Recuerdo que, durante la misión, cuando accidentalmente a alguien se le caía un Libro de Mormón al piso, de inmediato todos repetían: “¡Apostasía!”, en tono de broma.
Pero lo que parecía un inocente comentario por un desafortunado accidente, siento que hoy se ha vuelto una peligrosa práctica común y aceptada.
Y no me refiero a ejemplos tan explícitos como dejar caer Escrituras al suelo, sino a sutiles conductas irreverentes en torno a temas de carácter sagrado.

Nunca olvides por qué vamos a la Iglesia. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
“No trates con liviandad las cosas sagradas”, leemos en Doctrina y Convenios 6:12. Y no se refiere solo a “cosas” tangibles —que podemos tocar y palpar—, sino que también incluye objetos intangibles, como las ordenanzas o las experiencias espirituales.
Aquellas burlas hacia el evangelio, en las antiguas Escrituras, eran castigadas con dureza: el rey Belsasar usó vasos sagrados robados de Jerusalén para su banquete y perdió su reino (Daniel 5). Korihor quedó mudo por blasfemia y fue pisoteado hasta morir (Alma 30). Y la creación del becerro de oro condenó a los israelitas a terribles plagas (Éxodo 32).
Si bien hoy en día no son tan evidentes las consecuencias por jugar con temas de carácter divino, la advertencia es la misma: tomar a la ligera las cosas sagradas es ofensivo para Dios y conduce a la pérdida de sensibilidad espiritual.
Aunque la lista puede ser mucho más extensa, hoy te presentamos 3 ejemplos de apostasía moderna, que van desde acciones manifiestamente hirientes hasta conductas inconscientes que repetimos sin mala intención.
1. Bendiciones patriarcales

La bendición patriarcal es guía divina. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Uno de los grandes privilegios que tenemos como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son las bendiciones patriarcales. En ellas, no solo conocemos nuestro linaje en la casa de Israel, sino que encontramos consejos e instrucciones personales del Señor para todas las etapas de nuestra vida.
Son revelaciones íntimas de carácter divino y, por lo tanto, confidencial. Así lo explica el Manual General de la Iglesia:
“Cada bendición patriarcal es sagrada, confidencial y personal… Los miembros no deben comparar bendiciones ni compartirlas, excepto con familiares cercanos. Las bendiciones patriarcales no deben leerse en las reuniones de la Iglesia ni en otras reuniones públicas”.
La instrucción es directa. Y a pesar de que se repite durante la entrevista con el obispo para obtenerla y luego también por el patriarca, este consejo de confidencialidad a menudo se ignora.
Muchos miembros comparten con libertad partes de su bendición patriarcal para justificar algunas de sus decisiones, ya sea para el trabajo, los estudios o al escoger una pareja eterna.
No recitan de forma explícita la bendición, pero sí revelan este consejo personal que el Señor les dio. Quizá con buenas intenciones, pero quebrantando la naturaleza privada de este sagrado documento.
Pero estas violaciones, que no son mínimas, resultan incomparables con el desprecio más flagrante por la confidencialidad que se ha propagado por Internet.
Se trata de un sitio web, el cual por supuesto no vamos a publicitar, donde el creador invita a los miembros de la Iglesia de Jesucristo a proporcionar copias de sus propias bendiciones patriarcales para ver con qué frecuencia se mencionan diferentes ideas.
Lo preocupante no es que exista este recurso, sino que sean miles los miembros que están dispuestos a usarlo. Bajo el escudo de la “curiosidad”. Sí, un impulso del enemigo es más poderoso que su fe en la promesa de dignificar su bendición personal del Señor.
2. Experiencias espirituales

Sepamos discernir lo que compartimos. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Cuando cumplí 18 años y comencé a participar de las clases de Instituto, me quedé sorprendida por la cantidad de jóvenes que no dudaban en compartir historias realmente íntimas en las que habían sentido la mano del Señor. De igual manera que en la clase de la Sociedad de Socorro.
Muchos de ellos, probablemente, con la noble intención de edificarnos con testimonios personales que les acercaron a Cristo. Otros, quizá, con el afán de crear una reputación “espiritual” fuerte que genere admiración.
Sin embargo, sean razones altruistas o egoístas, el élder Boyd K. Packer, quien fue miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que debemos ser cuidadosos al momento de hablar de este tipo de vivencias tan íntimas con el Padre Celestial:
“No nos llegan experiencias espirituales fuertes e impresionantes con mucha frecuencia. Y cuando lo hacen, generalmente son para nuestra propia edificación, instrucción o corrección…
“No es prudente hablar continuamente de [ellas]. Hay que guardarlas con cuidado y compartirlas solo cuando el Espíritu nos incite a usarlas para la bendición de los demás. Debemos guardar estas cosas y meditarlas en nuestros corazones”.
¿Por qué debemos ser selectivos al compartir experiencias espirituales?
Dado que estas experiencias suelen ser extremadamente personales, al compartirlas con frecuencia puede hacer que se vuelvan rutinarias y menos significativas.
Además, si el contexto no es apropiado, la experiencia puede ser malinterpretada o, peor aun, puede ser objeto de burla. En un mundo cada vez más escéptico, incluso podrían hacernos creer que, realmente, no fue una impresión divina.
3. La Santa Cena

La Santa Cena no empieza cuando tomas el pan. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Normalmente, creemos que para santificar la Santa Cena, nos basta con permanecer reverentes durante la repartición. Como si iniciara con la bendición del pan y acabase cuando el miembro del obispado reanuda el programa sacramental.
Pero cumplir con ese periodo mínimo de santidad no significa que nuestra participación haya sido verdaderamente reverente.
Al instituir la ordenanza entre los nefitas, el Salvador enseñó:
“(…) no permitáis que ninguno a sabiendas participe indignamente de mi carne y de mi sangre, cuando las administréis” (3 Nefi 18:28).
Los aproximadamente 10 a 15 minutos necesarios para administrar la Santa Cena cada domingo tienen como objetivo ser un tiempo para la autoevaluación sincera, el arrepentimiento y la superación personal.
Es nuestra oportunidad para conectar de forma más íntima con el Salvador al recordar Su sacrificio expiatorio y lo que Él representa para nosotros.
Sin embargo, si no es hasta que el pan y el agua llegan a nuestra boca cuando intentamos concentrarnos —y antes o después estamos pensando en los hermanos que han llegado tarde, planeando el almuerzo, repasando el calendario de actividades o, simplemente, explorando por Internet— hemos pasado por alto el propósito central y sagrado de la reunión sacramental.

¿Dónde está tu corazón durante la sacramental? Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Algunos pueden considerar muy severa esta afirmación. Hasta aseguran que es “imposible” mantenerse tanto tiempo concentrados.
Esta actitud reverente, por supuesto, no se adquiere de un día para otro. Requiere nuestro esfuerzo, pero —sobre todo— nuestra verdadera intención. Si nos trazamos el objetivo de permanecer dignos a lo largo de todo este sacramento, no solo reforzaremos nuestra conexión con Dios, sino que también podremos tener ese poder de concentración en cualquier ámbito de nuestra vida. Para los estudios, para el trabajo. Para lo que necesitamos.
Porque la Santa Cena, literalmente, representa la promesa que hicimos con Dios al bautizarnos de seguirle. Y Su promesa de bendecirnos con su santo y milagroso Espíritu.
En un mundo en el que es cada vez más frecuente ridiculizar la religión a través de la industria del entretenimiento con el discurso de libertad artística, se ha vuelto más necesario que nunca defender y honrar nuestros principios y doctrina.
No para cuidar nuestro ego o el de nuestros amigos de las burlas y señalamientos del resto. Porque, en lo que respecta a temas sagrados, es a Dios a quien ofendemos.
Si verdaderamente lo amas, no vuelvas a ‘bromear’ con Sus enseñanzas.
Fuente: Meridian Magazine
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