Cuando Adán y Eva se sintieron perdidos en el solitario y lúgubre mundo, invocaron a Dios en busca de guía.
Luego de ello, Satanás vino y les ofreció la religión como solución a su caída, les ofreció que alguien les predicaría.
Sin embargo, lo que Dios brindó fue diferente.
Él, además de llamarnos por nuestros nombres, nos ofrece un Redentor que nos regresará a Su presencia.
Satanás ofrece religión. En cambio, Dios ofrece una relación. La religión, sin una relación divina, no salva a nadie.
La religión por sí misma es solo un montón de proposiciones sobre la verdad, creando, mayormente, más discordia que unión.
Por otra parte, la relación tiene que ver con un vínculo, una conexión y un compromiso.
Cuando nuestra fe se basa en la religión, estamos construyendo sobre la arena, en cambio, cuando basamos nuestra fe en una conexión sólida con Jesucristo, estamos construyendo sobre la Roca.
Lehi lo comprendió perfectamente y lo expresó al final de su vida:
“Pero he aquí, el Señor ha redimido a mi alma del infierno; he visto su gloria, y estoy para siempre envuelto entre los brazos de su amor”. (2 Nefi 1:15)
Imagina estar envueltos en los brazos de Su amor, en los brazos de nuestro Dios. ¡Qué hermosa relación tuvieron!
¿Cuántas veces has visto a Dios extender Su mano ofreciéndote compañerismo y amor?¿Recuerdas las veces que Él se ha acercado y te ha abrazado?
Tal vez la forma más común en que permitimos que la religión sustituya nuestra relación con Jesucristo es cuando medimos nuestro bienestar espiritual en términos de tareas completadas, como la lectura de las Escrituras, las oraciones, las reuniones a las que asistimos y los servicios realizados.
Esto es como tener a Jesucristo de invitado en nuestra casa y, mientras Él espera tener una conversación con nosotros, o encontramos ocupados ordenando y quitando el polvo, tal como lo hizo Marta.
La lectura de las Escrituras, la oración, las reuniones en la Iglesia y el servicio pueden ayudarnos a conocerlo, pero también pueden distraernos de una verdadera conversación con Él.
Podemos leer las Escrituras no como una tarea, sino como una conversación, escuchando los comentarios que Dios nos ofrece para guiar nuestras vidas.
Podemos orar de una forma distinta a la de suplicar de rodillas por un tiempo limitado, sino como una expresión continua de gratitud y asombro.
Podemos asistir a las reuniones de la Iglesia no como un deber aburrido, sino como una oportunidad para aprender de Él, servirlo y adorarlo.
Podemos servir y ministrar con el objetivo de marcar una responsabilidad terminada, o podemos vernos a nosotros mismos como mensajeros de Jesucristo con la oportunidad de cuidar de Sus hijos.
Tenemos oportunidades para conectar con el Salvador en todo, incluso en la vida cotidiana y en lo difícil a medida que busquemos los pequeños milagros y las maravillas de Dios. Si usamos nuestros ojos espirituales veremos que Dios nos bendice infinitamente.
Eso es diferente a simplemente tener una religión.
Podemos pensar que la teología Santo de los Últimos Días es la más racional, bíblica y edificante del planeta, ¡y yo creo absolutamente que lo es!, pero una teología racional no puede salvarnos. Es una relación la que nos salva.
Asimismo, cuando dejemos de pedirle a Dios la explicación de todas las cosas malas e incontrolables que nos han sucedido, y nos apoyemos en Su amor y Su bondad, todo cambiará y sentiremos que las cosas están como deben estar; y tal como Nefi dijo:
“Sé que ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas”. (1 Nefi 11:17)
Esa es una relación: amarlo y ser amado por Él.
Esa relación amorosa es mucho más importante que manejar cualquier cantidad de teología sofisticada u obediencia exacta.
Él está a nuestro alrededor y forma parte de nuestras acciones. A medida que tomemos conciencia de Él y construyamos una relación en conjunto, rebosaremos de seguridad y alegría.
Fuente: Meridian Magazine