Aún me duele el solo recordarlo, presidenta.
Tenía apenas 11 años, pero esa sutil conversación –que escuché sin querer hace más de 15 años– quedaría impregnada en mi memoria hasta hoy. Y no por las razones correctas.
Usted, mi maestra de la Primaria, quien cada domingo me enseñaba a través de la música los relatos de la Biblia, esparciendo historias falsas sobre mi papá.
No es un hombre perfecto, por supuesto. Pero poner en duda su fidelidad hacia mi madre y su familia, a través de especulaciones y mentiras, ese comentario no era una simple confusión.
Era un chisme. Y uno cruel.
Y venía de quien me animaba a ser como Cristo, de quien me recitaba a ser instruida por el Señor, la que me conmovía con sus palabras cuando le tocaba discursar.
Pero, tristemente, esa experiencia solamente me prepararía para la ola de chismes que me aguardarían en mis siguientes 15 años en la iglesia.
Sí, el lugar en el que compartimos las enseñanzas de amor y conciliación de Jesucristo, la palabra que sana el alma herida (Jacob 2:8); muchas veces, es el almacén de los comentarios más malvados y dolorosos contra el prójimo.
“No me juzgues por pecar de manera distinta a la tuya”, fue un refrán muy poderoso que compartió el élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, hace más de 10 años. Porque tampoco pretendo convertirme en la jueza de la moral, presidenta.
Todos tenemos debilidades. Pero, hoy, necesitamos hablar del chisme. Que, hace mucho, dejó de ser exclusivo de las hermanas mayores. Y se ha esparcido hasta las nuevas generaciones.
Cerca del mundo, lejos de Dios
El chisme, de hecho, es una tentación que no excluye edades. Puede ser, incluso, una forma de ‘fortalecer’ relaciones y generar lazos de ‘confianza’ entre los grupos, según diversos estudios, como el del antropólogo Frank McAndrew:
“Compartir chismes con alguien es un mecanismo de unión […] estás diciendo: ‘Te estoy confiando esta información’”.
Una percepción que puede cobrar más fuerza cuando se trata de grupos pequeños y variados, como las comunidades que se forman en la iglesia, por ejemplo. Ya que, aunque Jesucristo es quien nos une, no siempre vamos a hablar de Él.
Y es allí cuando el chisme se vuelve más apetecible que nunca. Soy periodista, presidenta, así que créame que sé lo atractivo que es no solo tener la exclusiva o primicia, sino también el compartirla.
No es casualidad que los programas de espectáculos con “destapes” y “ampays” sean los de mayor audiencia. O que los tabloides repletos de información privada lideren las ventas de diarios.
Pero, tal como enseñó Pablo en su segunda epístola a los Corintios, un verdadero discípulo de Cristo es capaz de distinguirse de las prácticas del mundo en el que vive.
“Aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra lucha no son carnales, sino poderosas en Dios” (2 Corintios 10:3-4).
Porque, aunque los científicos consideren que el chisme puede “unirnos” como grupo o comunidad; también nos aleja de Dios.
Guardar la lengua es guardar angustia
Es que, incluso por definición, el chisme –ya sea verdadero o falso– “pretende enemistar a unas personas con otras”, explica la Real Academia de la Lengua Española (RAE). Porque, por naturaleza, es maligno.
“El grado y la extensión del daño que causan los chismes es inestimable”, declaró Spencer W. Kimball, quien en vida fue presidente de la Iglesia.
Para usted, presidenta, quizá solo fue un comentario insignificante en su reunión del jueves por la noche. Pero, para mí, destruyó mi corazón.
Especialmente porque fue usted quien me enseñó que todos somos hermanos y hermanas en Cristo. Y quien instruía con amor y paciencia a pequeños a los que, honestamente, yo no soportaría un solo día.
Las hermanas en la Iglesia tienen una influencia más poderosa de lo que se puede creer. Son el cimiento del evangelio de los niños y jóvenes en su temprano aprendizaje. Son las silenciosas heroínas de sus esposos cuando tienen un llamamiento que les exige más tiempo fuera del hogar. Son las primeras en dar una cálida bienvenida a los visitantes. Son las más prestas en brindar alivio y socorro cuando hay alguna familia con necesidad.
Así que, presidenta, no me parece justo que cuando se hable de usted, o de muchas otras hermanas, lo primero que se diga es “chismosa”.
Me rehúso a que usted y tantas fieles mujeres del Señor tengan esa etiqueta. Sé que el chisme puede ser una práctica casi natural en la cultura popular, pero nuestra herencia divina es más elevada. Y quizá no haya mejor consejo para abandonarla que las tres palabras pronunciadas por el élder Uchtdorf:
“Cuando se trate de odiar, chismear, ignorar, ridiculizar, sentir rencor o el deseo de infligir daño; por favor, apliquen lo siguiente: ¡Dejen de hacerlo! Es así de sencillo”.
Deténgase, presidenta. Y recuerde esta maravillosa promesa del Antiguo Testamento para quienes tienen el valor para evitar los tentadores chismes:
“El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Proverbios 21:23). ¡Qué gratificante bendición! ¿No le gustaría mantener la esperanza y fe aun en medio de las más tormentosas pruebas?
Descuide. Esa lejana experiencia, aunque todavía permanece en mi mente y no creo que desaparezca, jamás se la compartí a nadie. Porque el evangelio que usted me enseñó es de paz y reconciliación.
Y yo ya no quiero más chismes, presidenta.
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@masfe.org El chisme es un mal que debe ser erradicado de la Iglesia. Es uno de los principales causas por las que varios hijos de Dios se alejen del camino correcto. Tan solo pregúntate ¿Te gustaría que hablen mal de ti y a tus espaldas? Cristo enseñó que seamos más empáticos con nuestro prójimo. No hagas con otros lo que no te gustaría que hagan contigo. #chisme #iglesia #chismeenlaiglesia #jovenescristianos #consejosdevida #cristianos #jesus #biblia #consejo