Cómo esta mujer con leucemia encontró consuelo en las pioneras de La Iglesia de Jesucristo

Este es un extracto de la historia de Jenny, una historiadora de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Jenny fue diagnosticada con leucemia linfoblástica aguda y a lo largo de múltiples quimioterapias y dolorosos trasplantes de médula ósea, encontró consuelo en el fuerte espíritu de las pioneras Santos de los Últimos Días, de las que estudió durante toda su vida.

No tener temor de morir

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Mi cuñado envió a mi mamá a D.C. en el primer vuelo. Cuando entró a la habitación, ambas empezamos a llorar. Se subió a la cama conmigo, me abrazó y me dijo cuánto me amaba.

Al día siguiente, vino otra doctora, se sentó a hablar conmigo y me dijo:

“Quiero saber cuáles son algunas de tus preocupaciones. ¿Tienes miedo de morir?”

Respondí:

“¿¡Qué!? No, estoy en medio de tantas cosas buenas y tengo una misión en la vida”. 

muerte

Sentía que tenía la responsabilidad de escribir la historia de las mujeres Santos de los Últimos Días y dije:

“No, no voy a morir y la misión de mi vida no ha terminado. Además, debo tener hijos. Quiero decir, mi bendición patriarcal dice que tendré hijos”. 

No creo que utilizara esas palabras porque ella no lo habría entendido. Pero, dijo:

“Oh, cariño, tenemos que hablar”. 

Ella me explicó la gravedad de la situación y aun no siento que lo haya asimilado.

Descubrir tu misión en la vida

Fue una ruta tortuosa descubrir cuál era mi misión en la vida.

Como asistente de investigación, que trabajaba para dos historiadoras, una de mis responsabilidades era leer las minutas de la Sociedad de Socorro de Nauvoo.

Sentía como si sus palabras se dirigieran a mí. Podía escuchar sus susurros, diciéndome que existían, que eran personas importantes, que habían hecho un gran trabajo.

Deseaba aprender más sobre ellas. Quería contarles a todos sobre estas mujeres, sobre Emma Smith, Eliza R. Snow y Elizabeth Ann Whitney, y las cosas extraordinarias que hicieron.

Eran mujeres increíbles. Iban a la escuela de medicina y almacenaban granos. Sentía muy fuerte en mi corazón, el deseo de compartir sus voces con el mundo.

Esfuerzos que no parecen tener resultado

Sentí que el Padre Celestial me estaba comunicando que esa era la misión de mi vida y que Él y otros estarían conmigo.

Eso me motivó a ir a la escuela de posgrado para obtener un doctorado en historia estadounidense en la Universidad George Mason. Sin embargo, de pronto, aquí estaba, en un hospital en Arlington, Virginia, dándome cuenta de que mi vida se estaba deteniendo.

Me sentí agradecida de que mi obispo decidiera mantenerme como presidenta de la Sociedad de Socorro.

Eso realmente me mantuvo alejada de la locura de las quimioterapias y la calvicie. Además, estaba rodeada de amor.

No solo tenía la compañía de mis amigos o la de mi mamá, también estaban Emma, ​​Eliza, Emmeline y Zina. Sabía que estaban allí para animarme y ayudarme.

Quimioterapias y sueños cumplidos

Pasé dos años de quimioterapia y me encontraba en remisión. Mi cuerpo todavía no era el mismo. Sabía que nunca iba a correr otro maratón. Sin embargo, pude seguir adelante y terminé mi tesis doctoral.

Así que me gradué y conseguí el trabajo de mis sueños en el Departamento de Historia de la Iglesia en Salt Lake City.

Me mudé a Utah, compré una casa y comencé mi primer proyecto. Asimismo, comencé a recibir atención continua en una clínica de cáncer de sangre en LDS Hospital.

Me sacaron sangre y, de repente, quisieron hacer otra biopsia de médula ósea. Sabía que estaba en problemas. Así que llamé a mi mamá y ella vino a Salt Lake. Además, llamé a un hermano de mi barrio para que me diera una bendición del sacerdocio.

Me dijo, “este sólo será un incidente breve en tu vida, tienes muchas cosas que hacer”.

Sin embargo, se dieron cuenta rápidamente de que mi leucemia había regresado y que mi sangre tenía un 98% de leucemia. Debido a ello, no trabajé durante un año. Con este segundo diagnóstico, me sentía furiosa.

Sentir resentimiento contra Dios

tener ira es como beber veneno

Tenía todo planeado. Todo estaba listo, todo estaba en su lugar. Me enojaba que Dios permitiera que esto sucediera, que me preservara durante ese primer ataque de cáncer. Sabía que este iba a ser un largo camino.

Estaba enojada con mi cuerpo por no aguantar como yo lo deseaba. Me enojaba tener que dejar mi trabajo durante otra temporada. Me enojaba no poder terminar el proyecto en el que estaba trabajando.

Se me hizo muy difícil orar. No me sentía bien con Dios. No podía abrirle mi corazón porque sentía miedo y estaba enojada.

En ese tiempo, era necesario que me realizaran un trasplante de médula ósea.

Antes de dicho procedimiento, recibí otra bendición del sacerdocio de un amigo de la presidencia de mi estaca.

Me dijo que el Señor tenía un plan para mí y que mi vida sería preservada. Que nada me impediría cumplir mi misión. Me prometió que mi salud fluiría, pero que viviría y que sería testigo de su poderosa mano.

Posteriormente, me sometí al trasplante de médula ósea. Mi hermano, Ben, era compatible conmigo. Agradezco muchísimo que sea un soldado tan fuerte.

Fue una experiencia horrible. Tuve que hacerme una radiación de cuerpo completo. Me sometieron a una radiación cerebral. Me atemorizaba muchísimo perder mi capacidad para pensar, escribir e investigar.

Realmente fue muy difícil, pero lo hice. Casi inmediatamente después del trasplante, comencé a experimentar algunos de esos efectos secundarios.

Recuperación, inspiración y una prueba más dura

milagros

Mi esófago se inflamó, no podía beber ni comer nada. Tomaba líquidos y nutrientes, me sentía muy mal.

Recuerdo que llegó un médico y me dijo: “Jenny, tenemos que llevarte al borde de la muerte para que podamos devolverte la vida”.

Fueron siete u ocho semanas muy difíciles en el hospital y, luego, un período largo de recuperación.

Después de aproximadamente un año, comencé a sentirme mejor. Volví a trabajar. Estábamos haciendo una recopilación de los discursos de las mujeres de la Iglesia y un libro. Lo disfruté mucho.

Descubrir a estas mujeres me trajo mucha energía, esperanza y gozo. Mientras mi cuerpo se recuperaba, podía sentirlas latir a través de mi sangre.

esperanza

El libro estaba a punto de salir y me sentía muy emocionada. Sabía que estas mujeres estaban orgullosas de que sus palabras estuvieran al alcance de todos y que otras mujeres encontraran gozo, esperanza y fe en sus palabras.

Me sentía lista para comenzar con mis próximos proyectos cuando me informaron que mi leucemia había regresado.

Esta vez la leucemia no había entrado a mis huesos. La médula de mi hermano había fortalecido la mía lo suficiente. Sin embargo, mi ADN todavía quería formar leucemia linfoblástica. Entonces, fue a la siguiente barrera sanguínea, que era mi hueso. Tenía lesiones leucémicas en la columna, el esternón y las costillas.

Una nueva oportunidad para intentarlo

Recuerdo que estuve en la Conferencia de la Asociación de Historia Occidental en St. Paul, Minnesota. Recibí una llamada de mi doctora, que dijo: “Jenny, lo siento, tu cáncer ha regresado y vas a tener que someterte a otro trasplante de médula ósea”.

No quería hacerlo, sabía que existía una probabilidad muy baja de éxito con un segundo trasplante de médula ósea. Cada vez que el cáncer reaparece, tienes cada vez menos posibilidades de superarlo y curarte. Me sentía muy frustrada.

Un día, me reuní con mi neumólogo, que me contó que su hijo falleció el año anterior debido a una sobredosis de drogas. Me dijo:

“Jenny, no tienes 80 años. Mi hijo tiene un 0% de posibilidades de vivir. Pero, tú tienes un 10% de probabilidades de vivir, tienes que intentarlo”. 

bendición patriarcal

De repente pensé en la bendición del sacerdocio que había recibido antes de mi trasplante, en la que me dijeron que tenía una gran obra que realizar y que mi vida no terminaría hasta que se cumpliera esa misión.

Me di cuenta de que tenía que hacer todo lo posible para mantener vivo mi cuerpo. Así que estuve de acuerdo.

Justo antes del segundo trasplante, descubrimos que tenía neumonía. Así que debíamos aclarar eso antes de poder continuar con el trasplante. No obstante, fue muy difícil averiguar qué causaba la neumonía.

Entonces, durante tres meses estuve con oxígeno y nunca me había sentido tan cerca de la muerte. Todo lo que quería hacer era acurrucarme y dormir.

“Solo viví porque no podía morir”

día de los pioneros

Recordé el relato de Jane Snyder Richards. Una mujer del norte del estado de Nueva York, que se casó y fue a Nauvoo con su bebé. Su hermosa hija se llamaba, “Wealthy”.

Tan pronto como los Santos se fueron de Nauvoo, su esposo fue llamado a servir en una misión en Inglaterra y ella esperaba un segundo bebé.

Ese bebé nació y vivió como una hora y murió. Su hija, Wealthy, la pequeña, se estaba enfermando y no había comida para darle. Jane también estaba muy enferma. Pronto, Wealthy murió. Jane no tenía fuerzas para continuar, estaba completamente sola. De repente, recordó una frase suya: “Solo viví porque no podía morir”.

Un ayuno muy poderoso

Pensé mucho en eso, en cómo la muerte no sería tan mala. Sería genial ser liberado de este cuerpo físico. Sin embargo, sabía que tenía que vivir. Sabía que tenía que cumplir mi misión.

No tenía la energía para orar o buscar revelación. Sin embargo, me esforcé mucho para sobrevivir.

Un día, dos amigos vinieron a visitarme y almorzamos juntos. Fue tan bueno ver a mis amigos y tuve una pequeña chispa de revelación.

Llamé a mi obispo, vino y decidimos hacer un ayuno de barrio. Muchos de mis amigos se unieron y fue algo muy tierno. Oraron para que los médicos pudieran descubrir qué causaba la neumonía y proseguir con el trasplante.

No estábamos orando para recibir un milagro poderoso como sanarme y correr otra maratón. Solo estábamos orando para recibir información y así fue.

Se dieron cuenta de que tenía inflamación en los pulmones debido a la radiación dirigida a esas lesiones leucémicas en las costillas, la columna y el esternón. Así que me recetaron esteroides y, casi de inmediato, desapareció la neumonía.

Pude tener ese segundo trasplante de médula ósea. Dio la casualidad de que recibí la sangre de mi hermano durante el Viernes Santo. Me dio una nueva vida y estoy muy agradecida por eso.

El proceso no fue tan malo la segunda vez. Pude quedarme en casa, curarme muy rápido y volver al trabajo lo antes posible.

Al mismo tiempo, recibí la tarea de escribir un libro sobre Emma Smith y estaba realmente emocionada. Fue un proceso lento, ya que aprendí a escuchar a mi cuerpo, tomar siestas, caminar además de acumular energía y capacidad pulmonar.

Una profunda e inspirada perspectiva

Cuando terminé el libro, comencé a sentir a Emma conmigo.

Comprendí cuando una y otra vez, algo surgió y le impidió hacer lo que deseaba.

Yo conocía ese sentimiento y ella lo sabía. Recibió una revelación en 1830 que le indicó que seleccionara himnos. Eso no sucedió durante seis años.

Asimismo, se le enseñó a exponer las Escrituras y exhortar a la Iglesia que ella era una dama elegida. Eso no sucedió durante 12 años cuando la Sociedad de Socorro comenzó en 1842.

De repente, sentí que mi experiencia de vida realmente me estaba preparando para comprender este período de tiempo y esta necesidad de ser paciente en el Señor.

Como le dijeron a Emma, ​​tomarse el tiempo para estudiar y aprender.

Sigo sin creer que Dios planeó que yo sufriera de una manera tan física. Sin embargo, sí creo que tenía la intención de que yo tuviera una experiencia terrenal y mortal.

Él nunca me dejaría sola. Siempre lo tendría a Él y a mi Madre Celestial. Asimismo, tendría a Jesucristo de mi lado. Además, tendría a todas esas mujeres maravillosas de la historia de la Iglesia inspirándome y dándome fuerzas.

Esta es una adaptación del artículo que fue publicado originalmente en LDS Living con el título “It was my ladies: How a Church historian undergoing chemo found comfort in the lives of early Latter-day Saint women”.

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