Cuando Harold Jay Minel Enriquez, del Barrio Sibulan, tenía tan solo cuatro años, su vida cambió drásticamente al ser diagnosticado con una enfermedad autoinmune crónica y debilitante.
Durante años, enfrentó dolores intensos, fiebre diaria y un agotamiento que parecía no tener fin. Sus padres buscaron incansablemente una solución, llevándolo a hospitales incluso fuera de su localidad en Manila, pero no hubo respuesta ni alivio.
Una lucha que parecía interminable
Desde los cuatro hasta los quince años, la enfermedad de Harold estuvo en su punto más crítico. En sus momentos de mayor desesperación, su cuerpo estaba tan debilitado que ya no podía caminar.
“Le pregunté a mi mamá si podía rendirme e irme a casa porque ya no podía más”, recuerda Harold con emoción. Sin embargo, su madre lo alentó a seguir luchando, rogándole que no se diera por vencido. Esa promesa de seguir adelante se convirtió en su mayor fuente de fuerza.
Un encuentro con Dios que lo cambió todo
A los trece años, al borde de la desesperación, Harold decidió orar con todo su corazón, al igual que José Smith, pidiendo guía. Aunque no vio una columna de luz, escuchó una voz en su mente que le dijo:
“Te dejaré terminar con tu vida, pero sólo después de que me sigas primero. Si haces todo lo posible por seguirme y tu vida no cambia, entonces puedes terminarla. Pero te prometo que, si me sigues, verás mis maravillosas obras y prodigios”.
Ese momento marcó un punto de inflexión en su vida. Aunque no sabía exactamente cómo seguir a Dios, se aferró a esa experiencia, esforzándose por ser honesto y paciente.
Un milagro médico y un propósito renovado
Cuando Harold tenía quince años, un especialista visitó su casa y le recomendó un tratamiento que finalmente aliviaría sus dolores y fiebres constantes. Este fue un milagro que le permitió recuperar la esperanza. Sin embargo, no sería hasta los diecinueve años, cuando su padre decidió volver a la Iglesia inspirado por el Espíritu Santo, que Harold descubriría el verdadero propósito de su vida.
En la Iglesia, encontró respuestas sobre el plan de Dios para él. Especialmente al ser llamado como maestro de los jóvenes, comenzó a comprender su valor y misión. Finalmente, sirvió como misionero de bienestar durante dos años, un periodo que transformó por completo su perspectiva y fortaleció su relación con el Salvador.
Luchando contra desafíos invisibles
A lo largo de su vida, Harold también enfrentó batallas con la depresión y la adicción a la pornografía. En sus momentos más oscuros, encontró consuelo en mensajes como el discurso del élder Jeffrey R. Holland, “Vasos rotos”, y en la ayuda de sus padres y un psiquiatra.
Además, el ayuno se convirtió en una herramienta poderosa no solo para mejorar su salud física, sino también para superar su adicción.
Un testimonio de fe y esperanza
Hoy, Harold vive con gratitud hacia Dios y Jesucristo, quienes lo transformaron y le dieron propósito.
“Sé que Dios vive y que Jesucristo es nuestro Salvador. Me salvó de la desesperación y de mí mismo. Si seguimos a Cristo y permanecemos obedientes, seremos bendecidos, incluyendo el privilegio de tener una relación personal con Ellos”.
La historia de Harold Jay Minel Enriquez, del Barrio Sibulan, no solo inspira, sino que nos recuerda que, con fe en Cristo, incluso las pruebas más difíciles pueden convertirse en testimonios poderosos de esperanza y redención.
Fuente: El Libro de Mormón