Un viernes por la tarde recibí una llamada del presidente de estaca. Dijo que necesitaba hablar con mi esposo y conmigo, y que deberíamos llamarlo juntos lo más pronto posible. Le dije que sí y terminé la llamada.
Después de un momento, mi mente comenzó a divagar… ¿Acaso uno de nosotros iba a recibir un llamamiento de estaca?
Tenía un presentimiento muy inquietante, así que le devolví la llamada y le pregunté si necesitaba hablar conmigo estando mi esposo presente o si quería hablar con mi esposo y estando yo a su lado.
Me dijo que necesitaba hablar con ambos al mismo tiempo.
Le pregunté si mi hijo, quien estaba sirviendo una misión, estaba bien. Me dijo que sí, pero fue entonces que lo supe. Sabía en el fondo de mi corazón que mi hijo regresaría a casa y no entendía el porqué.
La información del vuelo llegó más tarde ese día. Debíamos recogerlo el lunes por la mañana. Estaba sintiendo por muchas emociones.
¡Estaba orgullosa de que fuera lo suficientemente fuerte para hacer lo correcto!, pero me sentía desconsolada. Me sentía enojada con él, conmigo, ¡con todos! A la vez estaba emocionada de verlo, pero luego me sentí culpable por sentir emocionada.
Sentía una gran culpa. ¿En qué había fallado como madre?
¡Estaba preocupada! Preocupada por cómo se sentía él, preocupada por su presidente de misión, preocupada por su compañero, preocupada por cómo nuestro barrio lo trataría.
Tiempo de regresar
Con tan poco aviso, terminé siendo la única de la familia que podía ir al aeropuerto a recogerlo. ¡Fue un largo viaje! Una vez en el aeropuerto, miré fijamente el pasillo, buscando cada rostro en busca de mi hijo. Y entonces lo vi.
Se veía cansado y lleno de humildad. Lo abracé durante mucho tiempo y lloramos. Sin pancartas. Sin globos. Sin fotos.
En ese momento me di cuenta: todavía es mi hijo y haría cualquier cosa en mi poder para ayudarlo. ¡Tenía una profunda motivación para apoyarlo en todo lo posible!
A menudo, se reunía con nuestro obispo regularmente, nuestro presidente de estaca ha sido maravilloso y nuestro barrio ha sido amable y receptivo. Priorizó mantenerse al día con sus estudios de las Escrituras y asistía al templo todas las veces posibles.
Fue llamado para enseñar una clase de la Primaria y ha brindado servicio tanto como su horario se lo permitía. Consiguió un trabajo como árbitro de baloncesto y de béisbol para ocupar el resto de su tiempo.
Luego recibimos el correo electrónico. ¡El correo electrónico que habíamos estado esperando desde que regresó a casa hacía 6 meses! El había recibido la oportunidad de regresar a la misión, esta vez libre de cualquier carga.
Temprano, a la mañana siguiente, llevé a mi hijo, mi misionero, de vuelta al aeropuerto. Iba a regresar a su misión, ver a las personas que amaba. Podría enseñar con una nueva fuerza y energía. Sería imparable.
A lo largo de este camino que hemos pasado, he aprendido algunas lecciones valiosas. Afortunadamente, para mí, tengo dos amigas cercanas, que han tenido hijos en situaciones similares, que me han tomado de la mano y me han escuchado llorar, gritar y reír por esta experiencia.
Estos son 10 cosas que he aprendido.
1. Siéntete orgullosa de él o ella
Permite que el obispo sea el entrenador, tú puedes ser la animadora, dándole las fuerzas que necesita para seguir adelante.
2. Comparte en tus redes sociales que él está en casa
A través de tus redes sociales puedes compartir con tus amigos que tu hijo o hija ha regresado a casa y que necesita de su apoyo.
Lo más incómodo es cuando las personas ven por primera vez a un misionero o misionera que ha regresado antes de tiempo a casa y hacen preguntas inoportunas.
3. Mantén la cabeza alta y apóyalo en situaciones incómodas
Asiste con tu hijo o hija a la reunión sacramental esa primer domingo y a cualquier otro lugar donde las personas puedan realizar comentarios desatinados. Si tu hijo o hija puede ver que estás bien, se sentirá en confianza y que todo saldrá bien.
4. Permite que hable de sus experiencias
Deja que tu hijo o hija hable todo lo que quiera sobre sus experiencias en la misión. Haz un montón de preguntas sobre la misión, las personas, la comida, el área. Esa misión todavía es una parte importante de su vida.
5. Evita malinterpretar lo que dicen los demás
Con el tiempo, las personas dirán cosas que se pueden malinterpretar. Aunque parezca difícil, elige amarlos. En última instancia, puedes ignorar sus comentarios.
6. Mantenlo ocupado
Ayuda a tu hijo o hija a encontrar un trabajo, que pueda tener un llamamiento. Trata de que se mantenga lo más ocupado posible.
7. No esperes que sea perfecto
Solo porque los misioneros sirven al Señor, no significa que sean perfectos. Todos cometemos errores. Sé comprensiva con tu hijo o hija y contigo misma.
También es importante saber que es posible que no regresen a la misión y está bien. Todos tenemos un viaje diferente en la vida.
8. Diviértete
El tiempo extra que tienes es un regalo. Ríete, juega y disfruta tenerlos en casa mientras puedas.
9. La expiación es personal
No podemos hacer comparaciones del progreso de tu hijo o hija con otro misionero (o cualquier persona, en realidad). La expiación de Cristo es lo suficientemente grande como para abarcar las necesidades de cada individuo y es algo sumamente personal.
Y tú, ¿qué otro consejo le darías a un padre o madre que desea apoyar a sus hijos que regresaron antes de tiempo de la misión?
Fuente: LDS Living