Volver a la Iglesia no es tan simple como decidir “este domingo regreso”. Para muchas personas, ese primer paso se siente emocionalmente pesado. No porque hayan perdido la fe, ni porque ya no quieran acercarse a Dios, sino porque regresar implica enfrentar pensamientos e inseguridades que nadie ve desde afuera.

A veces el temor viene de encontrarte con personas que recuerdan tu ausencia. Otras veces es la idea de que ya no encajas como antes o que alguien podría preguntarte cosas que no tienes ganas de explicar. También puede haber un poco de vergüenza, aunque no tengas claro por qué. Todo eso se junta y hace que regresar parezca más difícil de lo que debería. Sin emabrgo ese peso no significa debilidad espiritual y en realidad le pasa a muchos. No erees la única persona lidiando con esto.

El miedo social a veces pesa más

Muchos temen volver a la Iglesia por miedo a las críticas. Imagen: Canva

La mayoría de las personas que quieren volver no tienen miedo de Dios. Tienen miedo de la gente: de ser observadas, de que alguien haga un comentario incómodo, de que se note que estuvieron “inactivos”. Ese miedo es real y válido. No es falta de fe, es el resultado de experiencias pasadas y expectativas que cargamos sin querer.

pero recuerda algo, volver no significa que debas justificarlo o responder a todo. Nadie está obligado a contar su historia ni a explicar qué pasó.
Volver es una decisión personal. Y si decides regresar, aunque sea en silencio y sin conversaciones largas, eso ya demuestra más sinceridad que cualquier discurso.

Es normal que sientas vergüenza

No tienes por qué sentir vergüenza al regresar a la Iglesia, porque casi todos han pasado por un periodo de alejamiento. Imagen: Canva

La sensación de “todos se darán cuenta” aparece incluso antes de entrar. Esa vergüenza puede venir de un error, del tiempo lejos o simplemente de sentir que no estás tan fuerte espiritualmente como antes. A veces pensamos que los demás tienen una memoria perfecta de nuestras ausencias, cuando en realidad cada persona está lidiando con su propia vida.

La vergüenza te hace creer que eres la excepción, pero no lo eres. Casi todos han pasado por un periodo de alejamiento, incluso aquellos que hoy parece que lo tienen “todo en orden”. Y aunque no hablen de eso, lo entienden más de lo que imaginas. Por eso la vergüenza no tiene por qué tener la última palabra. No te define y no invalida tu deseo sincero de volver. Es solo una emoción momentánea, no una barrera real.

No regresas al pasado; regresas a una versión más honesta de ti

manos entre amigos que se ha alejado de la Iglesia
Volver a la Iglesia no es un retroceso sino un avance. Imagen: conferre.cl

Una gran mentira del enemigo es pensar que volver te devuelve a como eras antes. No es así. Nada en tu vida es igual que cuando te fuiste. En realidad tienes más experiencia, has caminado más y puedes ver las cosas, a veces, con mayor claridad.

Volver no te hace retroceder, te hace mirar quién eres ahora. Y desde esa versión más madura, puedes relacionarte con tu fe de una manera mucho más auténtica. No vuelves para encajar en un molde antiguo, vuelves para reconstruir algo que sigue siendo importante para ti, pero desde un punto de vista más realista, más honesto y más tuyo. Dios no espera que seas la misma persona. Él trabaja con lo que eres hoy, no con lo que fuiste antes.

Todo empieza antes de volver

La idea de volver a la Iglesia empieza con un cambio interno. Imagen: Masfe.org

Volver físicamente es solo una parte del proceso; la verdadera vuelta empieza mucho antes, en lo interno. Comienza cuando extrañas sentir paz, cuando una oración vuelve a salirte del corazón, cuando una escritura te toca otra vez o cuando te descubres pensando en Dios. Esas señales silenciosas muestran que algo dentro de ti ya está tratando de regresar, y por eso entrar a la capilla no es lo más difícil. Lo más desafiante ya lo estás haciendo: estás moviendo tu corazón poco a poco hacia casa.

Volver a la Iglesia cuesta más de lo que la gente reconoce, pero no es una prueba ni un examen. Es un acto de honestidad contigo mismo. Si decides dar ese primer paso, aunque sea pequeño y aunque te tiemble el corazón, ya te estás dando una nueva oportunidad. Con el tiempo podrías darte cuenta de que ese paso que parecía tan pesado era, en realidad, el comienzo de algo que necesitabas más de lo que imaginabas.

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