En la Biblia hebrea, hay un término que llama la atención por ser… diferente. Un término traducido como “Dios”, pero que en realidad es plural: Elohim.

Su forma gramatical termina en “-im”, la marca masculina plural en hebreo. Y aunque casi siempre actúa como singular —“Elohim creó”, “Elohim habló”—, su estructura gramatical explica algo totalmente distinto. Es como si recordara un pasado distinto. Uno donde no estaba solo.

¿Por qué una cultura que cree en un solo Dios usaría un nombre que parece hablar de muchos? Las respuestas abundan. Algunos eruditos lo llaman un “plural de majestad”, una forma reverente de hablar de un ser supremo.

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Otros creen que es un recuerdo de cuando la idea de un solo Dios todavía no estaba tan clara. Y algunos, especialmente desde la mirada de la Restauración, piensan que Elohim es más que un simple nombre: es una pista de que hubo, desde el principio, una familia divina.

José Smith enseñó que la Biblia actual es incompleta. Que fue editada y adaptada a teologías posteriores. Su obra de traducción fue un acto de restauración: recuperar verdades borradas a propósito.

Y entre esas verdades está el nombre Elohim. Para entenderlo, hay que mirar más allá de Jerusalén, hacia otras lenguas semíticas: ugarítico, arameo, árabe. Todas comparten raíces parecidas para “Dios”: El, Ilah, Elah, Aliha. Y en todas hay rastros de pluralidad divina.

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La palabra hebrea Elohim es como una mezcla curiosa. Viene de El, que significa “dios”, pero en vez de usar el plural típico (Elim), toma una forma más extraña: Elohim.

Esta forma probablemente viene de Eloah, una palabra que termina en “-ah”, un sufijo que suele ser femenino. Así que tenemos un plural masculino… que nace de una raíz femenina. Una combinación de géneros en una sola palabra.

La gramática lo deja ver en momentos claves. En Génesis 1:26, Elohim dice: 

“Hagamos al hombre a nuestra imagen”.

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 El verbo y los pronombres son plurales. Luego, Génesis 5 dice: 

“Varón y hembra los creó, y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán”. 

No fue una creación solitaria. Fue una obra compartida.

En Génesis 20:13, Abraham usa un verbo en plural —hitʿu, “me hicieron errar”— al hablar de Elohim. Lo mismo pasa en Génesis 35:7, donde Jacob construye un altar porque Elohim “se le aparecieron”, otra vez con un verbo plural.

Y en 2 Samuel 7:23, el verbo halekhu (“ellos fueron”) también se usa con Elohim. El plural se cuela en el texto justo cuando uno menos lo espera.

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No son errores. Son grietas en el muro de la edición teológica. Momentos en que el texto recuerda. En que la pluralidad, tapada por siglos de monoteísmo, reaparece como un destello.

Para los Santos de los Últimos Días, esto encaja con una doctrina restaurada: la existencia de un consejo celestial, encabezado por Padres Celestiales, seguido por su Hijo Primogénito, Jesucristo, y por nosotros, sus hijos espirituales.

Elohim no es simplemente un nombre para “Dios el Padre”. Es el título de esa pareja divina —Padre y Madre— unidos en propósito.

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Arqueología y filología también aportan pistas. En inscripciones antiguas se menciona a “Yahvé y su Asherah”. En Ugarit, El y su consorte Asherah reinaban juntos. Sus hijos, setenta en total, gobernaban las naciones.

Deuteronomio 32:8 en su forma original (preservada en los Rollos del Mar Muerto y la Septuaginta) decía que Dios dividió las naciones “según el número de los hijos de Dios”, no de los hijos de Israel, como se lee hoy. El cambio no fue accidental. Fue teológico.

José Smith enseñó que estos cambios eran pérdidas. Borrados intencionales del orden celestial. Su obra restauradora devolvió no solo una estructura divina, sino una familia eterna: un Padre, una Madre, un Hijo, y nosotros como sus hijos.

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La gramática hebrea tiene límites. No distingue el dual en los verbos. Pero el árabe sí. Y en el Corán, Dios a veces habla en dual: “Creamos”, “Revelamos”. No es politeísmo, sino una pluralidad unificada. Una voz doble que refleja unidad.

Esta perspectiva resuena en la adoración en el templo. La creación no es un acto individual. Es una obra conjunta. Y el modelo divino no es jerárquico, sino relacional. La imagen de Dios, dice Génesis 1:27, es hombre y mujer juntos. No por separado. No idénticos. Sino unidos.

Las formas hebreas como Eloah, Shekinah, Torah y Ruaj conservan esa raíz femenina. El sonido “-ah” aparece una y otra vez en lo sagrado. En el templo, en las Escrituras, en la revelación. Es una firma de lo divino femenino que nunca desapareció del todo.

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El nombre Elohim es, entonces, más que un término. Es una cápsula teológica. Un recuerdo fonético. Un testimonio velado. No solo dice “Dios”. Dice “nosotros”. Dice “familia”. Dice que el cielo fue creado en conjunto y que su imagen sigue viva en nosotros.

La Restauración no inventó esta visión. La recuperó. Detrás del velo de traducciones, ediciones y dogmas, Elohim seguía allí, esperando ser escuchado. Una palabra que suena como plural, actúa como singular, y guarda una historia divina de unión, parentesco y propósito eterno.

Fuente: Meridian Magazine

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