El 10 de octubre de 2025, un terremoto de magnitud 7,4 sacudió el suroeste de Filipinas. El epicentro se localizó frente a la costa de Manay, en la provincia de Davao Oriental, en la isla de Mindanao. El movimiento causó cortes de energía, evacuaciones temporales y cerca de 300 réplicas. La más fuerte alcanzó una magnitud de 5,8 y se sintió en varias regiones cercanas.
El nuevo sismo llegó pocos días después del que afectó la isla de Cebú, en la región de Visayas. Ese evento dejó víctimas mortales y daños materiales considerables. La seguidilla ha generado preocupación en un país situado dentro del “Anillo de Fuego del Pacífico”, una de las zonas sísmicas más activas del planeta.

Las autoridades de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días informaron que todos los misioneros en Mindanao están a salvo. Tres apartamentos usados por ellos presentaron grietas leves. Tras la inspección, se confirmó que los edificios siguen siendo seguros.
En cuanto a los miembros locales, no se registraron fallecidos ni heridos de gravedad. Varias viviendas sufrieron daños parciales, aunque los centros de reunión solo mostraron afectaciones menores. Ingenieros voluntarios evaluaron las capillas y confirmaron que pueden seguir en funcionamiento.
Capillas como refugio temporal

Las congregaciones locales convirtieron sus capillas en refugios para las familias desplazadas. Decenas de personas, incluso de otras religiones, encontraron allí un espacio seguro. Se repartieron alimentos, agua potable y artículos de primera necesidad.
Con el paso de los días, muchas familias regresaron a sus casas. Sin embargo, algunas zonas rurales aún requieren apoyo. Los líderes regionales trabajan junto a las autoridades para identificar las áreas más afectadas y planificar nuevas entregas de ayuda.

El segundo terremoto llegó cuando la Iglesia ya brindaba asistencia en Cebú. Los equipos de ayuda extendieron sus operaciones hacia Mindanao para atender ambas emergencias. En los lugares más aislados, los caminos dañados dificultan el traslado de suministros. Aun así, la coordinación entre congregaciones locales y voluntarios permitió mantener la distribución.
La respuesta incluye alimentos no perecibles, kits de higiene y materiales básicos para refugio. Los líderes también recibieron orientación para priorizar la seguridad y atender las necesidades inmediatas de las familias. Las misiones locales siguen en contacto con las presidencias de área para informar sobre el estado de cada comunidad.
Enfoque en la recuperación
El objetivo inmediato es asegurar refugio, comida y agua limpia. La reconstrucción quedará para una segunda fase, cuando se terminen las evaluaciones estructurales. Los equipos técnicos ya revisan viviendas, carreteras y edificios comunitarios.
Filipinas enfrenta el reto de responder a dos desastres naturales consecutivos. Los recursos son limitados y la logística sigue bajo presión. Aun así, la rápida organización de las congregaciones y la cooperación con las autoridades locales han permitido una respuesta efectiva.
Los próximos meses serán cruciales para la recuperación. Las comunidades afectadas buscan restablecer servicios básicos y reconstruir sus hogares. Mientras tanto, la Iglesia y otras organizaciones humanitarias mantienen su apoyo constante en las regiones más dañadas.
Fuente: Church News
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