Conservo cierta pintura que tengo del Salvador sanando a un hombre ciego. El ciego está de rodillas a los pies del Salvador, con los brazos estirados hacia Él, con la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba. El Salvador tiene sus manos extendidas, sus dedos tocan las mejillas del hombre y sus pulgares colocados suavemente sobre los párpados del hombre. Hay gente de pie alrededor mirando el milagro que se está realizando: Un matrimonio con su hija, y otra madre con su pequeño hijo. Sus ojos están fijos en la obra que el Señor realiza. Pero detrás de ellos, de pie, hay otros dos hombres que susurran. La escena es una recreación de la historia en la Biblia de Juan, capítulo 9. Aunque esta historia es una manifestación física del poder sanador de Cristo y una bella representación de la capacidad de Cristo para hacer milagros, tiene un significado espiritual más profundo también. Los individuos de esta pintura no son simples representantes de la gente en los días de Cristo. Ellos son ustedes y yo a medida que pasamos por diversas etapas de nuestra propia fe en el Señor Jesucristo.
El ciego se encuentra en el centro de la pintura. Si bien sabemos que la expiación de Jesucristo tiene el poder que abarca todos los aspectos para hacer que nuestros cuerpos imperfectos sean perfectos a través de la resurrección, no tenemos que esperar a la Segunda Venida de nuestro Salvador para cosechar los beneficios de la sanación espiritual. Si nos sometemos a nuestro Salvador, confiamos en Su poder para sanar nuestros corazones, él puede ayudar a aliviar la carga de nuestro sufrimiento todos los días. No sé cómo sucede esto, pero sé que así es. Eché mis cargas sobre el Señor y confié en él para llevarlos a por mí. A veces incluso me lleva a mí también. Pero Él nunca me ha decepcionado. Puede que haya habido momentos en los que no sentía Su amor al principio, pero eso era porque yo no confiaba plenamente en Él. Puedo haber llevado mis manos a lo alto a modo de desafío, no dispuesta a aceptar Su poder sanador. Pero el ciego en la pintura es sumiso. Esa es la forma en que debemos ser cuando nuestro Salvador está listo para sanar nuestros corazones y abrir nuestros ojos espirituales de nuevo.
Fíjese en las familias de la imagen. Son observadores voluntarios del evento. Pienso en ellos, preguntándome lo que deben estar pensando. Se centran en la acción del Salvador, sus rostros se concentran en el milagro. Ellos creen en lo que están viendo. Ellos lo apoyan en Su ministerio. Las familias de la pintura nos representan cuando vemos los milagros que suceden a nuestro alrededor. Al menos representan los momentos en los que estamos en sintonía con las enseñanzas del Salvador y apoyando Su misión. Me recuerda a cuando soy testigo de un bautismo, una confirmación, la bendición de un bebé, o cualquier otro acto de la autoridad del sacerdocio. Me recuerda a cuando soy testigo de una hermosa puesta de sol sobre una cordillera, los narcisos floreciendo en primavera, el aire fresco del otoño, y una hermosa capa fresca de nieve que cubre el suelo, las calles y las aceras como una manta suave y esponjosa. Ya sea que los milagros vengan de la naturaleza o de la mano de alguien que tiene la autoridad, son de Dios. ¿Yolos miro con asombro reverente y puedo apreciar al mensajero que permite que sucedan?
El último grupo de gente en la pintura es el más importante. No solemos gustar de mirarnos a nosotros mismos en una perspectiva negativa, pero el hacerlo nos ayuda a cambiar para mejor. Los dos hombres susurrando nos representan cuando vemos milagros y mostramos el lado negativo de nuestro carácter. Si alguna vez han orado por los deseos de su corazón y sintieron que la respuesta del Señor fue “ahora no”, luego vieron cómo otros obtenían libremente y en abundancia los milagros que ansiaban recibir, pueden haber albergado sentimientos negativos en lo profundo de sus corazones”. Cómo puede el Señor bendecirla con tal riqueza cuando yo tengo que soportar esta necesidad?“ podrían pensar. O podrían decir: “Él da libremente a todos los demás, excepto a mí. ¿Qué clase de Salvador es Él?” Y peor aún, podrían pensar, “Supongo que no me ama lo suficiente como para darme un milagro”. La ira, la tristeza, la envidia y el orgullo son algunas de las emociones más perjudiciales que nos separan de el Salvador y Sus milagros. Cuando actuamos en base a nuestras propias emociones dolorosas y olvidamos el amor del Salvador, nuestra visión de Su poder está sesgada. Vivimos en el momento, el momento de dolor, en lugar de ver la perspectiva eterna, la perspectiva del gozo eterno.
Devocional de la Mañana
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Cristo bendice a todos Sus hijos con milagros diarios. Algunos milagros son pequeñas y no se ven. Otros son enormes. Caen como lluvia desde el cielo, empapando a algunos mientras que sólo salpica a otros. Pero Su expiación nos promete que recibiremos todas Sus bendiciones a través de la resurrección. A nadie que sea fiel se le negará este regalo. La lucha, entonces, es vernos a nosotros mismos en la pintura y decidir quién queremos ser, el hombre ciego que recibe la bendición, los fieles que observan y esperan con un compromiso real, o los celosos que son más ciegos que el primero.
Es correcto decir que todo el mundo pasa a través del ciclo. Eso es parte de la superación de la naturaleza humana. Pero si podemos pasar menos tiempo susurrando sobre las bendiciones de la gente, nos daremos cuenta de los milagros que suceden justo en frente de nosotros cada día. Ynuestro Padre Celestial estará agradecido también, porque entonces Él puede confiar en nosotros para ayudarle en Su plan de llevar a cabo la vida eterna de toda la humanidad. Entonces nosotros también podemos ser sanadores de alguna manera, mientras ayudamos a otros a ver los milagros que el Salvador nos ha ayudado a ver.
Nanette ONeal– ha escrito 10 artículos en este sitio.
Nanette O’Neal ha sido una miembro activo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde su conversión en 1989. Ella vive en New Jersey como esposa y madre, autora y músico.