Elizabeth Ann Claridge McCune dio el discurso que cambiaría la obra misional de la Iglesia y que haría posible que las mujeres pudieran servir como misioneras.
Si alguna vez visitas Salt Lake City, es probable que conozcas la Mansión McCune, una hermoso edificio de 21 habitaciones ubicada en una colina.
Originalmente fue construida para Alfred y Elizabeth Ann Claridge McCune, Santos de los Últimos Días, y sería el lugar donde criarían a una parte de sus nueve hijos.
Su exquisito y elaborado diseño estaba muy lejos de ser una de las casas más modestas y humildes de Nefi, Utah, el lugar donde creció Elizabeth Ann.
El 1 de julio de 1872, Elizabeth Ann Claridge se casó con su novio de la secundaria, Alfred William McCune, en la Casa de Investidura de Salt Lake City, que fue un edifico temporal utilizado durante la construcción del Templo de Salt Lake.
Alfred pasó las siguientes treinta o cuarenta años consolidando su carrera profesional en empresas ferroviarias y mercantiles, lo que lo convirtió en uno de los hombres más ricos, no sólo en Utah sino también en el oeste del país.
Lamentablemente, con su creciente riqueza, perdió su interés en la fe con la que él y su esposa habían crecido. Aquello no sucedió con Elizabeth, a pesar de que siempre estaba ocupada trabajando en sus propios proyectos.
En 1905, fue nombrada por el gobernador William Spray como miembro del consejo administrativo de Utah State Agricultural College (posteriormente, Utah State University) en Logan.
Durante los últimos dos de sus diez años de servicio en la universidad, ella actuó como vicepresidenta. En lo que respecta a su servicio a la Iglesia, ella sirvió como obrera en el Templo de Salt Lake y fue una experta en lo que respecta a la historia familiar.
Ella viajó dos veces a Europa para compilar registros de genealogías. Lo hizo todo a pesar de que su esposo decidió alejarse de la Iglesia.
Elizabeth también fue miembro de la Mesa Directiva de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes y miembro de la Sociedad Genealógica de la Iglesia. En 1911 fue llamada a la Mesa Directiva de la Sociedad de Socorro.
Un discurso que cambió la historia
Cuando Elizabeth tenía 45 años, era madre de siete hijos. Su hijo de 19 años, Raymond, estaba sirviendo en una misión de tiempo completo para la Iglesia en Gran Bretaña cuando Alfred decidió llevar a su familia de viaje a Europa.
Elizabeth estaba muy emocionada por la oportunidad de encontrarse con su hijo e incluso invitó a Raymond y a algunos de los otros misioneros a quedarse en la casa que la familia McCune alquilaba en Inglaterra.
Los élderes daban muchas charlas en las calles cerca de un malecón junto a la playa, Elizabeth y su hija, Sarah Fay, participaban de ellas con regularidad.
El 28 de octubre de 1897, los Santos del área de Londres se reunieron en el ayuntamiento de Clerkenwell para la conferencia semestral de la Iglesia en Londres.
El presidente de misión, Rulon S. Wells, y su consejero, Joseph W. McMurrin, se turnaron para dirigirse a los presentes.
La hermana McCune lo recordó como una sala llena de “santos y forasteros” y “algunas personas muy distinguidas”.
Durante la sesión de la tarde, el presidente McMurrin decidió hablar abiertamente sobre un detractor de la Iglesia.
Habló sobre las falsedades que el hombre y sus hijas estaban difundiendo que las mujeres Santos de los Últimos Días estaban confinadas en la ignorancia y la degradación.
Sentada, Elizabeth pensó: “¡Si tan solo tuviéramos a una de nuestras buenas discursantes de Utah que aprovechase esta gran oportunidad, qué bien podría hacer!”.
No se imaginaba que ella sería esa discursante.
La idea apenas había pasado por su mente cuando el presidente McMurrin la señaló y anunció:
“En este momento tenemos con nosotros a una dama de Utah que ha viajado por toda Europa con su esposo y su familia y, al enterarse de nuestra conferencia, se se ha reunido con nosotros. Vamos a pedir a la hermana McCune que tome la palabra esta noche y les hable de su experiencia en Utah”.
Observando a su audiencia, ella comenzó con valentía. Más tarde registró:
“Con una última oración, les dije que me había criado en Utah y que conocía casi cada rincón del país y a la mayoría de las personas. Hablé de mis muchos viajes por América y Europa y les dije que en ningún otro lado había encontrado a mujeres que fueran tan estimadas y respetadas como entre los mormones de Utah.
Los esposos están orgullosos de sus esposas e hijas; no consideran que fueron creadas únicamente para lavar platos y cuidar bebés, es más, les brindan todas las oportunidades para asistir a las reuniones y conferencias y tomar todo lo que les sirva para su educación y las ayude a desarrollarse. Nuestra religión nos enseña que la esposa está hombro con hombro con su esposo”.
La hermana Elizabeth McCune, la visitante de Utah y madre de siete hijos, había logrado más con sólo unas palabras que todos los élderes que servían en el lugar.
Cuando la reunión llegó a su fin, muchas personas que no pertenecían a la Iglesia se acercaron a ella para felicitarla y hacerle preguntas. Una persona le dijo:
“Siempre he tenido un deseo en mi corazón de ver a una mujer mormona y escucharla hablar. Señora, usted lleva la verdad en su voz y en sus palabras”.
Un cambio importante en la obra misional
El presidente McMurrin pensó tanto en Elizabeth y su efecto en las personas que le escribió a la Primera Presidencia. Su declaración fue directa:
“Si muchas mujeres brillantes e inteligentes fueran enviadas a las misiones en Inglaterra, los resultados serían excelentes”.
El 11 de marzo de 1898, la Primera Presidencia se reunieron para abordar ese tema en particular.
El presidente Wilford Woodruff y sus consejeros, Joseph F. Smith y George Q. Cannon, habían recibido recientemente unas cuantas cartas de parte de los presidentes de misión de todo el mundo solicitando que se enviaran hermanas misioneras.
En un cambio sin precedentes, decidieron convocar y apartar a las hermanas solteras como misioneras de la Iglesia de Jesucristo.
Por primera vez en la historia de la Iglesia, las mujeres solteras recibirían un certificado que las autorizarían a predicar el Evangelio.
En la conferencia general de abril de 1898, el presidente Cannon anunció aquella decisión a la membresía de la Iglesia.
Señaló que si bien las misioneras no pueden administrar ordenanzas, “pueden dar su testimonio, pueden enseñar, pueden dar folletos y pueden hacer muchas cosas que ayuden la propagación del Evangelio del Señor Jesucristo”.
El 1 de abril de 1898, Amanda Inez Knight y Lucy Jane Brimhall fueron llamadas como las primeras misioneras solteras en la historia de la Iglesia de Jesucristo, en gran parte debido a la forma en que Elizabeth McCune pasó sus vacaciones y defendió sus creencias.
Este artículo fue escrito originalmente por Kathryn Jenkins Gordon y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “How One Woman’s Impromptu Speech Led to the First Sister Missionaries Being Called”