Ser madre es uno de los títulos más sagrados. La responsabilidad que las madres tienen hoy día nunca ha exigido más atención. Más que en cualquier otra época de la historia del mundo.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó:
“Nada en este mundo tiene más valor para ustedes que sus hijos. Cuando sean ancianas, cuando el cabello se les ponga blanco y el cuerpo se debilite, cuando estén propensas a sentarse en una mecedora y meditar sobre su vida, nada será más importante que el interrogante de lo que llegaron a ser sus hijos.
No tendrá importancia el dinero que hayan ganado, ni tampoco los automóviles que hayan tenido, ni las casas grandes en las que hayan vivido. La pregunta inquietante que acudirá a su mente una y otra vez será: ‘¿Cómo les ha ido a mis hijos?’”.
Las madres se convierten en socias con Dios
No les ha pasado que han mirado a sus madres y se han preguntado. “¿Yo estuve en su vientre por nueve meses?” y todavía sigue siendo uno de los hechos más maravilloso, nobles y tiernos que los seres humanos experimentamos.
Definitivamente, ser madre es un hecho divino y no solo por la gestación y el parto lo es también para esas madres que adoptan a niños y que los llegan a amar como si fueran de su propia carne.
El presidente Hinckley también explicó:
“¡Qué cosa tan maravillosa han logrado como madres! Han dado vida y nutrido a sus hijos; han entrado en una sociedad con nuestro Padre Celestial a fin de dar experiencia terrenal a Sus hijos e hijas. Ellos son hijos de él y son hijos de ustedes…”.
El potencial divino como madre
No importa las carencias o debilidades que una mujer haya podido tener en su juventud, cuando esta se convierte en madre, desarrolla habilidades, actitudes y fortalezas que jamás pensó que tendría y todo esto proviene del amor que una madre tiene por sus hijos.
El presidente Hinckley resaltó:
“Ustedes son las guardianas del hogar; las administradoras del hogar. Les exhorto a que sean firmes y fuertes en defensa de esas grandes virtudes que han sido el fundamento de nuestro progreso social. Cuando están unidas, su poder no tiene límites; pueden lograr lo que quieran. Y cuánto, cuánto se les necesita en un mundo en el que los valores se están viniendo abajo, donde el adversario parece tener tanto control”.
Las madres se asemejan a Jesucristo
Las madres se asemejan mucho al Salvador en la forma de servir, cuidar, proteger, enseñar, no juzgar, escuchar, conocer, guiar, confiar, perdonar, sufrir e incluso dar su vida. Tal como enseñó el élder Jeffrey R. Holland:
“Ningún otro amor en la vida mortal llega a aproximarse más al amor puro de Cristo que el amor abnegado que una madre siente por un hijo”.