En mi clase de Cuórum de Élderes estábamos hablamos sobre la oración cuando un hermano gentilmente compartió: ¿Por qué si oré mucho, no tengo respuesta alguna?
Sentí su dolor.
Pude imaginar los desafíos que enfrenta su familia y cuánto ora sincera y repetidamente en busca de guía divina. Sentí profundamente su lucha y decepción.
“Tengo fe, mi deseos son justos. ¿Por qué no llegó esa bendición?”
La pregunta es difícil.
A menudo confiamos que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16), pero a veces, no es así.
Después de mi cirugía de cáncer, uno de mis riñones terminó afectado por una obstrucción en las vías urinarias y, debido a eso, tenía la posibilidad de someterme a una operación si esto fallaba.
Oré con fervor y sentí la impresión de que todo iba a estar bien, pero experimenté claramente que el procedimiento no funcionó ya que Él me hizo percibirlo. A pesar de eso, recibí Su consuelo.
Debemos ser pacientes y así obtendremos respuesta a nuestras oraciones.
Si somos pacientes, podremos ver que Dios sí realiza esas bendiciones solo que de distintas maneras y en el tiempo que Él considera que es mejor para nosotros.
Aun así, la pregunta del hermano me sorprendió. Muchos de nosotros tenemos momentos en los que nos dirigimos a Dios con fe y en oración para atravesar pruebas muy serias, sin embargo, estas pruebas persisten.
Cuando la vida nos presenta desafíos como la pérdida de un ser querido, un divorcio, problemas de salud o desafíos financieros, es importante recordar que la paciencia es una virtud y que las bendiciones siempre están por llegar.
Aunque este consejo es cierto, puede parecer superficial.
¿Cómo debemos ver el propósito o la eficacia de la oración en esas circunstancias?
El segundo mensaje para nosotros, cuando las oraciones no parecen ser contestadas, se centra en la palabra “en última instancia”.
El Padre finalmente obrará para nuestro bien, eso a veces significa que el resultado no ocurra en la Tierra, se cumplirá después de que nos unamos a Él en la eternidad.
Podemos confiar en que, si seguimos adelante con fe, sanaremos de cualquier dolor, nos reuniremos con nuestros seres queridos y recibiremos bendiciones que llenarán los deseos de nuestras almas.
Aunque atesoramos esa promesa, puede ser difícil no ver nuestras oraciones cumplidas aquí y ahora.
Cuando esto ocurre, es tentador caer en una trampa y ver las oraciones como transacciones.
Podríamos sentir la tentación de pensar:
“Me dirijo a ti ya que mediante mi fe, mis oraciones deben ser contestadas con deseo y si no lo son, entonces es razonable que dude de su propósito y de mi fe en Ti”.
Pero Dios no es como una máquina dispensadora.
No insertamos nuestra oración, tiramos de una palanca y esperamos que salga una bendición, ese no es el propósito de la oración, la verdadera fe no es un intercambio de cosas, la verdadera fe es confiar en el Señor pase lo que pase.
Cuando Jesús oró, “aparta de mí esta copa”, comenzó con “si tú quieres” y terminó con “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Mientras expresaba sus propios deseos, el propósito clave de la oración de Jesús era confiar en la voluntad y los propósitos de Su Padre.
Elegimos esta oportunidad de venir a un mundo como seres humanos caídos para crecer y prepararnos para morar con el Padre.
Sabíamos que enfrentaríamos dolores y pruebas, así como gozos y triunfos. Pero ahora, habiendo olvidado lo que una vez sabíamos, insistimos en que Dios explique y justifique esos desafíos de una manera que tenga sentido para nosotros o que los haga desaparecer. Sin embargo, la fórmula inspirada por el cielo para enfrentar nuestros desafíos es:
“Por tanto, muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo”.
Con fe, nos regocijamos cuando las oraciones son respondidas como esperábamos. Con paciencia, aceptamos cuando las oraciones no se conceden de inmediato, confiando en que traerán bendiciones en el futuro.
Aunque las pruebas terrenales nos angustien, abrazamos la esperanza de una sanación plena y bendiciones eternas al retornar al amor de nuestro Padre.
Dios declaró:
“El que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado”. (Doctrina y Convenios 78:19)
Nosotros, que solo vemos altibajos de Sus gloriosos propósitos, debemos orar fervientemente y confiar completamente.
No sé por qué Dios retrasa o retiene bendiciones. Pero sí sé que Dios bendice a Sus hijos.
Fuente: Meridian Magazine