“Ahora bien, si hay faltas, estas son equivocaciones de los hombres; por tanto, no condenéis las cosas de Dios”.
Estas inspiradas palabras que se encuentran en la portada del Libro de Mormón pueden ser la explicación más completa respecto a uno de los capítulos más desafiantes en la historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Aunque desde la restauración del Evangelio de Jesucristo se han alcanzado avances y logros encomiables, también han existido errores dolorosos respecto a las relaciones raciales.
El caso de Elijah Abel
Para iniciar este recorrido, debemos destacar que, en sus orígenes, las enseñanzas del profeta José Smith presentaban una perspectiva más inclusiva sobre la raza.
Como se describe en diferentes documentos históricos de la Iglesia, incluidos los Ensayos del Evangelio, el profeta José ordenó a hombres de color al sacerdocio, como el caso Elijah Abel, en 1836, luego de participar en la ceremonia del templo en Kirtland.
Esta práctica temprana demostró que las doctrinas iniciales de la Iglesia no eran excluyentes en función de la raza. Por el contrario, estos comienzos progresistas fueron eclipsados por la presión social predominante de mediados del siglo XIX.
Fue así que, en 1852, bajo el liderazgo de Brigham Young, la Iglesia instituyó públicamente una política que prohibía a los hombres de ascendencia africana poseer el sacerdocio. Una decisión fuertemente influenciada por el clima racial de la época, que reflejaba creencias sociales en lugar de las enseñanzas fundamentales del evangelio.
Las implicaciones de esta prohibición fueron significativas, ya que condujo a la exclusión de los miembros de color de aspectos clave de la vida de la Iglesia, incluidas las ordenanzas del templo.
División absoluta en Norteamérica
Aunque se presentaron diversas justificaciones sobre esta restricción, algunos sugirieron que las personas con ascendencia africana fueron menos valientes en la batalla preterrenal o que se trataba de una maldición hacia la descendencia de Caín, ninguna se sostiene bajo doctrina oficial de la Iglesia.
Estas creencias se sumergieron dentro de un contexto político donde la cultura racial era muy contenciosa: los blancos gozaban de grandes privilegios y el Congreso de Estados Unidos limitó la ciudadanía a “las personas blancas libres”.
Por más de medio siglo, los problemas de raza dividieron el país, e incluso la Corte Suprema decretó que las personas de raza negra no poseían “ningún derecho que el hombre blanco tuviera la obligación de respetar”.
Esta presión política se introdujo, entonces, en las prácticas de la Iglesia. Especialmente luego de que el Congreso creara el territorio de Utah y el presidente de los EE. UU. designara a Brigham Young como gobernador de aquella tierra.
Sin embargo, a medida que la integración racial en los Estados Unidos se fue extendiendo, especialmente en las décadas de 1940 y 1950, los líderes de la Iglesia —incluido el presidente David O. Mckay— expresaron sus esfuerzos por recibir la revelación que les permitiese a todos los hijos de Dios, sin excepciones, acceder a cada una de las bendiciones del Evangelio de Jesucristo.
Alianzas por la igualdad racial
Llegaría así, en 1978, el día más esperado por muchos Santos de los Últimos Días llegó: el presidente Spencer W. Kimball levantó la prohibición del sacerdocio a las personas de color y permitió que todos los miembros varones dignos, independientemente de su raza, tuvieran acceso a las ordenanzas del sacerdocio y del templo.
Este cambio trascendental marcó un punto de inflexión en la historia de la Iglesia y abrió la puerta a una mayor inclusión, realizando esfuerzos concertados para enfrentar su pasado y promover la igualdad racial.
Además, la Iglesia se ha asociado con organizaciones como la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) para fomentar el diálogo y la comprensión en materia racial, haciendo hincapié en la importancia de la diversidad dentro de sus filas.
Estas iniciativas demuestran un compromiso sincero con la creación de un entorno inclusivo para todos los miembros.
La Iglesia ha puesto en marcha varios programas destinados a aumentar la inclusión, como el Grupo Génesis, que apoya a los miembros de color y aborda sus preocupaciones particulares dentro de la Iglesia.
Esfuerzos que ha ratificado en declaraciones el actual presidente de la Iglesia, Russell M. Nelson, quien ha enfatizado constantemente que todas las personas son iguales ante los ojos de Dios, reforzando el compromiso de la Iglesia con la inclusión y denunciando el racismo en todas sus formas.
“[…] Él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a Él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios” (2 Nefi 26:33).
Fuente: Ask Gramps