Cómo el encontrar el Evangelio restaurado ayudó a una atea a encontrarse a sí misma y a su fe

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La historia y testimonio de conversión de una Santa de los Últimos días. “Fui a la Iglesia con la intención de rodearme de personas edificantes… sólo quería que un la bondad de los Santos de los Últimos Días se me pegara.”

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En noviembre de 2016, me uní a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Fue la mejor, y en serio lo digo, la mejor decisión que he tomado en mi vida.

Fui a la Iglesia por primera vez con una vieja amiga de la secundaria en febrero de 2016. No habíamos hablado durante ocho años y no nos habíamos contactado desde que vivíamos en Tailandia cuando éramos adolescentes.

Aún así, me acerqué a ella en medio de un profundo ataque de desesperación que estaba experimentando después de una larga noche de fiesta en los bares de DC. Había salido, eran las 3 de la mañana, las personas a mi alrededor estaban usando cocaína y drogándose en rincones oscuros y pensé: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Y, lo que es más importante, “¿Quién soy?”

Durante todo el día siguiente no pude quitarme la segunda pregunta de la cabeza. Fue seguido por un como “¿Qué es lo que quiero de la vida?” Y “¿Cómo puedo ser más feliz?”

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Me gustaría decirles de una manera muy rápida que, en mi opinión, uno puede ser una persona perfectamente buena y aún así tomar la decisión de consumir drogas, tener relaciones sexuales o estar de fiesta hasta que se caiga.

He consumido bebidas alcohólicas desde que tenía 15 años, conseguí un trabajo, en parte debido a mi habilidad para servir una cerveza, hasta el día de hoy, tengo una reputación como la fiestera más salvaje de mi grupo de amigas.

Debo decir que ese estilo de vida no era quién era yo en verdad. Nunca lo fue. Ya era hora de que descubriera quién era y cuáles eran mis prioridades.

Quería hacer un cambio, pero simplemente no sabía cómo. A la noche siguiente, fuimos a cenar a la casa de nuestro vecino y sentí una paz inmediata fuera de toda la agitación que me había atormentado mi mente todo el día.

Mis vecinos eran conversos en la Iglesia y sentí que la paz que sentía tenía algo que ver con la Iglesia. Cualquier Iglesia, en verdad.

Pero pensé: “Los mormones son agradables. Conocí a los mormones en la escuela secundaria. Los mormones probablemente hacen cosas edificantes como el servicio comunitario. Tal vez vaya la Iglesia Mormona y algo de su bondad y felicidad se me pegarán.”

Me contacté con mi amiga de la secundaria, Rachel, y fue el comienzo de algo increíble.

Cada semana salía, bebía y festejaba con mis amigos desde el sábado por la noche hasta las 3 de la mañana del domingo. Sin embargo, me levantaba a las 7 los domingos por la mañana, me levantaba, me bañaba (no podía dejar que los mormones olieran la cerveza) y me iba a la reunión de las 8 de la mañana.

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El sólo asistir a la Iglesia por una hora, a veces dos, ocasionalmente tres (la primera vez tuve tanta resaca que sólo pude quedarme a la primera hora) me hacía sentir mejor. No había hecho ningún otro cambio en mi vida, pero esta pequeña y edificante adición a mi semana hacía una gran diferencia.

La Iglesia me enseñó sobre el albedrío y nuestra capacidad para tomar decisiones en esta vida, sobre la familia y su significado eterno. Me enseñó que Dios se preocupa por nosotros y cómo valemos y tenemos potencial.

Como una atea practicante, todo el asunto de “Dios” estaba un poco fuera de mi alcance, pero podía entender el resto de las cosas. Me hacía feliz y me sentía bien.

Fui a la Iglesia con la intención de rodearme de personas edificantes, encontrar una perspectiva positiva de la vida y tal vez encontrarme a mí misma. De manera egoísta, sólo quería que la bondad de los Santos de los Últimos Días se me pegara.

Lo que obtuve fue mucho más que eso.

En los próximos meses, aprendí a reconocer el Espíritu en mi vida. Encontré significado en las Escrituras, y aprendí de la existencia y el amor de Dios por mí. A través de las lecciones misionales, aprendí sobre el Plan de Felicidad de Dios y de mi valor.

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No fue un proceso perfecto. Me sentí un tanto relacionada con Korihor (el anticristo) cuando los misioneros me invitaron por primera vez a que leyera su historia en el Libro de Mormón. 

Una vez, sin saberlo, tomé una bebida mixta de vodka 30 minutos antes de la Iglesia. Incluso accidentalmente dije una mala palabra sobre el púlpito en una reunión de ayuno y de testimonios hace apenas un par de meses. Pero, cuando comencé a asistir a la Iglesia con más regularidad, lentamente comencé a cumplir los mandamientos sólo para probarlos.

A veces guardaba el día de reposo. En esos días, me sentía más descansada. A veces no bebía. En esos días, era más probable que fuera al gimnasio o que al menos saliera de mi casa. A veces rechazaba la invitación a tener intimidad con mi ex novio. En esos días, no me sentía tan vacía.

Los misioneros me invitaron a bautizarme en mi primera lección y, estando un tanto ebria, me reí en su cara. Nuevamente, después de varios meses de lecciones, un grupo diferente de misioneros me pidió que sacara mi calendario y escogiera una fecha de bautismo dentro de las próximas semanas.

Honestamente, estaba abrumada y algo escéptica. Pero, cuando oré en la reunión sacramental y le pregunté a Dios si debía bautizarme, tuve un sentimiento indescriptible pero abrumador que persistió por tres horas.

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Mi mente se abrió, mis oídos empezaron a escuchar, mi corazón se elevó, y supe que Dios me estaba diciendo “sí”.

Han pasado más de dos años y he tomado muchas decisiones importantes en mi vida. Dejé mi trabajo como contadora para obtener mi doctorado en terapia física. Me casé con la mejor persona que conozco y recibí mis investiduras en el templo.

Sé, sin ninguna duda, que unirme a la Iglesia fue la mejor decisión de mi vida porque me ha permitido estar cerca de nuestro Padre Celestial y ser guiada por el Espíritu cada día.

Tengo un sentido de propósito y autoestima que nunca antes había conocido, y puedo responder de manera definitiva y con confianza a la pregunta “¿Quién soy yo?” Soy una hija de Dios.

Este artículo fue escrito originalmente por Lindsay Miller y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “How Finding the Restored Gospel Helped One Atheist Find Herself and Her Faith

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