Nota del editor: Esta historia está basada en hechos reales; sin embargo, los nombres de las personas han sido modificados para proteger su privacidad.

Desde que tengo memoria, mi vida ha estado profundamente ligada a la Iglesia. Di mis primeros pasos en los pasillos de una pequeña capilla donde mi padre servía como consejero de rama.

Crecí entre reuniones, actividades y las risas de la Primaria. Desde niño tenía muy claro mi sueño: repartir la Santa Cena, bendecirla algún día y, más adelante, servir una misión.

Imagen: St. George New, Youtube

Pero cuando tenía once años, todo cambió. Mis padres dejaron de asistir a la Iglesia debido a un problema familiar del cual no daré detalles. Mi padre fue excomulgado y mi madre, herida por los comentarios de algunos miembros, también se alejó.

Al principio, mis hermanas y yo seguimos asistiendo, pero con el tiempo ellas también dejaron de ir, y yo, al ser tan pequeño, no tenía con quién hacerlo. Fue una época triste para mí; extrañaba mucho la Iglesia, caminar por esos pasillos, ver a mis amigos y sentir esa paz que solo encontraba allí. En total pasaron casi dos años sin que fuéramos, pero mi corazón seguía extrañando aquel lugar.

El joven que no se rindió

Imagen: Más Fe

Mis padres nunca quisieron recibir visitas de los miembros de la Iglesia, pero un día apareció Pedro, uno de los jóvenes a quienes mi padre había ayudado a prepararse para la misión. Él ya había regresado y ahora servía como líder de los Hombres Jóvenes. A pesar de la distancia con mi familia, se tomó el tiempo de venir a buscarme. Mis padres, aunque no querían saber nada de la Iglesia, accedieron a recibirlo por el cariño y el aprecio que le tenían. Recuerdo que le dije con timidez que mi deseo seguía siendo repartir la Santa Cena.

Con el permiso de mis padres, Pedro comenzó a pasar por mí cada domingo. Cuando ya no pudo hacerlo, reuní valor y les dije que quería ir a la Iglesia solo. Mis hermanas estaban muy resentidas y me dijeron que no era una buena decisión asistir a un lugar donde habían ofendido a nuestra familia. Finalmente, mis padres aceptaron, pero con una sola condición: que no hablara de la Iglesia en casa.

Aquella etapa fue una mezcla de alegría y dolor. Pasé por los cuórumes de diáconos, maestros y presbíteros casi sin compañía, soñando con el día en que mis padres regresarían.

Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Cuando decidí servir una misión, ellos no estuvieron de acuerdo y no asistieron a mi apartamiento. Al volver, tampoco estaban en la puerta esperándome. Aun así, seguí adelante. Porque aunque dolía ir solo, dolería más perderme las bendiciones del Evangelio.

Durante esos años conocí a otros jóvenes que también asistían solos. Nos apoyábamos mutuamente y aprendimos que la fe puede sostenernos incluso cuando nadie más lo hace. Fueron mi testimonio y el amor del Salvador los que me mantuvieron firme.

Hoy mi vida es diferente. Estoy casado y tengo un bebé. Cada domingo, los tres vamos juntos a la Iglesia, y no hay mayor alegría que ver a mi hijo en los brazos de mi esposa mientras cantamos los himnos.

Hemos hecho una promesa: si uno de los dos alguna vez se siente desanimado, el otro no se quedará en casa e irá a la iglesia. Queremos que nuestro hijo crezca sabiendo que la fe se demuestra con pasos constantes, pero acompañadoo de sus padres.

Aunque te sientas solo, nunca estás solo.

A los que van solos a la Iglesia, quiero decirles algo: Dios los ve. Él conoce el valor que hay en sus pasos, la fe detrás de cada asiento vacío y la esperanza que los mantiene regresando.

No están solos. Y algún día, cuando miren atrás, descubrirán que esos domingos silenciosos fueron los que más fortalecieron su fe.

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@masfe.org Dios no solo está orgulloso de la persona que decide regresar, también lo está y mucho de las personas que lo reciben con amor ❤️‍🩹 #masfe #jesusteama #regresar #iglesia #inspiracioncristiana ♬ How Long, How Low? – Chance Peña & Hayd

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