso?, ¿somos buenos y amigables con todos?, se supone que debemos serlo, pero ¿lo somos?, ¿miramos más allá de la apariencia externa de alguien, nos ponemos nuestras gafas de Dios y los vemos como un hijo a quien Él ama?, ¿vemos nuestra asignación de “reunir a Israel” como algo que podemos hacer todo el tiempo?
Ahora, no estoy diciendo que abrazaría a alguien que acaba de chocar mi auto. De hecho, no soy precisamente el mejor conductor.
Es por eso que no comparto ningún tipo de logo de La Iglesia de los Santos de los Últimos Días. No voy a ser parte del programa “Pierde a las ovejas” y hacer que la gente juzgue a toda la Iglesia por mi terrible comportamiento.
Pero aquí está lo que intento hacer: Miro a la gente y pienso para mí mismo: “¿fue él?”
Aunque acaba de golpear mi auto,“¿aquella persona era mi amiga en la vida preterrenal?, ¿lo fue la señora con la que me tropecé en el supermercado?”, quiero decir, honestamente podría ser cualquiera.
Cuando estás teniendo uno de esos días, ¿acaso no sería ese el momento perfecto para que alguien te sonría y traté de aligerar tus cargas?
Esa es mi nueva meta.
Quiero ser la persona que no sea como un gruñón, incluso si parece justificado. Quiero saludar a las personas con un toque de “¡oye, te conozco! ¿alguna vez fuimos amigos?”, porque ¡tal vez lo fuimos!
Mira, manejar mal es motivo suficiente para avergonzarse; no necesito encontrarme con alguien después de morir, y luego y decir: “¡Oh Dios mío!, ¿eras tú a quien traté de manera tan grosera?”. Habré recordado lo preciado que era esa persona como amigo y sentiré una gran vergüenza por mis actos en la Tierra.
Así que hagamos esto, amemos a esas personas aquí, en la vida terrenal. Compartamos el evangelio con ellas, como sin duda prometimos hacerlo antes.
De esta manera podremos entrar alegremente a la vida venidera, ansiosos por reencontrarnos con todos nuestros amigos y decir:
“¡Lo sabía! ¡Sabía que eras tú!”.
Fuente: Meridian Magazine