“En un acto sagrado de albedrío, le dijeron al Señor: ‘Heme aquí; envíame’.” —Élder Dieter F. Uchtdorf
No todos los llamamientos en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días comienzan con una decisión personal. Nadie postula para ser obispo, líder de música o presidente de misión. Pero el llamamiento misional sí comienza con un sí. Un acto de fe. Un deseo voluntario de seguir a Jesucristo.

Durante el Seminario para Nuevos Líderes de Misión 2025, el élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que el servicio misional no es solo un deber: es un acto profundo de albedrío moral y consagración.
El poder de elegir servir
En el Centro de Capacitación Misional (CCM) de Provo, Utah, el 21 de junio, el élder Uchtdorf explicó que, sin importar las dificultades que enfrenten, los misioneros ya han dado un paso clave en su discipulado:
“Eligieron servir una misión. Expresaron su deseo de dejarlo todo para ser representantes de Cristo”.
Ese acto inicial —buscar una entrevista, decir “quiero servir” y aceptar un llamamiento profético— revela quiénes son realmente.
Albedrío: el cimiento de una misión poderosa

Los líderes de misión, dijo el élder Uchtdorf, pueden ayudar a sus misioneros a seguir ejerciendo ese albedrío, no controlándolos, sino guiándolos a ser “anhelosamente consagrados a una causa buena” (D. y C. 58:27).
“No se trata de controlar cada paso. Se trata de ayudarles a usar su albedrío para hacer el bien, de su propia voluntad”.
Y eso no solo edifica a los misioneros: impacta a cada persona que conoce el Evangelio por medio de ellos, porque ver su ejemplo les da valor para tomar sus propias decisiones espirituales.
Invitar: el acto de fe más puro

El élder Uchtdorf también destacó la palabra inicial del propósito misional: invitar. Porque toda enseñanza, todo bautismo, todo testimonio… solo sucede si alguien elige aceptar.
“Al invitar, damos a otros la oportunidad de ejercer su fe y su albedrío. Si dicen que no, es su decisión. Y eso está bien”.
Los misioneros no son responsables de las decisiones de los demás, solo de sus propias elecciones: invitar con amor, servir con fidelidad y no cansarse de hacer lo bueno (D. y C. 64:33).
La misión: una escuela de decisiones eternas

Planificar, establecer metas, perseverar cuando no hay resultados inmediatos… todo eso, dijo el élder Uchtdorf, fortalece el carácter y la fe de los misioneros. Son oportunidades para ofrecer al Señor un corazón y una mente bien dispuesta (D. y C. 64:34).
“Una misión es el lugar donde se forja la fe. Donde las pequeñas decisiones diarias construyen una obra monumental”.
Por eso, su mensaje final fue de gozo y gratitud:
“Regocíjense en la libertad de haber elegido esta maravillosa obra. Den gracias porque pudieron dejar sus redes y seguir al Salvador”.
Una obra maravillosa elegida con amor
Los misioneros no fueron obligados. No fueron empujados. Fueron llamados, sí. Pero primero, eligieron.
Y ese primer acto de albedrío sigue dando frutos: en sus vidas, en sus misiones y en el corazón de aquellos que aceptan su invitación.
Fuente: Church News



