En el Libro de Mormón encontramos una de esas historias que despiertan la imaginación: el momento en que el hermano de Jared llevó dieciséis piedras transparentes a lo alto de un monte y pidió al Señor que las tocara para que dieran luz.
Fue allí donde ocurrió algo extraordinario, el poder de Dios transformó lo ordinario en milagro.
La pregunta es inevitable: ¿qué pasó después con esas piedras?
Un milagro en medio del mar

Los jareditas necesitaban cruzar el océano en embarcaciones cerradas, sin ventanas ni fuego. El hermano de Jared, con fe y creatividad, buscó una solución. Fundió piedras pequeñas y claras, como vidrio, y rogó al Señor que las hiciera brillar.
Cuando el Señor tocó las piedras con Su dedo, no solo apareció la luz, también se abrió la visión espiritual más profunda que el hermano de Jared jamás tendría (Éter 3:1, 4).
Ese momento nos enseña un patrón que atraviesa toda la historia sagrada: hacemos lo que está en nuestras manos y el Señor multiplica nuestro esfuerzo. La luz no vino de la piedra, sino del toque divino.
Ecos de una tradición más antigua

Aunque el Libro de Mormón nos deja con el misterio de qué ocurrió con esas piedras después del viaje, lo interesante es que no es el único relato de “piedras luminosas”.
En tradiciones judías antiguas se cuenta que Noé recibió una gema que iluminó el arca durante el diluvio. Incluso se dice que brillaba de noche y se apagaba de día. En otras leyendas, como la de Jonás, aparece una perla que alumbraba dentro del gran pez.
Estas coincidencias no parecen casualidad. Más bien revelan que Dios siempre ha provisto luz en medio de la oscuridad, tanto literal como espiritual.
Hugh Nibley, un destacado académico Santos de los Últimos Días, enseñó:
“El hombre no puede salvarse por sí mismo, y aun así Dios le pide actos de obediencia que requieren tanto la mente como la fuerza física antes de extenderle Su ayuda.”
La lección es clara: cuando damos nuestro máximo esfuerzo, el Señor interviene para hacer lo que nosotros no podemos.
Más que luz, revelación

En la historia del hermano de Jared no solo hubo un milagro práctico. El Señor le entregó también dos piedras especiales para que su pueblo pudiera recibir revelación y preservar sus escritos.
Esto conecta con símbolos bíblicos como el Urim y Tumim y con la promesa del Apocalipsis de recibir una “piedra blanca” como señal de conocimiento divino (Apocalipsis 2:17; Doctrina y Covenios 130:10–11)..
El mensaje es claro, la verdadera luz no se limita a iluminar el camino, también abre el entendimiento y revela la voluntad de Dios.
Un recordatorio para nosotros

Puede que nunca sepamos con certeza dónde terminaron esas piedras que guiaron a los jareditas. Lo importante es lo que representan.
Cada vez que hacemos nuestro esfuerzo y pedimos al Señor que complete lo que no podemos lograr solos, Él toca nuestras “piedras” y las convierte en luz para nuestro viaje personal.
La invitación es a confiar en ese patrón divino. Hagamos lo que esté en nuestras manos, por más pequeño que parezca, y luego dejemos que el Señor toque nuestros esfuerzos. La luz llegará, tal como sucedió en aquel monte con el hermano de Jared.
Fuente: Ask Gramps



