Este artículo es una adaptación del libro “Compassion: The Great Healer’s Art”, escrito por el élder Ulisses Soares, del Cuórum de los Doce Apóstoles.
Mis padres se bautizaron en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando era un niño. Ellos eran buenas personas, incluso antes de ser miembros de la Iglesia, pero tenían algunos malos hábitos.
Mi padre fumaba, bebía y tenía otros hábitos del mundo. Mi madre era muy religiosa, pero tenía costumbres muy diferentes a las de los miembros de la Iglesia.
Lo que realmente nos ayudó a mantenernos en la Iglesia restaurada de Jesucristo fueron las visitas de las personas de nuestra pequeña rama. Ellos nos ayudaron y nos amaron.
Siempre recibíamos visitas todas las semanas y nos invitaban a las noches de hogar. Ellos hacían todo lo posible para adentrarnos a este nuevo mundo.
Pienso que mis padres se quedaron en la Iglesia a causa de estos buenos discípulos de Cristo y el amor que recibieron de ellos.
Entender es amar
Cuando entendemos las circunstancias de las personas, tendemos a actuar con amor, y a acogerlos según sus necesidades.
Siempre debemos procurar ministrar a las personas según sus circunstancias. Así haremos lo que Jesucristo hizo: entender sus desafíos y dificultades.
Si bien todos podemos ser diferentes, existe una unidad que cada uno de nosotros puede seguir desarrollando, pues somos “uno” en nuestra travesía de regreso a nuestro hogar celestial.
Somos “uno” en nuestra imperfección, “uno” en los dones espirituales que recibimos, “uno” en nuestra capacidad de crecer, sin importar las circunstancias.
Con una medida espiritual en común, cada uno de nosotros es tan valioso como la persona a nuestro lado debido al justo y misericordioso Salvador.
Por ello, debemos ser paciente con los demás, debemos mostrar amor y respeto por todos ellos.
Mi familia y yo experimentamos el sentimiento de paz y consuelo que la ministración a la manera de Cristo nos puede traer en diferentes ocasiones.
En un fin de semana frío y lluvioso de 2002, mi familia y yo viajamos a una rama. Cerca a la capilla había diferentes vendedores ambulantes y personas mendigando.
Dos de ellos captaron la atención de mi hija; a un señor que le faltaba una pierna mientras que una pequeña niña de 7 años temblaba por el frío y no tenía un abrigo.
Mi hija sin dudar, movida por compasión, le dio su lindo abrigo, el único que había llevado. Ella no nos dijo nada, y no nos habíamos dado cuenta.
Al día siguiente, cuando nos alistábamos para ir a la Iglesia, le dije a mi hija que se colocara su abrigo debido al frío, sin embargo, ella solo entró al carro. En ese momento mi esposa me explicó lo que había sucedido.
Nuestra hija había sido instruida en cuanto a la caridad y otros principios del evangelio, pero en ese día ella pudo experimentar activamente y por sí misma este hermoso atributo.
Al ver a aquella niña en gran necesidad, ella pudo haber escogido mirar para otro lado, pero no lo hizo.
Cuando utilizamos estos atributos divinos mediante nuestras acciones de fe y no solamente con nuestras palabras vacías, la palabra compasión se graba en nuestra mente y corazón, dejando una deleitable y deseable marca que reposará en nosotros para siempre.
Algunos se preguntan cómo ayudar a los amigos cercanos a vivir el evangelio, especialmente a aquellos que se alejan, sin embargo, la verdadera pregunta sería en cómo podemos entenderlos y tener más compasión por aquellos con quienes no estamos de acuerdo.
Jesucristo nos pidió vivir la ley del perfecto amor, el cual es un don universal. Él nos invita a seguirlo, y la invitación de seguirlo a Él es la invitación de ser como él.
Recuerda lo que le respondió Jesús a Simón el Fariseo cuando una mujer le lavó los, pues y Él perdonó sus pecados:
“Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero al que se le perdona poco, poco ama”. – Lucas 7:47
El Salvador extendió Su perfecto amor a esta mujer, quien era conocida por todo el mundo como una pecadora.
Esa es la respuesta del Señor a la pregunta de cómo podemos interactuar con los que no piensan como nosotros: Mostrando un amor genuino.
Esfuérzate por ser una buena influencia para ellos, y sírvelos de la mejor manera en que puedas. Hazles saber que te preocupas por ellos.
La razón por la que amamos a las personas no es porque sean miembros de la Iglesia o porque hacen lo correcto; los amamos porque son hijos de Dios.
Cuando Jesucristo dijo que “os améis unos a otros”, no dijo que amemos solo a los que se parecen a nosotros, sino a todos.
Todas las almas son de gran valor a los ojos de Dios, y cada persona que encontremos es un amado y amada hijo e hija de Dios. Es nuestra responsabilidad llevar este amor a todos.
Fuente: LDS Living