La razón por la que dejé la Iglesia de Jesucristo y el porqué regresé

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La historia de Elizabeth, una joven Santo de los Últimos Días que comparte su experiencia fuera de la Iglesia y lo que la hizo regresar.

Mi nombre, Elisabeth, es la variación germánica del nombre hebreo, Elisheva (אלישבע). El significado de mi nombre se traduce generalmente como “consagrada a Dios”. Este nombre, déjame decirte, ha demostrado ser el aspecto más hermoso y sagrado de mi vida. 

Dios ha sido muy bondadoso conmigo, más de lo que jamás mereceré. Ciertamente, cuando esté en el reino celestial, me sentiré aún más humilde al tener un entendimiento completo de todo lo que Él ha hecho por mí. Necesito reconocer eso antes de comenzar esta historia. Dios es muy misericordioso.

El comienzo

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Nací en la Iglesia. Mi madre es descendiente de pioneros daneses que llegaron a Estados Unidos con nada más que su fe y que luego recorrieron el país para ayudar a establecer Utah y edificar la Iglesia.

Mi papá, un infante de marina descendiente de inmigrantes irlandeses, se convirtió a la Iglesia cuando tenía unos 23 años. Me criaron con historias de personas valientes y fieles que fueron continuamente perseverantes frente a la adversidad.

Tenía un gran legado que debía igualar y me repetía una y otra vez que si alguna vez me enfrentaba a la oposición, sería valiente como los que me precedieron, pase lo que pase. Lo más importante sería que nunca abandonaría la fe por la que tantas personas sufrieron y murieron por edificar y defender.

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Mis promesas de fe como adolescente duraron poco. Debido a muchas circunstancias desafortunadas, pasé mi juventud en modo de supervivencia la mayor parte del tiempo.

A medida que aumentaba mi necesidad de sobrevivir, disminuía mi exposición al Evangelio. Mi madre se alejó lentamente de la Iglesia por sus propias razones, como lo han hecho muchos.

Mi dulce y trabajador padre se volvió un padre soltero que intentaba mes tras mes mantener a sus cuatro hijos pequeños durante la recesión y, aunque se aseguraba de que nuestro abuelo nos llevara a la Iglesia todos los domingos, tenía poco tiempo para hacer mucho más por nosotros espiritualmente. 

Con poca comprensión de lo que realmente era el Evangelio, decidí no creer en la Iglesia durante mi adolescencia.

La tercera es la vencida

A la edad de 17 años, me había mudado de una ciudad pequeña, virtualmente sin Dios, en el norte de California a mi ciudad natal en Idaho, que estaba llena de todo tipo de estilos de vida espiritual, siendo especialmente predominante La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ese fue un año difícil para mí.

Estaba a punto de entrar la adultez y experimentaba una depresión profunda y una enfermedad grave (en ese momento no diagnosticada, por lo que, por supuesto, todavía era criticada y presionada por mi estado de ánimo).

Tenía mucho miedo de terminar insatisfecha y sin un propósito. Además, no tenía una relación real con nadie de mi familia por un sin fin de razones diferentes. Fue un momento sombrío y difícil.

Una noche, en el mes de febrero de 2015, todo llegó a ser demasiado para mi. Mi graduación de la escuela se acercaba rápidamente, la presión de mi familia era inmensa y no tenía idea de lo que iba a hacer. Ya había sido suficiente.

momentos difíciles 

Había estado bajo tanta presión y me sentía tan desesperada que decidí terminar con todo. Había estado lidiando con pensamientos suicidas durante años, casi una década completa, y esa fue la noche en que no pude contenerme más. Me acosté en la cama esa noche pensando activamente cómo exactamente me iba a suicidar.

Un pensamiento entró en mi cabeza para que hiciera una oración, y rápidamente lo descarté. “Es solo mi cerebro tratando de sobrevivir, ahondando en lo más profundo de mi ser”, pensé. “No le prestes atención”, me repetí, “vuelve a tu plan”.

Por segunda vez, vino a mí el pensamiento que decía que hiciera una oración, como un tirón en el centro de mi alma. “¿Por qué habría de hacer eso?”, pensé. “Ni siquiera creo en Dios. Eso sería inútil, innecesario e incómodo. Es solo mi cerebro tratando de salvar su propia vida. Olvídalo”.

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Finalmente, por tercera vez, justo cuando había decido exactamente lo que iba a hacer para acabar con mi vida, el pensamiento de orar regresó una vez más. Sobresalió del resto de mis pensamientos de una manera tan profunda que casi tuve miedo de ignorarlo una vez más. “Bien”, pensé, “supongo que oraré. Todo lo que probará es que Dios no existe, y entonces podré seguir con esto”.

Me bajé de la cama con torpeza y un tanto temblorosa, luego me puse de rodillas. Me di cuenta que me había olvidado de cómo debía orar. Cerré los ojos, incliné la cabeza y empecé:

“Querido Dios.. .eh … Padre Celestial, sabes cómo he estado. No sé si estás ahí, o si quisieras saber de mí después de todo este tiempo. Espero que mi oración no te haga enojar. Solo estoy orando para ver si todavía estás allí, porque sentí que eso es lo que tenía que hacer”.

Antes de que pudiera terminar la oración o decidir qué decir después, tuve el sentimiento más real, distinto y reconfortante que creo haber sentido hasta ahora. Era como si alguien estuviera arrodillado a mi lado, envolviéndome en sus brazos en el abrazo más amoroso.

Para aquellos de ustedes que han experimentado el Espíritu con anterioridad, sabrán a qué me refiero cuando digo que escuché al Señor decirme: “Estoy aquí, te escucho. Estoy aquí contigo, te amo, estoy muy orgulloso de ti”. 

Hasta el día de hoy, no puedo repetir esas palabras o recordar esa experiencia sin llorar o sentirme sobrecogida por el Espíritu, confirmando que Él todavía está aquí, todavía me ama, y ​​ciertamente todavía está orgulloso de mí.

hacer nuestro mejor esfuerzo

Regresé a la cama, dejando atrás mis planes, convencida de que Dios era lo suficientemente real para mí. Pasé las siguientes dos semanas investigando múltiples religiones y formas espirituales de pensamiento. Inevitablemente, me encontré leyendo el Libro de Mormón.

Me sentí bien al volver a leerlo y decidí ir a la Iglesia un domingo para ver cómo me sentía. El Espíritu fue tan fuerte ese domingo, confirmando que mi pregunta sincera y humilde sobre la veracidad de la Iglesia no fue en vano.

El domingo siguiente, me encontré sentada en la capilla antes de la conferencia de estaca. Sentí que el Espíritu me testificaba: “Aquí es donde perteneces. Criarás a tus hijos en esta Iglesia”. Desde ese día en adelante, supe que la Iglesia era verdadera y me dediqué a vivir el Evangelio lo mejor que pudiera. Dios es muy, muy misericordioso.

Una caída

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A pesar de la misericordia de Dios, seguí vacilando. Hubo un par de personas en mi vida que me hicieron sentir que no estaba siendo lo suficientemente buena por las cosas más tontas como cierta cultura de la Iglesia.

Me encontré atrapada en el “qué hacer” en lugar de centrarme en el Evangelio, como debería haberlo hecho. Estaba tan preocupada por hacer accidentalmente algo terriblemente malo u ofensivo para Dios que mis ojos estaban fuera de Cristo y en el mundo, y ni siquiera me había dado cuenta. 

Pronto llegó el momento en que me estaba preparando para entrar al templo. Había estudiado mucho, pero buscando otra vez más “mandamientos” de lo que realmente estaba enfocándome en Dios.

En retrospectiva, puedo decirles que lo que pensé que era un estudio adecuado de las Escrituras era en realidad solo yo buscando más “yo” en las Escrituras, sin recordar que se supone que debía vivir mi vida como lo hizo Cristo.

No ayudó que todavía me enfrentara a las críticas interminables de personas sobre cada cosa que hacía. Entré al templo sintiendo miedo por mi dignidad. Estaba llena de más ansiedad que del Espíritu.

Honestamente puedo decir que a pesar de todas las pérdidas, abusos y miedos que he enfrentado en mi vida, la sensación que tuve al salir del templo fue la peor de todas, y aunque no sabía qué había hecho para merecerlo, me culpé por completo.

Había sido herida. Sentí que toda la “inspiración” que había recibido hasta ese momento había sido una ilusión sin sentido. Sentí que mi identidad de amada hija de Dios me fue arrebatada.

Si bien ahora reconozco exactamente qué tipo de bendición estaba obteniendo del templo (y que continúa demostrando ser el catalizador de muchas bendiciones), no pude comprender nada en ese momento más que el infierno en la tierra que había en mi corazón.

A menudo no podemos ver nada más allá de la prueba en la que estamos mientras avanzamos.

Después de un mes de batallas internas, decidí alejarme de todo lo relacionado con Dios o la religión. No iba a pensar en ser un ser espiritual, o en Dios, o lo que sucedería después de la muerte, o lo que estaba bien y lo que estaba mal. Solo iba a hacer lo que me trajera paz.

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Al principio eso fue como un simple respiro. Luego, se convirtió en una pausa indefinida (que se vio agravada por síntomas nuevos y bastante extremos de mi enfermedad, lo que hizo que sea una molestia ir a cualquier parte).

El rechazo de los demás por haberme tomado un tiempo lejos de la Iglesia sacó a relucir mis espinas de puercoespín y, finalmente, determiné que ya no quería tener nada que ver con la Iglesia y finalmente renuncié por completo gracias a ciertas presiones y circunstancias. 

Al principio, mi salida fue pacífica. No sentía desprecio por la Iglesia en general y amaba a muchos de sus miembros. Incluso vi la Conferencia General como de costumbre y con el deseo de estar al tanto de lo que sucedería en la vida de mis amigos.

Sin embargo, rápidamente me sentí aislada y me pregunté si podría encontrar amigos en otras personas que pudieran entender mi posición. Esto resultaría ser un gran error.

La comunidad de “ex-miembros” con la que me topé estaba llena de gente obsesiva, enojada y llena de odio. No puedo decirte lo seriamente obsesionadas que estaban algunas de estas personas.

Habían hecho una carrera de tiempo completo el atacar a la Iglesia y perturbar a sus miembros. Tenían en la mira a la Iglesia y sus lideres en todo momento. Mi actitud de apoyo hacia la Iglesia en general fue inmediatamente mal vista.

Estar completamente inundada por un flujo constante de actitudes negativas hacia la Iglesia eventualmente endureció mi corazón, y pronto comencé a encontrarme abrumada por ellas.

Para descubrir cómo Elizabeth regresó al Evangelio a pesar de todo lo que pasó, ¡lee la segunda parte del artículo la semana que viene!

Este artículo fue escrito originalmente por Guest Author y fue publicado originalmente por ldsblogs.com bajo el título “Why I Left The Church of Jesus Christ — and Why I Came Back Again

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