El Libro de Mormón ha estado con nosotros casi 200 años.
Este nuevo testamento narra el ascenso y la caída de dos poderosas naciones con decenas de miles, potencialmente millones, de habitantes (Éter 15:2).
Es perfectamente natural esperar que existan evidencias físicas sobre estas ciudades. Sin embargo, los autores del Libro de Mormón dejaron en claro que el registro era espiritual y que abordaría asuntos históricos pero de manera superficial (1 Nefi 9:2; 2 Nefi 5:33; Jacob 1:2–3).
Minimizaron las referencias culturales para maximizar su universalidad, particularmente para las personas de los últimos días (Alma 37:14, 18–19; Mormón 3:17–22; 8:25–41).
Esto se debe a que demasiadas referencias históricas y culturales podrían haber socavado o reducido sus objetivos espirituales.
En este sentido, los autores del Libro de Mormón parecen admirablemente previsores, sin embargo, para comunicar con eficacia muchas doctrinas esclarecedoras, era necesario incorporar algo de historia y cultura.
Las evidencias que respaldan el Libro de Mormón se pueden identificar ampliamente. Este volumen de escrituras ha invitado al escrutinio de todas las ramas de la ciencia.
La arqueología en sí se puede dividir y subdividir en numerosas disciplinas, pero no podemos cubrir todas las correlaciones del Libro de Mormón en este artículo.
Aunque hay muchas evidencias físicas, el día de hoy solo veremos cinco evidencias arqueológicas del Libro de Mormón.
1. Planchas de metal
Cientos, si no miles, de ejemplos de planchas de metal (cobre, plata, bronce y oro), muchas en cajas de piedra, e incluso algunas unidas con anillos de metal, han sido desenterradas en lugares tan diversos como España, Bulgaria, Italia, Grecia, Corea, Egipto, Siria, Irán, incluso Mesoamérica.
En cuanto a Israel, no solo hemos encontrado el famoso manuscrito del Mar Muerto o rollos de Qumrán, sino también dos pequeñas planchas de plata de Jerusalén que datan de los siglos VII-VI a.C. (H. Curtis Wright, “Ancient Burials of Metal Documents in Stone Boxes”).
Finalmente, se descubrió una aleación de oro y cobre reluciente, llamada tumbaga por los españoles, que ha existido desde la época precolombina, con la misma composición descrita por el hermano de José, William, lo cual nos da un peso aproximado de las planchas entre 20 y 30 kilos (William Smith, “The Saints’ Herald”).
2. Un altar árabe llamado Nahom
Este elemento está en la mayoría de las listas de evidencias arqueológicas del Libro de Mormón y esto debido a que es muy acertado. Hay tres altares antiguos inscritos con las mismas tres consonantes semíticas del nombre del lugar, Nahom, como se menciona en 1 Nefi 16:34.
Sin importar la falta de vocales en el alfabeto hebreo (NHM) que podría alterar la pronunciación (“Ni-ham”, “Nu-him”, “Nehum”), la coincidencia sigue siendo asombrosa. Estos altares no solo se encuentran en el lugar correcto, sino que datan del periodo de tiempo correcto (S. VII – S. VI a. C.) cuando la familia de Lehi viajaba en la misma región.
Nahom mismo aparece asociado con la palabra hebrea para “estar de luto”, que era precisamente por lo que los lehitas estaban allí.
Nahom era una de las áreas fúnebres más grandes del antiguo suroeste de Arabia y cuando pasaron por ese lugar se encontraron llorando la muerte de Ismael (“Lehi and Sariah in Arabia: The Old World Setting of the Book of Mormon”).
3. El cemento
Durante el siglo I a.C., los nefitas enfrentaron un desafío complicado. La madera se había agotado y esto los obligó a depender de la construcción a base de cemento hasta convertirse en expertos en este recurso (Helamán 3:7).
Durante la época de José Smith no fue posible señalar alguna evidencia u obra de cemento de este tipo. B. H. Roberts escribió una carta en 1932 citando algunas evidencias basándose en trabajos de cemento previas a la publicación del Libro de Mormón, pero esta información fue muy incierta hasta mediados del siglo XX.
El uso de la palabra “cemento” se citó como una prueba de anacronismo en el Libro de Mormón. Sin embargo, con el tiempo, no solo se han identificado estructuras de cemento en toda Mesoamérica, sino que, como señaló el Dr. John Sorenson, “la aparición de cemento en el Libro de Mormón en el siglo I a. C. concuerda sorprendentemente con la arqueología del centro de México”.
El Dr. John W. Welch, un renombrado académico, señaló que para 1829 ningún arqueólogo podría haber sabido con qué precisión se correlacionó la fecha atribuida a esta adaptación tecnológica con los vestigios encontrados (“Mormon’s Codex: An Ancient American Book”).
4. El sello de Mulek
Las evidencias de un texto sagrado son algo extraordinario. Los artefactos que respaldan el Antiguo Testamento, por ejemplo, son raros y muy apreciados por las personas de fe en Israel y en todo el mundo.
Ahora, imagina lo que significa encontrar el pequeño emblema de arcilla usado para sellar documentos con el nombre Malkiyahu ben hamelek, o Malkiyahu, hijo de un rey, en Jerusalén en la década de 1980.
Este sello data, convenientemente, de finales del siglo VII o principios del VI a.C. Quienes han leído el Libro de Mormón conocen muy bien al pueblo que afirmó descender de Mulek, hijo del rey Sedequías (Helamán 6:10; 8:21).
El problema es que la historia no conocía a ningún “príncipe Mulek” ni mucho menos a ningún hijo del rey Sedequías que hubiera sobrevivido a la masacre de Babilonia.
Mulek es la forma hipocorística o abreviada de Malkiyahu, exactamente como hoy acortaríamos Alexander a Alex o Fernando a Nando.
Es posible que Mulek también haya sido mencionado en Jeremías 38:6 (Robert F. Smith, “New Information about Mulek, Son of the King”). Este artefacto es tan pequeño que podrías sostenerlo con un dedo, pero sus implicaciones podrían ser muy significativas.
5. La cebada
En Mosíah 7:22 leemos que los nefitas cultivaban cebada, incluso la utilizaban con fines económicos:
“Y he aquí, nosotros actualmente pagamos tributo al rey de los lamanitas, que equivale a la mitad de nuestro maíz, y de nuestra cebada, y aun de todos nuestros granos”.
La cebada aparece en el Libro de Mormón en cuatro ocasiones diferentes (Mosíah 7:22; 9:9; Alma 11:7, 15), sin embargo, previamente al año 1492 d. C., no se sabía que este grano hubiera existido, y mucho menos que se hubiera cultivado en este hemisferio.
Aquello resultó en la crítica del Libro de Mormón. No fue hasta 1983 que los arqueólogos reconocieron la existencia y el cultivo de un tipo de cebada en el Nuevo Mundo que databa al año 800 a.C. (John L. Sorenson y Robert F. Smith, “Barley in Ancient America”).
Fuente: Book of Mormon Central
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