*Nota del editor: Este artículo fue originalmente escrito por Jeff Teichert y ha sido traducido y adaptado por el equipo de Más Fe. 

Durante los últimos cinco años trabajando con adultos solteros mayores, una de las preguntas más comunes, y más dolorosas, que escucho es:

“¿Por qué?”.

“¿Por qué mi cónyuge no me amó?”,

 “¿Por qué decidió dejar nuestra familia eterna?”,

 “¿Por qué, si hice todo lo que pude?”

 “Fui fiel a mis convenios, me esforcé, perdoné, fui buen padre o madre, trabajé duro, no hubo infidelidad, ni abuso… ¿Entonces por qué?”.

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Estas preguntas, aunque parecen diferentes, en el fondo apuntan a una misma inquietud profundamente personal: “¿Por qué no fui suficiente?”

Nuestro primer impulso suele ser defendernos:

 “¡Pero sí fui suficiente! ¡Sí di lo mejor de mí! ¡La otra persona fue la que complicó la relación!”. 

Desde la caída de Adán y Eva, tendemos a buscar culpables: “La mujer que me diste…”, dijo Adán (Génesis 3:12). 

Pero aunque es válido examinar nuestras decisiones y comportamientos en una relación, tratar de encontrar en los sentimientos o elecciones de la otra persona una explicación sobre nuestra valía personal casi nunca trae paz.

Si mi cónyuge me dejó, ¿significa que no era digno de amor? ¿O dice más de él o ella que de mí? Sus elecciones son suyas. Sus sentimientos son suyos. Puedo y debo analizar mis propias acciones para entender si ayudaron o perjudicaron la relación. Pero esa es una pregunta distinta a la dolorosa “¿Por qué no fui suficiente?”.

Permíteme decirte algo con claridad: no necesitas demostrar que tú tenías razón y tu cónyuge estaba completamente equivocado para justificar tu dolor

pareja discutiendo
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Incluso si cometiste errores, como todos lo hacemos, tienes derecho a sentir tristeza y duelo por la pérdida de un matrimonio. No necesitas ser perfecto para llorar lo que perdiste. No necesitas cargar con culpas que no te corresponden. Puedes dejar el juicio final en manos de Dios y simplemente permitirte sentir.

Cuando pienso en el dolor del rechazo, recuerdo un relato del Libro de Mormón que me ha fortalecido muchas veces. Alma, en su misión, llegó a Ammoníah, una ciudad donde “Satanás tenía gran poder sobre los corazones” (Alma 8:9). Alma oró intensamente por su bienestar, trabajó con todo su corazón y aún así, fue rechazado, escupido y expulsado de la ciudad (Alma 8:13).

Al irse, “estaba agobiado de tristeza… y angustia del alma” (Alma 8:14). ¿Cuántos de nosotros hemos sentido algo parecido por las decisiones de un cónyuge? ¿Cuántos hemos suplicado al Señor que toque y ablande el corazón de quien se aleja?

En medio de ese dolor, un ángel se le apareció a Alma y le dijo algo poderoso:

“Alza la cabeza y regocíjate… porque has sido fiel al guardar los mandamientos de Dios” (Alma 8:15).

pareja distanciada
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El mensaje del ángel no fue: “¿Qué hiciste para que te rechazaran?” o “¿Por qué no predicaste mejor?”. No le pidió que se culpara por decisiones ajenas. En cambio, lo invitó a enfocarse en lo que sí había hecho bien: ser fiel.

A veces, como Alma, damos todo lo que tenemos. Luchamos en oración. Nos desgastamos por amor. Y aun así, la otra persona decide endurecer su corazón. En esos momentos, debemos recordar que no somos responsables por decisiones ajenas.

Tony Robbins, un conocido motivador, habla sobre cómo cambiar tu postura física puede influir en tu estado de ánimo. El consejo del ángel —“alza la cabeza”— no solo fue espiritual, también fue práctico. Cuando enderezas tu espalda y levantas la mirada, comienzas a sanar, aunque sea poco a poco.

el divorcio
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El ángel ayudó a Alma a cambiar el enfoque: de la tristeza por lo que no podía controlar (el rechazo de los demás), a la alegría por lo que sí podía controlar (su fidelidad). Y ese es también el llamado para nosotros.

No tienes control sobre si alguien más te ama o no. No puedes obligar a nadie a quedarse. Pero sí puedes elegir sanar.

No te desgastes buscando explicaciones que quizá nunca llegarán. Si diste lo mejor de ti, entonces levanta la cabeza.
Recuérdalo: para el Señor Jesucristo, tu mejor esfuerzo siempre será suficiente.

Fuente: Meridian Magazine

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