En los últimos años, el término “discurso de odio” se ha vuelto cada vez más común. Se utiliza para describir cualquier tipo de comunicación, ya sea hablada, escrita o gestual, que promueva la violencia, la discriminación o el desprecio hacia una persona o grupo por motivos de religión, raza, género, creencias y demás.
A menudo pensamos que el odio se demuestra solo con acciones, pero en realidad comienza con las palabras. Lo que decimos puede construir o destruir, sanar o herir, inspirar o dividir. Las palabras no son simples sonidos; tienen consecuencias reales.
El presidente David O. McKay solía recitar una adaptación de un poema que ilustra de forma poderosa esta idea:
“Los niños que vuelan cometas pueden hacer volver sus blancas aves aladas, sin embargo, tú no puedes hacer lo mismo cuando dejas volar tus palabras.
Los pensamientos no expresados suelen morir, pero ni siquiera Dios puede destruirlos una vez que se han dicho”.
En una época donde los gestos parecen pesar más que las palabras, muchos han subestimado el poder del lenguaje, llenando el mundo con expresiones que pueden ser más dañinas que las acciones mismas.
Por más que nos resulte difícil creerlo, nuestras palabras también juegan un papel crucial en la sociedad. Como enseñó el élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
“La base es siempre la misma: las palabras. Y las palabras importan mucho. Permítanme repetirlo. ¡Las palabras importan!”
Este consejo a menudo se pasa por alto. En nuestra sociedad actual, se ha normalizado hablar con ligereza y emplear insultos o palabras fuertes en las conversaciones diarias.
En medio de este escenario, el Señor nos manda usar nuestras palabras con un propósito elevado así como enseñó el elder Jeffrey R. Holland:
“Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad”.
Pero, ¿cuáles serían las consecuencias de no hacerlo?
Las palabras pueden ser armas

Hace algunas semanas, durante un partido de fútbol americano entre BYU y la Universidad de Colorado, algunos asistentes comenzaron a gritar insultos dirigidos contra los jugadores y aficionados de BYU. Entre los cánticos se escucharon palabras obscenas y de odio religioso.
¿Acaso se detuvieron esas palabras? No, y eso es lo más preocupante. El Señor advirtió que en los últimos días habrán hombres:
“Sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles”.
Lo que pasó en aquel partido de fútbol es una demostración de esta advertencia. Nuestras palabras pueden demostrar tanto nuestro amor como nuestra crueldad y carencia de afecto por los demás.
Lamentablemente, estos actos son cada vez más comunes haciendo que las personas olviden que detrás de cada insulto hay una persona con creencias y una historia que debe ser respetada. El Señor también declaró:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio”.
Debemos recordar que Dios nos ha dado un espíritu de dominio propio y ese dominio también incluye la forma en la que hablamos.
El poder invisible de las palabras

Cuando permitimos que el odio sea el que dirija nuestras palabras, estamos usando ese poder para muerte tanto espiritual como física. Este proverbio del Antiguo Testamento lo explica claramente:
“La muerte y la vida están en poder de la lengua”. (Proverbios 18:21)
¿Recuerdas el atentado contra los santos en Míchigan? Sí, el hombre que protagonizó esa masacre se dejó llevar por las palabras de odio contra los miembros de la Iglesia de Jesucristo a tal grado que las palabras se convirtieron en una amenaza real.
Frente a este peligro, tenemos el sagrado deber de aplacar el odio y la ira usando el poder de las palabras para el bien. El élder Robert D. Hales del Cuórum de los Doce Apóstoles indicó que:
“Los discípulos viven de tal manera que las características de Cristo están entretejidas en las fibras de su ser, como en un tapiz espiritual”.
Si el mundo levanta su voz para herir o gritar con ira, nosotros podemos ser los discípulos de Jesucristo que respondan con compasión. No siempre es fácil, pero al hacerlo, seguiremos el ejemplo de Cristo.
Respondiendo con pacificación

A lo largo de nuestro paso por este mundo, seguiremos conviviendo con las palabras de odio pero si bien no podemos controlar las palabras de los demás, sí podemos controlar las nuestras. P
iensa por un momento: ¿Estoy usando palabras que edifican o que hieren a los demás?
Al trabajar por responder con paz en lugar de odio, podemos encontrar fortaleza en los versos de este himno:
“Nuestros tiernos acentos se recordarán;
darán a las almas solaz.
Oh, hablemos con tiernos acentos,
palabras de gozo y paz”.
Este himno nos recuerda que el odio solo termina cuando alguien decide responder con tiernos acentos. Siempre habrán desacuerdos y diferencias pero si nuestras palabras son las del Salvador, el odio jamás nos vencerá.
Fuente: Meridian Magazine



