Cuando sucedió, la cambió de forma absoluta, significativa e indeleble. Reordenó una parte esencial de ella. Tocó fundamentos enterrados muy por debajo de la superficie de su mente, y, como resultado, “se convirtió al Señor” (Alma 19:16).
Al fin y al cabo, esto es lo que prometían los cuatro evangelios anteriores, ¿no? Esto es lo que María, Nefi, Benjamín, Abinadí y Alma han visto y todos han prometido: que Dios viene a salvarme. Que Dios viene a cambiarme. Que Dios viene a “convertirme” en algo nuevo.
Lo que le ocurre a Abish sucede en territorio enemigo, fuera de los límites de la sociedad nefita. En un libro centrado en hombres nefitas, le sucede a una mujer “lamanita” (Alma 19:16), y en un libro dominado por reyes y ejércitos, le sucede a una “criada” (Alma 19:28).
Pero aun así, ahí está ella. Increíblemente, Abish se “convierte al Señor” sin ningún misionero, sin ninguna iglesia, sin ninguna escritura, sin ningún ritual ni ordenanza, simplemente “a causa de una notable visión de su padre” (Alma 19:16).
Y luego, “habiéndose convertido al Señor, y sin haberlo dado a conocer” (Alma 19:17), simplemente continúa así, transformada pero silenciosa, redimida pero invisible.
Aunque sabemos lo mínimo sobre lo que le ocurrió a Abish, también es cierto que ella, a su vez, parece haber experimentado, sin misioneros, iglesias, Escrituras ni ordenanzas, algo parecido a lo mínimo necesario para la conversión.
Está claro que la conversión de Abish la dejó hambrienta de la plenitud del evangelio, y cuando la ve, la reconoce, pero en ausencia de esa plenitud, ¿qué tipo de cambio era tan poderoso y tan esencial que, incluso sin esa plenitud, ella se consideraba “convertida al Señor”?
Abish puede ser un buen ejemplo de lo que el teólogo católico Karl Rahner llamó un “cristiano anónimo”, o lo que el teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer llamaba un “cristiano inconsciente”.
Un cristiano anónimo es alguien que, como Abish, se ha “convertido al Señor” sin saber cómo nombrarlo. Se lo guarda para sí misma porque no sabe cómo compartirlo.
Analicemos su conversión según el versículo: “convertida al Señor muchos años antes a causa de una notable visión de su padre” (Alma 19:16).
Este es un buen punto de partida, pero no está claro lo que significa esta breve descripción. ¿Está informando Mormón que el padre de Abish tuvo una visión y luego Abish se convirtió a causa de ello?
Prefiero pensar que Abish tuvo su propia conversión y no gracias a la visión de su padre, de esta manera su conversión se entrelaza con su familia.
Esto me lleva a pensar que tuvo un cambio en las relaciones con las personas de las que más dependió, cuya influencia moldeó su corazón y mente a los niveles más profundos.
La conversión debe estar entrelazada con la familia y con Dios, y para ello debemos reconciliarnos con los demás y aceptar que dependemos de ellos para ser lo que somos, obtener lo que queremos y tenemos, y que la verdadera alegría siempre es compartida.
Para convertirnos, debemos reconciliarnos con el hecho de que no podemos perfeccionarnos sin ellos, ni ellos sin nosotros (Doctrina y Convenios 128:15).
Y eso también fue lo que sucedió con todos los siervos del rey Lamoni, pues “declararon haber recibido un cambio en sus corazones”. Entonces, la conversión cambia el corazón, es decir, lo que más queremos y buscamos como nuestra felicidad.
Un corazón cambiado, o una mente que se ha convertido al Señor, es un corazón que ya no desea hacer el mal, sino que depende de la voluntad de Dios, y no de la suya propia, para ser feliz.
Esto, creo, es lo que le sucedió a Abish.
Este es el cambio que Abish experimentó para alcanzar la conversión y la redención, y sin él, sin esta experiencia transformadora de primera mano con Dios, ninguna religión puede salvarnos.
Mis circunstancias no podrían ser más diferentes de las de Abish, pues desde el principio, he tenido todas las ventajas que ella no tuvo: nací cristiano, dentro del convenio, destinado al sacerdocio y nombrado en los registros de la Iglesia antes de que pudiera hablar o gatear.
Toda mi vida ha estado llena de reuniones, Escrituras y ordenanzas; mi corazón y mi mente fueron formados en los niveles más profundos y tempranos por mis padres, su devoción a la Iglesia y su amor a Dios. Sin duda, ha sido una gran bendición.
Con los años, sin embargo, me he encontrado recorriendo el mismo camino que Abish, pero al revés.
He trabajado y estudiado y ayunado y orado para volver a ese lugar anónimo donde ella empezó, donde se encontró convertida al Señor, una cristiana inconsciente, antes de que pudiera siquiera nombrar lo que había sucedido.
Abish empezó con Dios y acabó encontrando la Iglesia.
Yo empecé en la Iglesia y me he pasado la vida buscando a Dios.
E, irónicamente, cuanto más me he acercado a lo esencial de su cristianismo anónimo, más arraigado me encuentro en la Iglesia, sus Escrituras y sus convenios.
*Imagen de portada: Maidservant Hero por James Fullmer
Fuente: LDS Living