He estado pensando hoy en una parábola que el Salvador relató.
Juan 10:1-7 – De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.
Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca.
Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.
Juan 10:27 – Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen:
He estado pensando acerca de escuchar la voz del Salvador, conocerlo y seguirlo con una fe total. Me he estado preguntando cuán a menudo dejo a otras voces entrar a hurtadillas en mi vida que tratan de distraerme de mi Maestro. He estado orando por la fortaleza de saber la diferencia y “no seguir al extraño”: Yo deseo siempre ser hallada entre el redil del Buen Pastor. Quiero ser siempre una de Sus corderos. No puedo pensar en un mejor lugar donde estar. Ese es el verdadero deseo de un discípulo: emular y seguir a Cristo llegando a conocerlo personalmente, comprender quién es Él y qué significamos para Él.
Su voz siempre nos conducirá a hacer el bien, a sentir el consuelo y la seguridad de Su amor aún en las horas más oscuras de nuestras vidas. La hallamos en las escrituras a medida que leemos y estudiamos sobre Él. Está en las palabras inspiradas de aquellos en nuestras congregaciones y familias. Está allí en la sonrisa y saludo de un vecino. La nieva fresca recién caída, las flores en la primavera, el llanto de un recién nacido, todo testifica de Él. ¿Estamos escuchando?
Pienso en la historia de Elías del Antiguo Testamento, cuando es llamado al monte a comparecer ante el Señor. Vino un gran viento, pero el Señor no estaba allí. Un terremoto vino, pero el Señor no estaba allí. Vino el fuego, pero el Señor no estaba allí. Luego, Elías escucha la apacible y delicada voz del Señor. Algunas veces olvidamos la parte de la historia que explica que el Señor vino con el viento y con el terremoto y el fuego, pero no fue sino hasta que no hubo distracciones que Elías reconoció Su presencia y escuchó Su voz.
1 Reyes 19:12 – Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado.
Puede no ser estrictamente verdad, pero me pregunto algunas veces si el Señor tuvo que enviar cosas grandes y que se puedan notar con el objeto de obtener la atención de Elías, para ayudarlo a enfocarse y realmente escuchar lo que el Señor tenía que decirle. También me pregunto si sucede lo mismo en mi propia vida. ¿Ha habido ocasiones cuando he sido llamado a acercarme al Señor, pero Él ha necesitado usar algo grande para obtener mi atención y humillarme para que esté presta a escuchar?
¿Cuántas veces durante el día paso por alto las maneras en que el Buen Pastor me llama? ¿Qué me toma escuchar esos llamados? Toma estar alerta. Significa notar que la mano del Señor está en todo alrededor de nosotros, llegando estar a tono con Sus muchas bendiciones y Su Espíritu. Luego, toma mucha reflexión, búsqueda y llegar al fondo de nuestra alma. Entonces se escucha Su voz.
¿El Señor todavía habla al hombre? ¿El Salvador aún llama a Sus ovejas a seguirle?
Sí.
La pregunta verdadera es – ¿Estamos escuchando?
Por Alison Palmer el 28 de febrero de 2008