“Secuestraron su alma”: Madre e hija comparten percepciones sinceras sobre la depresión en los adolescentes

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La depresión de Isabela* se manifestó por primera vez como ansiedad, durante su séptimo grado de escuela. Su madre, Luiza,* recuerda que llegó de repente. Las únicas señales de que algo estaba en desequilibrio se enmascararon como las preocupaciones y los cambios típicos que acompañan el pasar a la escuela secundaria y el hacer nuevos amigos. Un día, Isabela parecía estar bien y al siguiente, “parecía como si hubieran secuestrado su alma”, dijo Luiza.

“Toda su capacidad para experimentar la felicidad, la risa y el placer se había ido, se la habían quitado. Ya no tenía nada de eso. Todo lo que quedaba era la parte que podía experimentar miedo, terror, ansiedad, pena, dolor, sufrimiento y tristeza… estaba muy sensible, física y emocionalmente, a todo a su alrededor. Era como si le hubieras quemado la piel. Todo era doloroso, todo era difícil, y así pasó horas llorando.”

En la actualidad, Isabela es una adulta. Ese tornado inesperado de ansiedad y depresión ocurrió hace 15 años. Isabela se describe a sí misma antes de esa época como una joven feliz. “No hubo agresión ni abuso sexual. Tuve buenos padres y un lugar seguro para vivir, siempre había comida en la mesa, mucho amor y aceptación”, dijo.

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Al igual que las enfermedades físicas, como el cáncer y la diabetes, la depresión en los niños y los adolescentes puede aparecer inesperadamente, a menudo, de manera silenciosa. Los cambios en el estado de ánimo, la irritabilidad y el enojo, todo puede atribuirse en primera instancia a otra cosa: la pubertad, las hormonas, el síndrome premenstrual, los problemas en la escuela o con los amigos. No se diferencia de los dolores de cabeza, la fatiga y la pérdida de peso a los que se les resta importancia por razones de estrés o solo parte de la vida antes de que se pronuncien las palabras cáncer o enfermedad crónica.

Unos meses después de mi entrevista con Isabela y su madre, encontré un diario que Isabela guardó durante ese tiempo de enfermedad. A pesar que pasaron los años, sigue siendo doloroso leer las palabras: una carta larga por páginas, que explica “me odio a mí misma”.

Como estudiante de secundaria, Isabela se sentía particularmente vulnerable. A pesar de estar en tratamiento, simplemente no sentía que pudiera regresar a la escuela después de este primer episodio.

¿Qué pensarían los otros jóvenes? ¿Dirían que estaba loca? ¿Se burlarían de ella? ¿Sufriría de acoso escolar? ¿Qué pensarían sus maestros? ¿Dudarían de su inteligencia? ¿La tratarían de manera diferente? Se perdió todo un año de escuela, agregando otra complicación desalentadora al tratar su enfermedad.

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De repente, la felicidad y el éxito parecían inalcanzables. Todas las partes buenas de Isabela parecían haberse perdido. Esto aumentó la credulidad de que alguna vez podría ir a la universidad. “De repente, pasé de pensar que tendría un futuro brillante, que era capaz, amorosa, encantadora y que habría muchas cosas buenas para ella… a preguntarme si sobreviviría o si podría graduarse de la escuela secundaria”, dijo Luiza.

Se produjo un gran avance cuando un terapeuta fenomenal especializado en terapia cognitiva y conductual comenzó a trabajar con Isabela. Sus personalidades coincidieron e Isabela comenzó a mejorar. Los antidepresivos y los medicamentos contra la ansiedad también jugaron un papel importante en su recuperación. Encontrar los medicamentos y la dosis correcta tomó tiempo, al igual que la participación constante de un psiquiatra y otros especialistas en salud mental.

Por supuesto, durante este tiempo de mejora lenta y gradual, la vida en casa debía continuar.

Las familias de aquellos que sufren de depresión no pueden simplemente detener sus vidas. La crianza toma una dimensión completamente nueva cuando un hijo sufre de depresión. Las limitaciones financieras y logísticas pueden significar menos oportunidades para que los padres se relacionen con sus hijos que no están deprimidos.

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Cada vez es más difícil para los padres lidiar con los adolescentes deprimidos. Para Luiza, este fue un acto de equilibrio. Tuvo que aprender cuando relajarse y cuando ser más exigente, cuando insistir en que Isabela practicara lo que aprendió en terapia o simplemente pedirle que saliera del sótano y participara en la vida familiar.

En la actualidad, Isabela reflexiona con gratitud sobre los esfuerzos de sus padres. Recuerda una de sus primeras visitas al psiquiatra que casi no sucede porque se negó a salir del sótano. “Hicieron la cita con el psiquiatra y dije: ‘No iré’. Mi padre solo me cargó y me llevó a la oficina del psiquiatra y me quedé sentada en una esquina llorando y sin hablar”.

Fue un mal momento para Isabela, pero siguió la terapia. A veces, sus padres la obligaban a ir y así su salud mejoró. Para sus padres, cuándo insistir y cuándo dejar pasar algo era cuestión de conjeturas. Sin embargo, la única cosa que se volvió no negociable era ser sinceros con ellos mismos y sus hijos sobre lo que enfrentaban y lo que iban a enfrentar.

Los expertos recomiendan la divulgación completa con los hijos cuando uno de sus hermanos sufre de alguna enfermedad crónica, incluida la depresión. La Dra. Esther Dechant del Hospital McLean y la Escuela de Medicina de Harvard dice que no se debe fingir que todo está bien en un intento de “proteger” a los otros hijos.

“Los niños saben de manera instintiva cuando algo está mal con un hermano y tendrán muchas preguntas. No hablar al respecto solo provocará que se hagan más preguntas, lo que puede causar ansiedad y temor a medida que imaginan posibles respuestas. Hablar abiertamente sobre la depresión de su hermano… invitándoles a hacer preguntas y compartir sus sentimientos… no solo les asegurará que sus hermanos reciban ayuda, sino que también quitarán el estigma de la enfermedad”, dijo.

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Asimismo, la Dra. Dechant recomienda vigilar de cerca a los hermanos. “Todos los miembros de la familia se verán afectados de alguna manera cuando un hijo luche contra la depresión. Los hijos ‘sanos’ podrían sentirse ignorados, ansiosos o confundidos. La atención individualizada o, incluso, la terapia profesional puede ayudarlos a comprender y manejar sus sentimientos acerca de la situación”.

Finalmente, es importante que los padres se preocupen por sí mismos y, en especial, eviten culparse. Cuando el abuso y la irresponsabilidad no están en la ecuación, los padres no tienen la culpa de la enfermedad mental del hijo. El hijo nunca culpará a nadie por sufrir de depresión. A menudo, es difícil luchar contra la depresión, no sentirse culpable ni sentirse completamente abandonado.

Con frecuencia, los recursos físicos, financieros, emocionales y espirituales de una familia con un hijo que sufre de una enfermedad mental son muy escasos. Muchos padres describen la tensión relacionada con incluso los aspectos más pragmáticos de la enfermedad del hijo.

La preocupación es constante cuando un hijo tiene una enfermedad que amenaza su vida.

Como miembros de la Iglesia, debemos estar atentos a aquellos en nuestras congregaciones y comunidades que enfrentan estas demandas agotadoras. Desde obispos y presidentas de la Sociedad de Socorro hasta el quórum, la Primaria, los jóvenes y los líderes de la Escuela Dominical, así como amigos y vecinos, todos pueden preocuparse, ministrar y ayudar a las familias que luchan contra esta guerra de varios frentes.

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Isabela dice que nunca sintió que Dios la abandonó, pero se sintió muy alejada de Él. En momentos de claridad, recuerda que esperaba que el Padre Celestial supiera que se estaba esforzando. Reconoció que las respuestas usuales de la Escuela Dominical: hacer la oración, leer las escrituras, ir a la iglesia; posiblemente no la ayudaron a “recuperarse”, pero eso no significaba que ella fuera mala o hubiera pecado.

“Los Santos de los Últimos Días actuamos, arreglamos cosas y existe cierta sensación de que se supone que avancemos hacia la perfección y la piedad. Pero, la depresión simplemente te impide poder hacer muchas de las cosas que hacen los demás”, dijo.

Isabela se encuentra al otro lado de la oscuridad. Ahora, su enfermedad se encuentra bajo control. Es una mujer hermosa, compasiva y recién casada con mayor empatía por los que sufren. Pudo terminar la universidad y conseguir un buen trabajo. Su enfermedad tiene poco impacto en su vida en la actualidad. Isabela desea que las personas sepan que la depresión no te define y que sigues siendo un hijo amado de Dios incluso si, por un tiempo, no puedes sentir Su amor.  Aprendió mucho acerca de los estigmas que rodean las enfermedades mentales y por qué es tan difícil ayudar a alguien que sufre de depresión.

*Se han cambiado los nombres de los personajes de la historia.

Este artículo es un extracto del libro “Silent Souls Weeping: Depression—Sharing Stories, Finding Hope” de Jane Clayson Johnson y fue publicado en ldsliving.com con el título “”Her Soul Had Been Kidnapped from Her”: Mother and Daughter Share Honest Insights Into Teen Depression”.

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