Hay años que simplemente pesan más. Años en los que quisiste avanzar, pero la vida no te lo puso fácil. Tal vez tuviste que enfocarte en un proyecto, en tus estudios o en sacar adelante a tu familia.

Tal vez fue un año de enfermedad o de cuidar de alguien que amas. O tal vez fue un año en el que sentiste que orabas menos, que el templo se volvió lejano, o que la conexión con Dios simplemente se enfrío. No todos los años son fáciles o están llenos de grandes milagros. Algunos son años de resistencia y de reconstrucción.

Pero si sientes que el año se va y no estás tan cerca del Señor como quisieras, hay algo que debes recordar: aún no ha terminado. Todavía hay tiempo para reencontrarte con Él, incluso si el calendario parece estar cerrando.

El final también cuenta

El Señor nunca ha dejado de estar cerca. Imagen: Masfe.org

En la antigua Grecia, los corredores no eran recordados por cómo empezaban la carrera, sino por cómo la terminaban. Durante los primeros metros, avanzaban con calma, midiendo el paso. Pero al llegar al tramo final, cuando las piernas ya ardían y el cuerpo pedía descanso, era cuando daban su máximo esfuerzo. No porque esperaran ganar una medalla, sino porque creían que la forma en que se termina lo cambia todo.

Nuestra vida espiritual se parece mucho a eso. Tal vez este año empezó bien y se fue complicando. Tal vez tu ritmo se rompió. Pero Dios no mide tu fe por cuántas veces te caíste, sino por cuántas veces decidiste levantarte. Y aunque sientas que has estado lejos, el Señor nunca ha dejado de estar cerca.

Cómo volver a acercarte a Dios antes de que termine el año

Si este año no fue el que esperabas, puedes cerrarlo acercándote a Cristo.

Si este año no fue el que esperabas espiritualmente, no lo cierres con culpa. Ciérralo dando lo mejor de ti, sin importar lo que otros puedan pensar. Aquí hay algunas formas profundas de reencontrarte con Él, no desde la prisa, sino desde el corazón:

1. Escucha antes de pedir

A veces creemos que estamos lejos de Dios porque no lo escuchamos, pero en realidad solo hemos hablado y pedido demasiado. Dedica tiempo a orar en silencio, sin listas, sin expectativas, solo con la disposición de escuchar. Apaga la música, las notificaciones y el ruido. Dios habla en el silencio porque ahí es donde dejamos espacio para Su voz.

2. Mira tu año con compasión, no con culpa

No todo salió como planeaste, y eso está bien. El Salvador nunca te pidió perfección, sino tu mayor esfuerzo. Mira atrás con compasión: por las veces que lo intentaste, por los días que te levantaste aun sin fuerzas. Cada intento cuenta, incluso los que parecen pequeños. El arrepentimiento no siempre es un cambio inmediato, a veces es el simple deseo de volver.

3. Busca a Dios en lo ordinario

Cuando aprendes a ver al Señor en lo cotidiano, descubres que nunca se había ido. Imagen: Más Fe

El Espíritu no solo habita en las reuniones sacramentales o en el templo. Dios también está en las cosas simples: en una conversación sincera, en el cansancio después de servir, en una canción que te calma, en la sonrisa de alguien que amas o en la brisa que entra por tu ventana al final del día. Cuando aprendes a verlo en lo cotidiano, descubres que nunca se había ido.

4. Haz las paces con tu ritmo

Tal vez tu relación con Dios no luce como la de otros, ni siquiera como la que tú mismo tenías antes. No importa. La fe también tiene estaciones: hay primaveras de entusiasmo y hay inviernos de silencio. No te castigues por no avanzar al mismo paso que los demás. El Señor no te ama por tu constancia, sino por tu deseo sincero de seguir intentándolo.

Aún puedes cerrar bien tu año

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Si terminas el año mirando hacia Dios, no lo estarás terminando en pérdida. Imagen: Shutterstock

El año está por terminar, y quizá no fue el que imaginaste. Pero recuerda: Dios no mide tus pasos por la perfección, sino por la dirección.
Aún puedes cerrar este tramo con el corazón alineado a Él. No necesitas una gran experiencia espiritual; basta con un momento honesto de conexión, una oración sin adornos, una decisión de volver a creer.

Como en aquellas carreras griegas, el tramo final no borra el cansancio, pero sí puede redimir el recorrido.
Así también sucede contigo: si terminas el año mirando hacia Dios, no lo estarás terminando en pérdida, sino en propósito.

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