El 27 de octubre de 1838, el gobernador de Misuri, Lilburn W. Boggs, firmó una orden que cambiaría para siempre la historia de los Santos de los Últimos Días. Su decreto, conocido como la “Orden de Exterminio”, autorizaba el uso de la fuerza para expulsar a los miembros de la Iglesia del estado, y si era necesario, eliminarlos.

Sí, suena extremo. Y lo fue. Aquel documento representó uno de los capítulos más oscuros de la historia de la Iglesia, pero también una de las pruebas más grandes de fe y resistencia para los primeros Santos.

Un documento legal con consecuencias devastadoras

Retrato oficial del gobernador Lilburn Boggs, por Ralph Chesley Ott (1870-1931). Imagen: Capitolio del Estado de Misuri.

La llamada Orden de Exterminio (Ejecutiva n.º 44) no fue una metáfora. En palabras del propio Boggs:

“Los mormones deben ser tratados como enemigos y deben ser exterminados o expulsados del estado si es necesario para la paz pública.”

Con esa frase, la presencia misma de los Santos en Misuri se volvió ilegal. La orden daba vía libre a las milicias locales para actuar con violencia. No todos querían hacerlo, pero muchos entendieron el mensaje: el gobierno aprobaba el odio.

Aun así, los Santos no respondieron con guerra, sino con fe. Intentaron mantener la paz, establecer comunidades y seguir construyendo su sueño de Sion. Pero el miedo y los prejuicios crecieron más rápido que la verdad.

Entre el miedo y la política

C. C. A. Christensen (1831–1912), «La batalla de Crooked River», ca. 1878, témpera sobre muselina, 78 x 114 pulgadas. Museo de Arte de la Universidad Brigham Young, donación de los nietos de C. C. A. Christensen, 1970. Imagen: ChurchofJesusChrist.org

¿Por qué ocurrió algo así? No fue solo religión. Fue miedo, poder y política.

Los miembros de la Iglesia creían en reunirse en un solo lugar para edificar Sion, lo que despertó sospechas entre los habitantes locales. Su rápido crecimiento también cambió la dinámica económica y política de la región. 

Y, además, muchos los veían como abolicionistas, en un estado donde la esclavitud aún tenía apoyo.

Tres meses antes de la orden, un grupo de ciudadanos ya había publicado un manifiesto exigiendo que los Santos fueran expulsados “por la fuerza, si fuera necesario”. Boggs simplemente oficializó un odio que ya estaba creciendo.

El conflicto que encendió la chispa

The Haun’s Mill Massacre. Imagen: ChurchofJesusChrist.org

El punto de quiebre llegó con la Batalla del Río Torcido (Crooked River), el 24 de octubre de 1838. Un grupo de Santos se enfrentó accidentalmente con una milicia estatal. Murieron tres Santos y un soldado.

Los rumores no tardaron, se dijo que los “mormones” estaban en rebelión, que atacaban al gobierno. Boggs creyó esas versiones y escribió que había recibido “información de lo más espantosa”. Fue suficiente para justificar la orden. Tres días después, la persecución se desató con más fuerza que nunca

Aunque no hay registros de muertes directamente causadas por la orden, sí se desató una ola de violencia. El ejemplo más conocido es la Masacre de Haun’s Mill, donde 17 hombres y niños Santos fueron asesinados a sangre fría.

Miles de miembros fueron expulsados de sus hogares, perdieron tierras, pertenencias y familiares. Pero en medio de esa tragedia, la fe sobrevivió. Los Santos huyeron, sí, pero también siguieron creyendo que el Señor tenía un propósito más grande.

Esa fe los llevó finalmente a Nauvoo, y luego al Valle del Lago Salado. A veces, la historia del Evangelio no se escribe en templos, sino en el polvo del camino.

Casi 140 años después

Retrato oficial del gobernador Kit Bond. Imagen: LDS Daily

Sorprendentemente, la orden de exterminio siguió vigente hasta 1976. Aunque ya no se aplicaba, nunca había sido oficialmente anulada.

Durante las celebraciones del bicentenario de Estados Unidos, el entonces gobernador de Misuri, Christopher “Kit” Bond, finalmente la revocó, diciendo:

“Expresando en nombre de todos los misurianos nuestro profundo pesar por la injusticia y el sufrimiento causado por la orden de 1838, la rescindo oficialmente.”

Aquel acto simbólico fue un reconocimiento tardío, pero necesario. No podía borrar el pasado, pero sí podía recordar al mundo que la fe no se destruye con decretos.

Lo que queda para nosotros

hombre de rodillas orando con las manos extendidas en un atardecer
Debemos honrar la fe de quienes decidieron no odiar, aun cuando fueron odiados. Imagen: Canva

Hoy, mirar atrás en esta historia es mirar el precio de la libertad religiosa. Aquellos Santos perdieron todo, menos su fe. Y quizás esa sea la lección más profunda: Nadie puede “exterminar” la esperanza de un corazón que confía en Cristo.

Como Dios le mencionó a José Smith en su momento:

“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; Y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos” – D. y C. 121:7–8.

Recordar la Orden de Exterminio no es revivir el dolor, sino honrar la fe de quienes decidieron no odiar, aun cuando fueron odiados. Su ejemplo sigue siendo una luz para todo discípulo de Cristo que enfrenta persecución, incomprensión o pruebas.

Fuente: LDS Daily 

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