Dorothea Bea nació el 18 de abril de 1947, en Chicago. Creció en una familia numerosa con 14 hijos: 10 varones y cuatro mujeres. 

Su madre falleció cuando aún eran pequeños, por lo que Dorothea asumió una gran parte de la responsabilidad de cuidar a sus hermanos menores.

La situación era difícil; a veces apenas tenían comida y vivían en un vecindario donde era necesario estar siempre alerta para no sufrir agresiones en la calle. A pesar de las adversidades, salieron adelante.

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Más adelante en su vida, Dorothea enfrentó la experiencia de vivir en situación de calle. Durante una visita a un familiar, mientras buscaba reconstruir su vida, vio en la televisión un anuncio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. 

El anuncio aparecía una y otra vez, y ella sintió que era una señal del Señor. Decidió llamar al número que aparecía en pantalla y, poco después, dos misioneros llegaron a visitarla. El mensaje que compartieron la conmovió profundamente. Se sentía cansada de llorar y anhelaba ser parte de algo que le devolviera la esperanza.

Su bautismo fue una experiencia maravillosa, y asistir al templo por primera vez también lo fue. Dorothea disfrutó especialmente de los bautismos por los muertos; le gustaba sumergirse en el agua y sentir como si estuviera renaciendo, como si su alma se renovara.

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Al recibir su investidura, experimentó una sensación de calidez y cosquilleo, y no podía dejar de agradecer al Señor en voz baja. Tiempo después, fue sellada a sus padres. Invitó a miembros de varios barrios cercanos y muchos asistieron para acompañarla en ese momento especial. 

Durante la ceremonia, luchaba por contener las lágrimas mientras mantenía una sonrisa. Para ella, el sellamiento fue como recibir una cálida bienvenida de parte de sus antepasados.

A sus 78 años, Dorothea sigue encontrando paz y consuelo al asistir al templo. Aunque aún carga con emociones difíciles del pasado, entrar al templo le da la sensación de caminar por un sendero de paz. 

Ya no necesita mirar por encima del hombro. Puede relajarse. El espíritu que se siente en el templo la calma y la reconforta. Y está convencida de que muchas personas, al igual que ella, necesitan ese consuelo en sus vidas.

Fuente: LDS Living

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