Cuando aceptamos un llamamiento en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, asumimos la oportunidad de representar el amor del Salvador hacia quienes nos rodean.
A veces esta responsabilidad parece sencilla, hasta que nos encontramos con miembros que atraviesan desafíos muy diferentes a los nuestros: adicciones, pobreza extrema, falta de hogar o desesperanza. En esos momentos, muchos líderes sienten que no tienen las herramientas para acompañar realmente a quienes más lo necesitan.
La historia de Jen Spencer, quien vive en Utah y hoy sirve en la presidencia de la Sociedad de Socorro de estaca y en el templo de Layton, nos ayuda a entender mejor cómo podemos ministrar en estas realidades.
Ella pasó 20 años atrapada en la adicción a la metanfetamina y en situación de calle. Sin embargo, a través de la misericordia del Señor y el amor de personas que no se rindieron con ella, hoy dirige un proyecto llamado The Turtle Shelter Project, que fabrica chalecos de invierno para personas sin hogar.
Su vida refleja dolor, pero también redención, y nos enseña que Dios nunca deja de buscarnos. En su experiencia encontramos principios valiosos para líderes que desean ministrar con visión cristiana a quienes se sienten olvidados o indignos.
La verdadera naturaleza del arrepentimiento

Jen cuenta que desde niña creció con una idea equivocada sobre que cada vez que recaía después de arrepentirse, pensaba que empeoraba sus pecados, como si estuviera ofendiendo directamente a Dios. Esta visión distorsionada la hizo sentirse rota e irredimible, incluso antes de su bautismo.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó:
“Por más tarde que piensen que hayan llegado, por más oportunidades que hayan perdido … testifico que no han viajado más allá del alcance del amor divino.”
De adolescente, Jen recuerda que en los campamentos olía a cigarrillo y se sentía fuera de lugar, pero sus líderes de Mujeres Jóvenes jamás la avergonzaron. Al contrario, se alegraban de que estuviera presente. Ese recuerdo se convirtió en un ancla.

Los miembros que enfrentan adicciones ya sienten suficiente vergüenza por sí mismos. Como líderes, nuestro ejemplo debe reflejar al Salvador, que siempre levantaba antes de corregir. Eso implica:
- Dar la bienvenida con calidez sin centrarnos en la apariencia externa.
- Hacer sentir que pertenecen antes de “encajar”.
- Confiar en que las semillas de amor dan fruto, aunque pasen años.
Ver el valor en medio del dolor

En sus años de adicción, Jen sobrevivía buscando en la basura. Con el tiempo entendió que ese momento era una lección:
“Yo no era basura”.
Dios veía valor donde otros veían desperdicio. Preguntas simples como “¿Qué crees que Dios quiere enseñarte a través de esto?” pueden ayudar a reinterpretar el dolor como parte de un proceso de descubrimiento y no solo de sufrimiento.
Un amigo clave en su recuperación no intentó darle todas las respuestas. Solo le enseñó a orar de manera auténtica y la acompañó sin juzgarla.
Los líderes muchas veces quisiéramos “arreglar” todo en una entrevista, pero lo que realmente sana es la presencia constante, el escuchar y el acompañar. Ahí es donde los miembros aprenden a acercarse a Dios en oración sincera.
Dios habla en pequeños momentos

En un momento de desesperación, Jen recibió una bendición del sacerdocio en la que se le prometía que sería instrumento de sanidad para su familia. Ella no lo creyó en ese momento. Sin embargo, años después, un discurso del élder Dieter F. Uchtdorf (“Olvídame no”) la detuvo de acabar con su vida esa misma noche.
Esto nos recuerda que una sola palabra inspirada puede rescatar un alma. Los líderes plantamos semillas con bendiciones, discursos o himnos, pero es Dios quien decide cuándo florecerán.
Jen compara al Salvador con un “contenedor” donde podemos depositar lo más roto y sucio de nuestra vida. Él no se aleja de nuestro desorden, lo recibe y lo transforma.
Como líderes debemos normalizar que Cristo quiere nuestras debilidades tanto como nuestras fortalezas. No tenemos que “ser buenos primero” para acercarnos a Él.
Ministrar con visión de Cristo

La historia de Jen es testimonio de que Dios persigue incansablemente a Sus hijos. Su vida, antes marcada por adicción y calle, hoy refleja servicio y esperanza a través de su proyecto.
Como líderes, nuestra misión es ver a las personas como Dios las ve, no como aparentan ser en este momento. La adolescente con adicciones, el hermano que recae una y otra vez, la hermana que se siente perdida: todos son infinitamente valiosos para Él. Algunos pasos prácticos que como líderes se podrían seguir son:
- Capacitar a líderes sobre la realidad de las adicciones y recaídas.
- Conectar a los miembros con programas y recursos locales.
- Ser pacientes con los tiempos de inactividad.
- Recordar siempre la identidad divina de cada persona.
- Testificar con frecuencia que la expiación de Cristo es suficiente para todos.
Lo que reflexionamos

La historia de Jen no es solo acerca de la adicción o de la falta de hogar. Es un testimonio del carácter de Dios; incansable en Su búsqueda, tierno en Su misericordia y paciente con nuestras fallas.
Como líderes no estamos llamados a resolver todos los problemas, sino a ser instrumentos del amor de Cristo. Cuando amamos como lo hicieron los líderes de Jen, cuando enseñamos con claridad como su obispo y cuando acompañamos como su amigo, suceden milagros: las almas que se creían perdidas descubren que nunca dejaron de estar en la vista del Señor.
Fuente: Leading Saints



