El 27 de junio de 1844, una turba le arrebató la vida a José Smith y a su hermano, Hyrum. Ese día cambió para siempre la historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

La noticia sacudió profundamente a los primeros miembros, y desde entonces surge una pregunta inevitable: ¿quién asumió realmente la responsabilidad por este crimen?

Para entenderlo, hay que volver al clima tenso que se vivía en Illinois a inicios de la década de 1840. José Smith no solo dirigía espiritualmente a los Santos; también tenía un peso político importante. Como alcalde de Nauvoo y comandante de la Legión de Nauvoo, inspiraba confianza en sus seguidores, pero despertaba temor y resentimiento entre quienes se oponían a la Iglesia.

Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La tensión explotó cuando apareció el Nauvoo Expositor, un periódico creado por disidentes que acusaban a los líderes de abuso de poder.

Temiendo que esa publicación avivara aún más la violencia contra los Santos, el consejo de la ciudad, con José como alcalde, decidió detener la impresión y retirar los ejemplares. Para quienes ya veían a José como un enemigo, esa decisión confirmó su idea de que él era un peligro.

No pasó mucho tiempo antes de que arrestaran a José y a Hyrum y los llevaran a Carthage. Aunque el gobernador prometió protegerlos, nunca cumplió esa promesa.

Esa tarde, entre 150 y 200 hombres enmascarados rodearon la cárcel y lanzaron un ataque brutal. Hyrum cayó casi al instante. José intentó defenderse y luego buscó huir por la ventana, pero los disparos lo alcanzaron antes de lograrlo. Después del ataque, varios hombres dispararon nuevamente contra sus cuerpos, como un último acto de odio.

“Greater Love Hath No Man” por Casey Childs

A pesar de que muchos vecinos sabían quiénes habían participado en la turba, las autoridades solo acusaron formalmente a nueve hombres. Cuatro huyeron antes de enfrentar la justicia. Los otros cinco, Levi Williams, Mark Aldrich, Jacob C. Davis, Thomas C. Sharp y William N. Grover, llegaron al juicio, pero desde el inicio quedó claro que el proceso no sería justo.

Los reportes de la época describen una sala repleta de simpatizantes armados que intimidaban a los testigos. Personas que antes habían hablado sin reservas cambiaron su versión por miedo a represalias. El juez incluso temía por su propia vida. Más que un juicio, el proceso se convirtió en una demostración de fuerza de quienes querían que todo quedara impune.

El 30 de mayo de 1845, el jurado anunció el veredicto: todos quedaron libres de culpa. Para los Santos, ese resultado no sorprendió. Brigham Young ya lo había anticipado, y el periódico Nauvoo Neighbor señaló que las “causas de mártires” casi nunca llegan a condenas.

Fuente: Ask Gramps

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