Es fácil asumir que el mejor remedio para los momentos de tensión en el matrimonio es mejorar las habilidades de comunicación.
Supuestamente, si uno de los miembros de la pareja puede expresarse con claridad y el otro escucha con atención, deberían poder resolver todos sus problemas.
Sin embargo, como Douglas Brinley, un maestro Santo de los Últimos Días de relaciones familiares, señaló sabiamente:
“Si todo lo que hacemos es enfatizar las habilidades de comunicación con las personas sin ablandar el corazón, simplemente las convertiremos en luchadoras más inteligentes”.
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La comunicación cuidadosa no es la clave. Por muy cuidadoso y elaborado que sea el mensaje, seguirá transmitiendo irritación si no está motivado por el espíritu correcto, con “persuasión, longanimidad, benignidad, mansedumbre y amor sincero” (DyC 121: 41).
Jesucristo dio un gran sermón sobre las relaciones familiares, según se registra en Lucas 6: 27-45. Resumamos los elementos principales y hagamos algunas observaciones.
“Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen”. Puedes mejorar la relación con tu cónyuge al declarar amor en lugar de guerra.
“Así como queréis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Si quieres ser perdonado por tus faltas, debes perdonar a tu cónyuge por sus faltas.
“Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”. Debemos deshacernos de la tentación de condenar y reemplazarla con amorosa redención.
“No juzguéis, y no seréis juzgado; no condenéis, y no seréis condenado; perdonad, y seréis perdonado”. No debemos olvidar nuestra propia necesidad de perdón.
“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no consideras la viga que está en tu propio ojo?” ¡Podemos obsesionarnos tanto con las fallas de nuestro cónyuge que olvidamos las nuestras!
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca el bien; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca el mal; porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
Ten en cuenta que Jesús no enseñó que deberíamos resolver nuestras frustraciones con los demás aprendiendo mejores habilidades de comunicación.
El Salvador enseñó que debemos cambiar nuestro corazón. Lo que más necesitamos hacer es permitir que Él cambie nuestro corazón. El evangelio nos recomienda cuatro pasos:
1. Fe en el Señor Jesucristo: Cuando creemos que Jesús preside nuestros desafíos y ofrece solo experiencias que nos ayudarán a crecer en misericordia, recibimos las experiencias de crecimiento como un don sagrado.
2. Humildad: Cuando somos humildes, no vemos los errores de nuestros cónyuges como ataques contra nosotros. En lugar de irritarnos por las decepciones, examinamos nuestras propias suposiciones. Consideramos la irritación como una invitación a la misericordia.
3. Compasión: Cuando tenemos compasión por nuestros cónyuges, por sus dolores, luchas y necesidades, somos semejantes a Dios. La compasión es un don sagrado y abre el camino a la caridad.
4. Caridad: Cuando buscamos lo bueno e insistimos en ello, somos más felices y también lo son nuestros cónyuges. Preguntamos sin atacar. Nos perdonamos unos a otros.
No importa cuán justos pensemos que somos, si no tenemos caridad, estamos equivocados.
“Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy” (1 Corintios 13: 2).
Incluso los dones espirituales más grandes que no van acompañados de la caridad pueden conducirnos al fracaso espiritual.
En mi experiencia, la combinación de fe, humildad, compasión y positividad produce caridad.
Tenemos la mente de Cristo. Experimentamos un gran cambio de corazón. Esta es la clave de las relaciones basadas en el amor.
Ninguna habilidad de comunicación puede compararse con el cambio de corazón a través del Príncipe de Paz.
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Fuente: Meridian Magazine