El Día de Muertos es un tiempo para recordar y honrar a aquellos que ya no están con nosotros, un día lleno de amor y de esperanza donde nos acercamos a las memorias que llevamos en el corazón.
Aunque la separación terrenal duele, los que seguimos el camino de Jesucristo sabemos que la muerte no es el final.
Jesús, el Hijo de Dios, nos dejó una promesa gloriosa: gracias a Su sacrificio y resurrección, la muerte ha sido vencida. Esta victoria, que el Señor nos ofrece gratuitamente, convierte el adiós en un “hasta pronto” y llena de esperanza cada recuerdo que atesoramos.
Podemos vivir con la confianza de que los abrazos, risas y momentos compartidos no se han perdido para siempre, sino que un día, bajo Su luz y Su amor, nos reuniremos de nuevo.
Como expresó Paul V. Johnson:
“Para todos los que hayan puesto a un hijo en un sepulcro o llorado sobre el féretro de un cónyuge o lamentado la muerte de uno de los padres o de otro ser amado, la resurrección es una fuente de esperanza grandiosa” (Conferencia General, abril de 2016).
Esta esperanza, que nos da fuerzas para seguir adelante, nos recuerda que nuestro Salvador venció la muerte para que pudiéramos tener vida eterna junto a nuestros seres queridos.
La promesa de la resurrección llena de significado nuestras vidas, nos da consuelo en el presente y nos permite mirar al futuro con la seguridad de que un día volveremos a ver a aquellos que amamos.
Gracias a Jesucristo no es el final de nuestra historia familiar
A través de Jesucristo, entendemos que la muerte no es el final de la historia. Él mismo declaró:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Estas palabras nos recuerdan que Su amor y sacrificio nos han abierto las puertas de una vida eterna, y que, gracias a Él, el Día de Muertos puede ser una celebración de esperanza, donde el amor trasciende la muerte y permanece con nosotros, aún en la distancia.
Así, en este día en el que recordamos con gratitud a quienes nos precedieron, que también celebremos la vida y el amor de nuestro Salvador. Gracias a Él, los lazos familiares y de amor sincero no tienen fin, y algún día, nos reuniremos de nuevo para estar juntos por la eternidad.