En muchas etapas de la vida, el amor aparece cuando menos lo esperamos. A veces nace en la escuela, en un trabajo nuevo o en un grupo de amigos. Pero también a veces puede gustarnos alguien inesperado, alguien que no comparte nuestra fe pero sí nuestra manera de ver la vida, nuestra amabilidad o nuestros sueños.

Entonces, nos preguntamos si salir con alguien fuera de la Iglesia vale la pena. Es una pregunta honesta, y también muy común.

Hace poco conocimos la historia de una joven pareja que vivió este escenario desde algo tan simple como una amistad del colegio. Su experiencia no pretende dar respuestas definitivas, pero sí abre una ventana para reflexionar sobre cómo llevar el corazón de la mano con la fe.

A partir de aquí, seguimos su camino.

Donde empezó todo

El amor comenzó de manera sencilla, en una amistad que creció con naturalidad. Imagen: Canva

Hace unos años atrás una joven conoció a un chico en su colegio y se hicieron amigos sin ninguna expectativa. Con el tiempo, la confianza creció y aquello que parecía una amistad tranquila empezó a tomar otro rumbo. Antes de dar cualquier paso, ella sintió algo claro.

Si este sentimiento iba a avanzar, Cristo debía estar en la conversación.

Lo invitó a la Iglesia sin presiones. Él aceptó con curiosidad y, poco a poco, fue descubriendo el evangelio con sinceridad.

Terminó tomando la decisión de bautizarse por convicción propia, no por insistencia ni por quedar bien. Ese detalle marcó el ritmo de lo que vendría después.

Cuando llegan los desafíos

Ambos aprendieron que a veces amar significa dejar espacio para que la otra persona crezca espiritualmente, confiando en que el Señor trabaja en cada proceso. Imagen: Canva

Empezaron a salir y, como en cualquier relación joven, aparecieron pruebas. Después de un año, decidieron terminar. No fue una ruptura dramática, fue un momento de honestidad y de crecimiento. Él necesitaba afirmarse espiritualmente.

A veces el amor también consiste en darle espacio al otro para que crezca junto al Señor.

Sus amigos lo ayudaron. Él se mantuvo firme. Ella siguió su camino. Ambos siguieron aprendiendo a confiar en Cristo, aun separados.

Dos caminos que volvieron a cruzarse

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El servicio misional transformó su visión y, al reencontrarse, descubrieron que cuando Cristo está al centro, las decisiones se vuelven más claras y el amor más honesto. Imagen: Masfe.org

Pasó el tiempo y los dos sintieron el deseo de servir como misioneros. Aun lejos, se apoyaban como amigos. El servicio les cambió el corazón y la manera de ver la vida.

Cuando regresaron a casa, conversaron sin expectativas pesadas. Simplemente quisieron ver qué sentían.

Cuando dos personas han puesto a Cristo al centro, las decisiones se vuelven más claras y menos complicadas.

Decidieron intentarlo de nuevo, esta vez con una base más sólida.

Lo que vino después

Construyeron una familia con cimientos espirituales. Aprendieron que una relación crece de verdad cuando ambos eligen caminar hacia Cristo juntos, dejando que el evangelio moldee su manera de amar cada día. Créditos: Natasha Alves y su familia. Imagen: masfe.org

Hoy tienen siete años de casados y una hija. Han pasado por estudios, trabajo, mudanzas y sueños pendientes, pero sobre todo han aprendido que el evangelio sigue moldeando su manera de amar.

Una relación crece de verdad cuando ambos desean caminar hacia Cristo, no uno detrás del otro, sino juntos.

La historia no es perfecta, porque nadie lo es. Por el momento tampoco tiene un “final”, es una vida que sigue avanzando con fe. Y quizá ahí está la respuesta que muchos jóvenes se hacen:

¿Vale la pena enamorarse fuera de la Iglesia? 

matrimonio en el templo
Cásense con la persona correcta, en el lugar correcto y en el momento correcto. Imagen: masfe.org

Vale la pena si la otra persona está dispuesta a seguir a Cristo contigo, si trata de aferrarse al Señor y obtener su propio testimonio porque en verdad lo desea.

No se trata de encontrar a alguien idéntico a nosotros, sino a alguien que quiera avanzar hacia la misma meta: una familia eterna en nuestro hogar celestial.

Y en ese camino, finalmente, la recomendación siempre será clara. Tal como el presidente Gordon B. Hinckley enseñó:

“No hay sustituto para casarse en el templo. Es el único lugar bajo los cielos donde el matrimonio puede ser solemnizado para la eternidad. No te prives de esa bendición. No prives a tu compañero o compañera. No limiten sus vidas. Cásense con la persona correcta, en el lugar correcto y en el momento correcto.

Elijan un compañero o una compañera de su misma fe. Es mucho más probable que encuentren verdadera felicidad. Elijan a alguien a quien siempre puedan honrar, a quien siempre puedan respetar, alguien que complemente su vida, alguien a quien puedan entregar todo su corazón, todo su amor, toda su fidelidad y toda su lealtad”.

Porque al final, cuando dos personas eligen a Cristo, el amor encuentra dirección, propósito y eternidad.

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