En el pasillo de un centro de reuniones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una escena llamó la atención. Un grupo de misioneros caminaban en fila, con bandejas de gelatina en mano, en medio de una boda. Se sumaban con alegría al espíritu de la celebración.
Llevaban sus clásicas camisas blancas, corbatas bien puestas y placas negras al pecho. Uno sonreía de oreja a oreja, como si fuera parte de un musical. Otro mantenía el rostro serio, concentrado en no derramar ni un solo vaso de gelatina.
Al fondo, el salón decorado se llenaba de invitados conversando. Un arco floral marcaba el comienzo de una nueva etapa para los recién casados.
Este tipo de momentos recuerda que la obra misional también se vive en lo cotidiano. Participar, servir, estar donde alguien necesita una mano, incluso si es para repartir postres en una boda, también es parte del evangelio.
No es necesario estar predicando constantemente para dejar una impresión espiritual. A veces, basta con estar presentes.
Tal vez ningún invitado recuerde dentro de unos años cuántos vasos de gelatina había. Pero es muy probable que muchos recuerden la ternura de ver a tres misioneros colaborando con entusiasmo, en fila, como parte de una comunidad que se alegra con los que se alegran.

En muchas unidades del mundo, los misioneros se involucran en actividades especiales del barrio o la estaca. Lo hacen con gusto, sin esperar nada a cambio. Para ellos, ayudar en una boda, uno de los días más importantes para una familia, también es una forma de testimonio. Es estar presentes, sumarse a la alegría ajena y reflejar con acciones el amor que predican.
La imagen ha circulado por redes sociales y ha despertado ternura. Muchos han visto en ella una muestra sencilla, pero poderosa, de cómo los misioneros van más allá del deber. También saben reír, servir y celebrar.
Porque en el Reino de Dios, no hay tareas pequeñas. Todo acto de amor cuenta.