Hace un año se publicó The Anxious Generation, un libro que nació con un plan simple: promoverlo en primavera, descansar en verano y luego concentrarse en una nueva investigación sobre cómo la tecnología afecta la democracia. Pero nada de eso ocurrió.
En vez de seguir ese camino, el libro desató un movimiento global. Escuelas, estados e incluso países comenzaron a prohibir los celulares en las aulas, y Australia subió la edad mínima para tener redes sociales a 16 años. Un cambio que superó todas las expectativas.
¿Qué explica que todo esté cambiando tan rápido? ¿Qué dice este fenómeno sobre el estado de nuestra cultura?

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El punto de partida es claro: donde hay niños con celulares inteligentes y redes sociales en el bolsillo, hay conflicto familiar constante. La pandemia solo intensificó el problema. Niños que pasaron años sin escuela ni actividades sociales normales quedaron atrapados en sus pantallas.
Cuando se levantaron las restricciones, la adicción digital persistió, agotando tanto a padres como a docentes. Para inicios de 2024, el hartazgo era evidente. The Anxious Generation no tuvo que convencer a nadie de que existía un problema: lo que hizo fue ponerle palabras, datos y sentido común a lo que millones ya sentían.
Más importante aún, el libro ofreció una salida: cuatro normas simples para una acción colectiva. Este fue el verdadero motor del cambio.
Norma 1: Nada de smartphones antes de la secundaria (o los 14 años)

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La idea es simple: si queremos retrasar la infancia digital, debemos retrasar la entrega de smartphones. El gran obstáculo siempre fue el mismo: el temor de los padres a dejar a sus hijos “fuera de lugar”.
Pero ahora, muchas madres lideran el cambio, uniéndose en comunidades organizadas para apoyarse mutuamente. Grupos como Smartphone Free Childhood y Wait Until 8th ya reúnen a cientos de miles de padres. El mensaje es claro: si suficientes familias se unen, el “todos tienen uno menos yo” deja de tener poder.
Norma 2: Sin redes sociales antes de los 16
Las redes sociales son inadecuadas para menores. Capturan atención, promueven contenido dañino y recolectan datos sin piedad. Aunque el ideal sería esperar hasta los 18, establecer los 16 como límite mínimo es una meta realista.
Contra todo pronóstico, los políticos comenzaron a actuar. Gobernadores de todos los colores políticos y hasta el entonces cirujano general de EE.UU. respaldaron la causa.
Pero el ejemplo más contundente vino de Australia, que no solo subió la edad mínima, sino que obligará a las plataformas a hacerla cumplir. Si funciona, podría convertirse en un estándar global.
Norma 3: Escuelas sin celulares

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En este punto hay un raro consenso político: los niños no pueden aprender si están distraídos por TikTok en clase.
Gobernadores como Sarah Huckabee Sanders y Gavin Newsom implementaron políticas para que sus estados adopten escuelas sin celulares. En Brasil, Dinamarca, Irlanda, Grecia y más países ya se están aplicando medidas similares. ¿El resultado? Profesores reportan menos distracción y más risas en los pasillos.
Norma 4: Más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real

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Los smartphones son solo un síntoma del verdadero problema: una infancia cada vez más limitada. Los niños necesitan explorar, correr riesgos y jugar con otros sin la constante vigilancia adulta.
Este cambio avanza más lento, especialmente en países como EE.UU., Reino Unido y Canadá, donde predomina una cultura de sobreprotección. Sin embargo, iniciativas como LetGrow.org están impulsando experiencias que permiten a los niños recuperar pequeñas dosis de autonomía, como ir solos a comprar algo o caminar por su barrio.
La historia muestra que los grandes avances culturales suelen surgir tras momentos de crisis. Lo que está ocurriendo ahora con la infancia digital podría ser uno de esos momentos.
Padres y madres en todo el mundo ya están “doblando el arco” de la historia, como diría Robert Putnam. La pregunta no es si podemos cambiar el rumbo. Es qué lograremos juntos en el año que viene.
Fuente: The Free Press
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