Mi primera Navidad en los Estados Unidos y mi primer contacto con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cambió mi vida. Mi familia era musulmana y no sabíamos qué era la Navidad cuando emigramos para Estados Unidos.
No sabíamos inglés, y mi madre, que nunca había trabajado fuera de casa, comenzó a hacerlo durante días enteros en una tintorería, y mi padre, un neurocirujano capacitado, trabajó siendo repartidor durante la noche mientras estudiaba en las mañanas para ser médico en el país.
Recibiendo un milagro
En nuestra primera época de Navidad, Maryam, una amiga de la familia, nos invitó a una fiesta en la capilla y luego de ello mi mamá le pidió que los misioneros nos enseñen el evangelio. Poco después, nos unimos a la Iglesia de Jesucristo y fuimos testigos de numerosos milagros.
En nuestro segundo diciembre en el país, no sabíamos cómo celebrar Navidad; una amiga que nos visitó se dio cuenta de eso.
Poco antes del 25, alguien tocó la puerta y vimos que eran un grupo de personas cantando villancicos. Ellos llenaron nuestro pequeño departamento con regalos. También trajeron canastas con víveres, un árbol de Navidad y decoraciones.
Nuestro pequeño departamento nunca había visto tanta generosidad. Ya no estábamos solos en un país desconocido, sino que estábamos rodeados de amor, luz y una nueva familia en el evangelio de Jesucristo.
Recuperando el propósito
Después de 31 años, este espíritu tan hermoso ya no estaba vivo en mi corazón. Estaba agotada con todas las actividades navideñas por realizar. Solo quería tiempo y energías para cuidar de mí y mi familia, además, estaba en mi cuarto embarazo.
A medida que me enfocaba en mi creciente lista de cosas por hacer, menos me enfocaba en el gozo del Salvador.
Durante este triste momento de mi vida, mi amiga Kristin me invitó a unirme a un grupo de mentores para las familias refugiadas. Me pidió que donara algunos regalos y me vinculara con esta mentoría. Quería ayudar, pero no me sentía en la capacidad de hacerlo.
Le dije a mi amiga que haría una donación, pero que no podría ser una mentora. Sin embargo, haber rechazado el ayudar a alguien me carcomía el alma y decidí hacerlo después de dar a luz. Le pregunté a mi amiga si todavía podía hacerlo, y me presentó a Speratha y su bebé.
Speratha había perdido a sus padres y a sus ocho hermanos en el genocidio de Rwanda, y estaba sola en un país desconocido. Vivían en un apartamento simple y vacío que el gobierno les había ayudado a conseguir.
No había sillas donde sentarme cuando la visité, pero ambas nos sentimos agradecidas de conocernos mientras nos sentábamos en el suelo.
Nunca olvidaré lo que sucedió después. El espíritu me susurró “ella es tu hermana”, y mi corazón se llenó de sincero amor instantáneo por ella. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras la abrazaba y el espíritu me enseñó cuan similares éramos.
Al igual que Speratha, había sido una madre soltera en cierto punto de mi vida, recordé que también había vivido en una casa vacía y que ya no era seguro estar en nuestro país de origen.
Mi familia había sido inmensamente bendecida por los discípulos de Jesucristo que fueron Sus manos al amarnos como si fuéramos parte de su verdadera familia.
En ese momento, decidí que Speratha sería parte de mi familia, y sabía que, a través de mí, el Padre Celestial ayudaría a Su hija, y que juntas seríamos hermanas en Cristo.
Hermanas en Cristo
Así como el élder Ulisses Soares, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“La luz de un nuevo día brilla más en nuestra vida cuando vemos y tratamos a nuestros semejantes con respeto y dignidad, y como verdaderos hermanos y hermanas en Cristo”.
Nuestra nueva familia en Cristo trabajó para abastecer inmediatamente la casa y la cocina de Speratha. Le enseñamos a manejar, a obtener su licencia de conducir, a comprar un auto, la ayudamos a ir a la escuela, graduarse y a matricular a su hijo en el colegio.
En su bautismo, le dije:
“Has perdido a muchos miembros de tu familia, pero Dios te ama porque eres su hija, y sé que ya no tienes a tus padres ni a la mayoría de tus hermanos, pero ahora tienes hermanas y hermanos en el Evangelio, y Jesucristo está contigo”.
Sean cuales sean nuestras circunstancias familiares, cuando nos aceptamos como hermanos y hermanas, el amor de Dios iluminará nuestras vidas. Salgamos de nuestra burbuja y sigamos lo que Alma enseñó:
“Ahora bien, tal vez pienses que esto es locura de mi parte; mas he aquí, te digo que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas; y en muchos casos, los pequeños medios confunden a los sabios.
Y el Señor Dios se vale de medios para realizar sus grandes y eternos designios; y por medios muy pequeños el Señor confunde a los sabios y realiza la salvación de muchas almas”. (Alma 37: 6-7)
Si todo lo que puedes hacer esta Navidad es invitar a alguien a una fiesta de tu barrio, esa simple invitación puede cambiar su vida.
*Imagen de portada por Shima Baradaran Baughman
Fuente: LDS Living