Al finalizar una misión de tiempo completo, un joven fue invitado a compartir su experiencia. Uno de los líderes presentes le hizo una pregunta inesperada:

“¿Qué hicieron tus padres para prepararte para una misión exitosa?”.

La respuesta no fue sencilla. Las noches de hogar, las oraciones familiares, los viajes al templo y los estudios matutinos del evangelio fueron parte importante de su preparación. Sin embargo, esas prácticas no evitaron que su misión fuera difícil. Tampoco evitaron que cometiera errores, incluso conociendo la doctrina.

Existen muchas formas de ayudar a los hijos a adquirir un testimonio y prepararse espiritualmente. Pero incluso quienes han sido bien instruidos verán su fe puesta a prueba, antes y después de salir a la misión. Es parte del proceso y no se puede evitar.

Pero hay algo que sí se puede dar a los hijos. Una herramienta que va más allá del conocimiento y que permanece incluso cuando surgen las dudas: la certeza de sus padres.

Lo que realmente heredaron los hijos de Helamán

misioneros sentados leyendo un manual
Misioneros. Imagen:La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La historia de los 2,000 jóvenes lamanitas es muy conocida. Aunque nunca habían peleado, no temían morir. Se ofrecieron a luchar por la libertad de sus familias, y su valentía fue clave en una gran victoria.

Mucho se ha enseñado sobre cómo sus madres los “revistieron con la armadura de Dios”, y sobre su aparente fe sin titubeos. Pero hay una frase en ese relato que revela algo más profundo:

“ Sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría.Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían”.(Alma 56:47–48)

El relato no dice que ellos no dudaban. Dice que sabían que sus madres no dudaban. Que habían sido enseñados. Que podían confiar en lo que sus madres les habían testificado. Esa fue su verdadera armadura.

Más que conocimiento: certeza emocional y espiritual

Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Los jóvenes no solo fueron enviados al campo de batalla con mandamientos o teorías, sino con una convicción que venía de casa. Sabían que sus padres conocían a Dios, y eso les dio fuerzas para actuar incluso en medio de incertidumbre.

En lugar de solo saber lo que estaba bien, sabían que sus padres lo sabían. Habían aprendido a confiar, a recordar lo enseñado y a creer en su valor como hijos de Dios.

Muchos misioneros enfrentan días de duda, desánimo y confusión. El campo misional no está libre de batallas emocionales y espirituales. Pero cuando un joven o una joven sabe que en su hogar hay amor, convicción y una fe firme en Jesucristo, esa certeza los sostiene mientras su propia fe madura.

misioneros en africa
Compartir el evangelio.
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Dias

Así como los hijos de Helamán fueron heridos en batalla pero regresaron con vida, muchos misioneros volverán con cicatrices, pero también con convicciones más profundas. Las pruebas fortalecen la fe. Las heridas pueden acercar al Salvador más que cualquier otro tipo de experiencia.

Aunque los hijos aún no tengan su propio testimonio completamente desarrollado, pueden salir con el de sus padres. El amor, la seguridad y la confianza expresados con claridad son un escudo real.

No basta con suponer que ya saben lo que sus padres creen. Es mejor decírselos con palabras, con actos, con oraciones. Que no quede duda de que se les ama, de que se confía en ellos y de que Dios está presente en su historia.

Enviar a un hijo a la misión con esa certeza puede marcar toda la diferencia. Porque cuando llegue el momento de la prueba, recordarán lo que se les enseñó. Y con el tiempo, llegarán a saber por ellos mismos lo que una vez solo sabían que sus padres sabían.

Fuente: LDS Living

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