Lo que nos enseña la Sirenita sobre nuestra verdadera identidad y valor individual

Hace poco, comencé a leer cuentos a mi hija de tres años. Encontré una versión de la Sirenita que me sorprendió mucho, era muy distinta a la que escuché alguna vez.

¿Qué tiene que ver la Sirenita con el valor individual?

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La Sirenita, en los cuentos de Andersen, cuando sube a la superficie para descubrir cómo es el mundo fuera del mar, es testigo de la existencia de humanos, que son físicamente similares a ella, salvo por la cola. Pronto, la Sirenita ve a un príncipe que la cautiva por completo.

Encantada, no podía apartar los ojos de él. Quería estar a su lado, conocerlo y enamorarlo. No obstante, ¿cómo podría? Tenía cola de pez y, como decía su abuela, los humanos consideraban esa cola de pez una deformidad.

Ansiosa por cumplir su deseo, decidió hacer un pacto con una bruja. Renunció a su cola para convertirse en humana y dio su voz a cambio, sin estar segura de poder ganarse el corazón de su amado príncipe.

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Luego, la Sirenita renunció a su familia, su hogar y a quién era ella, para encajar en lo que el mundo pensaba que era ideal y hermoso.

Cambió su cola por piernas, cambió el reino de su padre por el reino del mundo, en el momento en que le dio una voz. La princesa heredera, se cambió a sí misma y terminó sin voz. Sin voz para el mundo y especialmente sin voz para sí.

En los cuentos de Andersen, ella no se casa con el príncipe, se convierte en espuma.

El mundo no reconoce nuestro verdadero valor

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Actualmente, son muchas las voces presentes en el mundo con el fin de silenciar y rebajar nuestro valor individual. Ese valor que tiene características tan únicas y singulares gracias al Padre.

El valor individual hoy en día suele medirse por nuestra apariencia, estatus social, posesión de bienes o éxito en el campo profesional o académico.

La hermana Daiane Korth da Silva en la revista Liahona de septiembre de 2018 compartió:

“Nuestra valía individual provino de los cielos. Sentí como si mi mente finalmente se abriera a una luz que necesitaba profundamente pero que nunca pensé que conseguiría.

Me di cuenta de que antes había sentido que estaba mal gustarme a mí misma porque no encajaba con el estereotipo mundano de lo que debía ser una mujer hermosa y valiosa.

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Ahora estaba lista para admitir que me encantaba mi personalidad introvertida y algo excéntrica, mi cabello rizado y desordenado, mis ojos castaños, mi nariz de patata, mi gran sonrisa e incluso mi cuerpo con sobrepeso que aún así hace lo que necesito que haga. Me sentí agradecida por ser una creación de Dios.

Finalmente entendí que Él no crea errores.

Aprendí una verdad que para muchos puede ser obvia: ¡mi valía individual no tiene nada que ver con este mundo! Proviene del cielo; siempre ha estado conmigo, incluso si yo no podía verla.

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No lo deciden los medios de comunicación, ni mis compañeros, ni nadie más que nuestro Padre Celestial y Jesucristo, y Ellos me consideran lo suficientemente valiosa como para que el Salvador muriera por mí.

Las voces del mundo siguen llamando y juzgando, pero ahora tengo un firme conocimiento de mi valía que no quiero olvidar jamás. Ese conocimiento me brindó paz y alegría que quiero compartir con todas las personas que conozco”.

¿Cómo puede la voz del Señor anular la voz del mundo?

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Podemos silenciar la voz del mundo al esforzamos diariamente por silenciar las voces que nos destruyen y aumentar las que nos edifican y nos acercan a Dios.

Esto lo podemos hacer de las siguientes formas:

Alejarnos de personas que menosprecian, critican o humillan por quienes somos, ya sea a través de un comentario mezquino o una actitud directa.

Elegir alimentar nuestro espíritu con buenos nutrientes a través del estudio de las Escrituras y los mensajes de los siervos escogidos del Señor.

Escuchar himnos que nos inspiran.

  Ser juiciosos con lo que seguimos en las redes sociales.

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A medida que alimentamos diariamente nuestro espíritu con estos esfuerzos y buscamos saber más acerca de nuestro Padre Celestial y Salvador, nos será más fácil ver más claramente que nuestra verdadera identidad se parece a la Suya, porque fuimos creados a Su imagen y semejanza.

El élder James E. Faust, en la revista Liahona de octubre de 1999, compartió:

“El ser hija de Dios significa que si buscan su verdadera identidad podrán encontrarla; sabrán quiénes son y eso las hará libres; no libres de las restricciones sino más bien de las dudas, de las preocupaciones y de la presión que ejerzan las amistades.

No tendrán que preocuparse de: ‘¿Me veo bien?’, ‘¿me expreso bien?’, ‘¿qué pensará la gente de mí?’

jesus milagros

Jesucristo. Foto: Shutterstock

La convicción de que son hijas de Dios les brinda un sentimiento de seguridad en su propia valía, lo cual significa que podrán encontrar fortaleza en el bálsamo de Cristo.

Dicha convicción les ayudará a soportar las congojas y los problemas con fe y serenidad”.

Saber quiénes somos realmente nos ayuda a encontrar felicidad y paz duraderas.

Entonces, cuando la vida se ponga difícil o cuando las voces del mundo se vuelvan demasiado fuertes, recuerda que el Padre Celestial siempre estará disponible para ayudarte a ver quién eres realmente y quién puedes llegar a ser.

Fuente: Mais Fe

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