¿Cómo le explico a mi familia que no es mormona que saldré a una Misión?

“Mormón atrévete a ser; atrévete a lo correcto aunque solo estés. Atrévete a un propósito firme tener, y atrévete a darlo a conocer”

¡Quiero ser misionera! ¡Quiero servir una Misión de tiempo completo! Fueron las palabras que poco a poco originaron un silencio sepulcral en toda la sala. Soy miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde los 2 años, y tengo 2 hermanas, la mayor es Miriam y la menor es Karla. Conocimos la Iglesia por medio de mi abuelita; ella pidió permiso a mis padres, para poder llevarnos a la Iglesia, ellos accedieron fácilmente, e incluso, nos llevaban, pero ellos se iban.

El 14 de febrero mi hermana mayor, cumpliría 19 años, la edad establecida para las mujeres de servir una Misión; ella había esperado ese momento, por más de 3 años, se había preparado al salir con las misioneras, leer el Libro de Mormón, leer la Biblioteca Misional (“JESUS ES EL CRISTO”, “EN BÚSQUEDA DE NUESTRA FELICIDAD”, “LEALES A LA FE”, “PRINCIPIOS DEL EVANGELIO”; adherirse a nuevos hábitos, compartir el evangelio, y demás. Pero, aunque ella se estaba preparando, no había contemplado, que mis padres -no miembros- no estaban preparados para esta noticia.

Y agravando más el asunto, mis papas conocían mucho de la Iglesia, aun cuando no pertenecían a ella, a pesar de eso, mi papá estaba en rotundo desacuerdo en servir misiones de tiempo completo como mujer. La respuesta de mi padre fue clara y sencilla: No. A lo cual, mi hermana, escuchó súbitamente y subió a su cuarto. Esa noche no se dijo más. Prosiguieron los días y meses, y mi hermana no cedió. Hasta que un buen día mi papá le manifestó: “Esta bien, si quieres irte de misionera, tendrás que demostrármelo, día a día, hasta que te vayas. La idea principal de él, era que ella claudicara en su objetivo; pero, mi hermana nunca había estado más decidida a lograrlo. Yo no conocía esa fuerza y valentía espiritual, que emergía de ella y me enseño el valor de servir una Misión de tiempo completo.

Después, surgieron pruebas, dificultades, retos inimaginables, y aun así, se levantaba del dolor, de la amargura y del proceso tan difícil que tuvo que superar. Recuerdo una noche, en la cual las lágrimas de las dos rodaban, y nos preguntábamos que sucedería, a lo cual, cantamos el himno de Conmigo quédate: “Señor; y hazme descansar. Maldad, tinieblas y temo, te ruego alejar. Da a mi alma esa luz que siempre brillará.”

Finalmente, la carta tan esperada llegó, serviría una Misión de tiempo completo en la Misión México Guadalajara, por un periodo de 18 meses.

Sin duda alguna, sé que el sobreponernos a nuestras pruebas, y sobre todo, cuando decidimos servir en una Misión hay dificultades. Sin embargo, en esos meses aprendí que no hay nada más valioso, más preciado y más gratificante que servir a los hijos del Padre Celestial. Si estás pensando en servir una misión, y existen alrededor de ti dificultades o agonía, recuerda que no hay nada más valioso que la valentía que proviene de aquel que todo lo sufrió, que agonizo, para que cada uno de nosotros pudiera obtener la vida eterna. Ningún esfuerzo, prueba, dificultad, agonía, es más grande que la valentía que surge del amor del Salvador. Esa es la dádiva más preciada. La Obra Misional ha cambiado mi vida de diversos enfoques.

Llego a la misma conclusión: La Obra Misional es esa grande obra maravillosa de la cual todos podemos ser partícipes. Vívanla, actívenla y háganla parte de su vida.

Escrito por Kenia Díaz.

Comentarios
5
4.5

Deja Tu Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *