Edward J. Fraughton, un Santo de los Últimos Días y escultor reconocido debido a su trabajo en temas del Oeste estadounidense, falleció este verano en su hogar en Utah, dejando un legado que abarca más de 60 años de creaciones artísticas.
Sus obras adornan muchos lugares en todo el país, incluidos sitios especiales para los Santos de los Últimos Días, como el Monumento del Batallón Mormón en San Diego, California.
Entre algunas de sus piezas también se encuentra la escultura “The Ancient Ones” en el Parque Nacional Mesa Verde y la obra “The cadet” en la Academia Randolph-Macon en Virginia.
En sus últimos años, Fraughton se embarcó en un proyecto final, obra que reuniría toda su pasión por el arte: una representación artística de lo que él consideraba “el día más importante en toda la historia del cristianismo”.
Durante 2 años, trabajó incansablemente en este proyecto, incluso mientras enfrentaba el desafío de la quimioterapia por un cáncer poco común.
Su dedicación fue tal que trabajaba hasta 8 horas diarias, pero se mantuvo firme en su decisión de no permitir que nadie fotografiara su obra hasta que estuviera completa.
Finalmente, su fallecimiento el 2 de junio de 2024 puso fin a su obra.
Ahora, por primera vez, su familia ha permitido que Deseret News fotografíe el modelo terminado de su última creación, con la esperanza de que algún día se amplíe y se comparta con el mundo.
Fe en medio de la pobreza y la tragedia
Fraughton creció en Park City, Utah, en una familia que vivía del día a día gracias al trabajo de su padre en Union Pacific.
A pesar de que la religión no era un tema frecuente en su hogar, desde joven sintió una profunda creencia en Dios, describiendo cómo a lo largo de su vida sintió la presencia de una “fuerza poderosa” que actuaba en su favor.
Esa fe, sin embargo, no lo eximió de las tragedias. Cuando tenía 4 años, su hermano menor, Billy, falleció en un trágico accidente de trineo, dejando a Edward devastado.
Tras meses de llorar su pérdida, decidió:
“No voy a llorar más por ti, Billy. Voy a vivir mi vida por los dos”.
El arte como su pasión
A lo largo de su vida, Fraughton sintió que el mero hecho de estar vivo era un milagro. Con una curiosidad insaciable, se dedicó a observar el mundo a través de su arte.
Desde pequeño mostró su talento, lo que fue reconocido por una maestra que, tras ver uno de sus dibujos, lo motivó a seguir adelante.
A los pocos meses, ganó el primer lugar nacional para estudiantes de cuarto grado en un concurso de arte patrocinado por Milton Bradley.
Fraughton comenzó a estudiar ingeniería en University of Utah, pero pronto se dio cuenta de que su verdadera vocación estaba en la escultura.
Aunque al principio enfrentó rechazos, incluida la negativa de la universidad a aceptar su arte por ser demasiado clásico, continuó su camino.
Finalmente, dejó su empleo estable para dedicarse al arte a tiempo completo, a pesar de las advertencias de que no podría ganarse la vida como artista.
Contra todo pronóstico, Fraughton prosperó. A los pocos años, ganó la medalla de oro en escultura en el primer espectáculo de arte del Salón de la Fama Nacional de los Vaqueros.
A lo largo de su carrera, creó más de 190 esculturas para galerías, colecciones privadas y sitios históricos, muchas de las cuales recibieron premios y reconocimiento nacional.
La última obra: El testimonio de Cristo
Durante años, Fraughton quiso crear una escultura de Cristo, pero los encargos comerciales y la necesidad de mantener a su familia lo alejaron de ese deseo.
Sin embargo, en sus últimos 2 años de vida, decidió que su último testimonio sería una representación de la resurrección de Cristo, centrada en el momento en que Jesús se aparece a María Magdalena.
En la obra, Cristo emerge del sepulcro, y María, sin reconocerlo al principio, pregunta: “¿Dónde está mi Señor?” Solo cuando Jesús la llamó por su nombre, María lo reconoció.
Fraughton incluyó un profundo simbolismo en esta obra, desde fuentes que representan la importancia del bautismo, hasta una paloma que simboliza al Espíritu Santo.
Aunque no tuvo la oportunidad de convertir el modelo en una versión de gran escala antes de su muerte, su familia espera poder realizar su sueño y mostrar esta obra al mundo.
Un arte que trasciende
El legado de Edward J. Fraughton no solo se encuentra en sus obras repartidas por todo Estados Unidos, sino también en su capacidad de captar el movimiento, la emoción y la historia en cada escultura.
Su pasión por el detalle y su búsqueda de la perfección lo llevaron a crear obras que siguen resonando con las personas hoy en día.
En cada pieza, Fraughton dejó un pedazo de su alma, testimonio de su fe, su amor por el arte y su profundo respeto por la historia y el sacrificio humano.
Fuente: Deseret News
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