Después de la muerte y resurrección de Jesucristo, Pedro y Juan fueron al templo donde había un hombre que no podía caminar y les pidió una limosna.
Tal vez podrías pensar que ciertamente Pedro le dio algunas monedas, pero lo que le dio fue algo mucho más valioso.
En el libro de Hechos se registra la respuesta de Pedro:
““No tengo plata ni oro, mas lo que tengo te doy: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” (Hechos 3:6)
Era la primera vez que este hombre caminó y su alegría fue tanta que saltó de la emoción. Nada de esto hubiera sido posible sin la fe de Pedro y el poder de sacerdocio.
Pedro no dio lo material, pero sí lo espiritual. No lo llenó de riquezas, pero sanó su alma y su cuerpo.
No obstante, seamos sinceros, probablemente no vayas a curar el cuerpo de una persona, pero sí su alma. Tú puedes sanar a las personas de muchas maneras.
Hay personas que son como ángeles que aparecen repentinamente en momentos difíciles donde uno se siente nada o menos que eso.
Esa persona solo siguió las impresiones del espíritu, dedicó un poco de su tiempo, algo de valor y una pizca de bondad. En pocas palabras, usó lo que tenía.
Tú también puedes hacerlo. Tú puedes obrar milagros con lo que tienes.
El élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“Tenemos la responsabilidad sagrada de aprender a reconocer [la] influencia [del Espíritu Santo] en nuestra vida y responder”.
Mientras busques servir a los demás con lo que puedas, no solo marcarás la diferencia en la vida de una persona, sino que también aprenderás a reconocer la influencia del Espíritu Santo.
Sirve y da lo mejor de ti. Y recuerda que la mayor parte del tiempo Dios contesta las oraciones mediante otras personas.
Tú puedes ser la respuesta a la oración de otra persona; esa persona puede estar más cerca de lo que creas. ¡No dudes en hacer el bien!
Puedes leer el resto del artículo en este enlace y aprender más sobre la felicidad de ayudar al prójimo tal como Jesucristo lo hizo.