“Aquí hay cuatro poderosos momentos compartidos entre Jesús y las mujeres del Nuevo Testamento como se registran en la Biblia.”
En un atrevido desprecio por la superioridad masculina, el Salvador no se avergonzó de describirse a sí mismo mediante el uso de figuras femeninas.
Él es la gallina que anhela proteger a los polluelos bajo sus amplias alas si es que tan sólo viniesen a Él (Mateo 23:37; Lucas 13:37), y la mujer que barrió y buscó su casa con diligencia hasta que encontró la moneda perdida (Lucas 15 :8-10).
También te puede interesar: “12 percepciones sobre la vida de Cristo según se representan en el vitral del Centro de Visitantes de Roma”
Él Invitó a todos los que tenían sed a que vinieran a Él y bebieran de Su koilia (Juan 7:37–38), una imagen interesante pero debatida. El término se refiere a un “agujero en el cuerpo” y se traduce típicamente como “vientre” o “matriz”.
Coincidentemente, el Nuevo Testamento presenta a las mujeres como personas más que capaces de entender la doctrina, recibir revelación por medio del Espíritu y nutrir el testimonio en otros. Ellas también fueron involucradas en los momentos más significativos del ministerio mortal de Cristo.
Aquí hay cuatro poderosos momentos compartidos entre Jesús y las mujeres del Nuevo Testamento como se registran en la Biblia.
1. La Primera Declaración de Jesús afirmando ser el Mesías
En el registro de Juan, la primera confirmación hecha por el Salvador fue hecha a una mujer en Samaria. Jesús pareció haber planificado su tiempo y ruta para encontrar a esta mujer en el pozo, en su viaje, atravesando Samaria en lugar de tomar la ruta alternativa del Valle del Jordán.
La conoció antes de que ella hubiera oído hablar de Él. Ella sólo vio a un hombre sediento sentado junto al pozo.
Al dirigir esa conversación, Jesús creó un ambiente que le permitió a la mujer conocer su identidad. El aprender la verdad requiere la enseñanza del Espíritu Santo, cuya misión no es hablar de sí mismo, sino dar testimonio de Cristo y guiarnos a la verdad (Juan 16:13).
Eso es precisamente lo que hizo el Espíritu Santo por la mujer en el pozo. Ella escuchó atentamente a Jesús, pero fue el Espíritu Santo quien le reveló la naturaleza de Cristo a través de Sus enseñanzas. Una vez que fue enseñada por el Espíritu, ella pudo entender y profesó:
“Sé que el Mesías ha de venir, el cual es llamado el Cristo; cuando él venga, nos declarará todas las cosas.” (Juan 4:25).
Entonces, y sólo entonces, Jesús se declaró inequívocamente como el Mesías. La Biblia Reina Valera registra la respuesta del Salvador como “Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26). Tan pronto como la mujer recibió el testimonio de confirmación, ella “dejó su cántaro, y fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Juan 4: 28-29).
Se puede aprender mucho del hecho de que Jesús seleccionó a una mujer samaritana para que aprendiera la verdad del Espíritu y proclamara la verdad a otros por el mismo Espíritu.
La mujer del pozo era una mujer samaritana, una gran razón para ser calificada de impura por los judíos. Con un pasado cuestionable, ella no hubiera recibido ningún tipo respeto en ninguna comunidad. Esta mujer, que ni siquiera lleva un nombre en nuestras escrituras, abrió su mente y su corazón para ser instruida espiritualmente.
Ella, que no tenía un título, ni posición, ni educación formal, ni un pasado puro, pudo ver al forastero sediento como lo que realmente era: el Salvador y Redentor del mundo.
De una manera tranquila y contemplativa, la mujer samaritana recibió un testimonio claro mientras hacía sus quehaceres domésticos comunes.
En humilde forma de ser, ella alentó a cualquiera que se sentía marginado a que confíen en la invitación del Señor, la invitación de beber de Su agua viva y experimentar Su amor y poder para ser salvos.
2. La inminente muerte de Jesús y la unción preparatoria de María
De manera única, la hermana de Marta, María, aceptó la necesidad del Salvador de dar Su vida y lo ungió en preparación para Su muerte, mientras que otros discípulos intentaron prevenir [que falleciese].
María invirtió sus recursos para ungir a Jesús con nardo, “un aceite aromático derivado de la raíz de la espiga (espinacardo), que crece en las montañas del norte del Himalaya”.
El nardo que ella seleccionó costó alrededor de 300 denarios (Juan 12:5; Marcos 14:5). Suponiendo que un denario era el pago por el trabajo de un día (Mateo 20:2) y que 200 denarios podían proporcionar la comida de 5,000 hombres (Marcos 6:37,44), la compra de María representaba el salario de casi un año.
Según Marcos, María presentó una “caja” de alabastro, también conocida como frasco o vajilla, de nardo puro y sin diluir para ungir la cabeza de Cristo en reconocimiento de Su muerte inminente y Su posterior unción con especias aromáticas.
El alabastro es una piedra translúcida que se puede tallar para crear hermosos contenedores. Si bien no era infrecuente su uso, el alabastro se obtenía a un costo considerable.
En el relato de Juan, María tomó un poco de perfume para ungir los pies de Jesús. Luego le secó los pies con el pelo, lo que en efecto permitió que su cabeza fuera ungida por Jesús. En la antigüedad, uno ungía la cabeza de una persona viva y los pies de un cadáver. En otras palabras, esta fue la unción que uno normalmente recibiría en el entierro.
Judas se quejó de manera sarcástica por la extravagancia de María. Es irónico que el que entregara a Jesús a los líderes judíos al día siguiente por 30 piezas de plata, estimadas en 100 denarios, se quejara del uso del valioso perfume de María para reverenciar al Salvador.
Ignorando los comentarios de Judas, Jesús se negó a reprender a María y, en su lugar, la defendió, recibió su acto de discipulado y exaltó sus acciones como proféticas.
“Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis.” (JST, Juan 12:7–8).
Marcos y Mateo observaron aún otra manifestación del respeto del Salvador por el servicio de María. En declaraciones a los discípulos que asistieron, Jesús enfatizó la influencia de María en las generaciones futuras debido a su apertura a la revelación antes de su muerte:
“[María] ha hecho lo que podía, porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura… y lo que ella me ha hecho, se tendrá en memoria en las generaciones venideras, dondequiera que se predique mi evangelio; porque de cierto ella ha venido anticipadamente.” (JST, Marcos 14: 8; Mateo 26: 12–13).
Según Jesús, las acciones de María resaltan su comprensión inicial y respaldo a la misión del Salvador de morir para que todos puedan vivir. Su elección de servicio para con Jesús, centrándose con reverencia en sus pies, indica que ella sabía que Él iba a morir y que volvería a vivir.
Y así como la agradable fragancia del perfume llenó la habitación, el poder del Evangelio de Jesucristo se extendió por el mundo para profundizar el entendimiento de aquellos que amaron y siguieron al Maestro.
3. La crucifixión de Jesús
Aunque las mujeres de Galilea no se mencionan entre la descripción de sus milagros de sanación y las narraciones de la Pasión, su apoyo y amor por Jesús continuaron.
Jesús fue sentenciado a morir por crucifixión, un castigo deshonroso para los judíos y los romanos, que habría mantenido alejados de la escena a aquellos preocupados por su reputación.
Sin embargo, aquí había un grupo significativo de mujeres que parecían no estar interesadas en lo que la gente pensaba de ellas o en cualquier peligro al que tal devoción las pudiera exponer.
Fueron las mujeres que permanecieron cerca de Él y con Él a través de Su muerte y entierro quienes dieron una extraordinaria muestra de amor y apoyo genuinos.
Lucas inicialmente las identifica como “las mujeres que lo habían seguido desde Galilea” (Lucas 23:49), pero luego especifica a algunas de ellas como “María Magdalena, y Juana, y María, la madre de Jacobo, y las demás con ellas” (Lucas 24:10).
En contraste, en su confusión y temor, los discípulos varones “lo abandonaron y huyeron” (Mateo 26:56; Marcos 14:50).
Dos hombres fueron identificados más adelante en su lamento por Jesús, Nicodemo y José de Arimatea. Ellos tenían la influencia política para asegurarse de poseer el cuerpo de Jesús y asegurar que recibieron el entierro adecuado. Pero fue esta compañía indefinida de mujeres que siempre estaban a su lado que buscaron una manera de ayudar, buscaron consuelo en su profunda pena debido al amor que sentían por su Maestro.
Debido a que la ceremonia de entierro no pudo ocurrir hasta después del sábado, las mujeres observaron “cómo fue puesto su cuerpo” y prepararon especias aromáticas y perfumes para ungir el cuerpo para su sepultura (Lucas 23: 55–56).
El último pasaje que se registra lo que Jesús dijo antes de su Pasión, “Velad” (Marcos 13:37), y fue exactamente lo que hicieron las mujeres. Estaban acostumbradas a cuidar de Jesús en vida y no iban a abandonarlo en la muerte.
4. La primera aparición de Jesús después de la resurrección
En el momento culminante de su ministerio, el Redentor se mostró a sí mismo como uno de los primeros frutos de la resurrección a María Magdalena y por lo menos a otra mujer.
Aunque Juan identifica sólo a María Magdalena en la escena del sepulcro vacío (Juan 20:1), en su informe a los Apóstoles, ella compartió: “No sabemos dónde está”, lo que implica que al menos otra persona la acompañó en ese descubrimiento inicial, como lo registraron Mateo, Marcos y Lucas.
Preparada para ungir el cadáver de Jesús por quien todavía lloraba, María y quizás otras mujeres de Galilea se encontraron confundidas cuando hallaron hacia la tumba vacía.
Cuando los dos ángeles en la tumba les dijeron que Jesús no estaba allí pero que había resucitado y que debían contarles a los apóstoles lo que habían aprendido, María estuvo ansiosa por obedecer.
Después de que Pedro y otro discípulo vieron por sí mismos que el informe de María era verdadero, “creyeron” o se convencieron del testimonio de María y se marcharon rápidamente. María permaneció en la tumba vacía, aparentemente decidida a no partir hasta que supiera lo que le había sucedido al cuerpo de Jesús. Ella siguió velando, siempre fiel.
María Magdalena no reconoció al Salvador cuando apareció y le habló por primera vez, llamándola por un término específico: “Mujer”. Tal vez su vista estaba borrosa por las lágrimas, o tal vez la apariencia física de Jesús había sido deliberadamente cambiada para evitar su reconocimiento.
Es importante destacar que María no comprendió la resurrección del Salvador cuando descubrió el sepulcro vacío ni cuándo lo vio con sus ojos naturales. Fue cuando el Señor dijo su nombre, “María”, sus ojos espirituales se abrieron (Juan 20:16). De repente, su encuentro con el Señor resucitado se volvió muy personal.
El hecho de que el Salvador llame a mujeres como Sus testigos no puede ser más que deliberado. Sus palabras y acciones reforzaron repetidamente Su verdad, de que las mujeres no eran inferiores, sino que merecían las mismas bendiciones de Dios que los hombres podían recibir.
Este artículo fue escrito originalmente por Camille Fronk Olson en una adaptación del libro “Women of the New Testament” y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “Christ and Women: 4 Powerful Moments from the New Testament”