¿Cómo seguir adelante cuando todo lo que quieres es tirar la toalla?
¿De dónde podemos sacar la fuerza para seguir adelante?
El cuerpo humano es algo curioso. Es un milagro de Dios, capaz de hacer cosas increíbles, pero que también puede fallar en cualquier momento. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando nuestra fuerza no se encuentra a la altura de nuestras circunstancias?
El versículo “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” es más que una metáfora. Significa más que fuerza espiritual. Con el poder del Espíritu Santo, también podemos ser fortalecidos físicamente.
“Sí, yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas.” -Alma 26: 12
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Cuando estaba en la secundaria, me presionaron para unirme a la banda de música, un compromiso de tiempo, esfuerzo y talento musical para el que no estaba completamente preparada.
No pude aprender a tocar el saxofón antes de que comenzara la temporada de la banda, lo que me dejó sin la oportunidad de participar completamente de la banda. La partitura en sí era demasiado difícil para una estudiante de secundaria que apenas sabía cómo sostener su instrumento.
No pude aprender las piezas antes del final de la temporada, lo que significaba que la mayoría de las veces ignoraba mi saxofón por completo mientras intentaba desesperadamente no tropezarme con mis propios pies rompiendo todo lo que encontraba a mi paso.
Desafortunadamente, todos estábamos obligados a memorizar nuestra parte y demostrar lo aprendido con regularidad, lo que significaba que siempre descubrían mi falta de destreza.
Afortunadamente, la persona a cargo de corroborar lo que aprendía era mi hermano mayor, quien supuestamente era responsable de enseñarme a tocar en primer lugar.
Su comprensión de mis incapacidades, y tal vez la culpa de haberme obligado a entrar a la banda, nos llevó a tener algunas, llamémosle, sesiones más flexibles.
“Esta es, entonces, la virtud potencial de la debilidad: si nos motiva a recurrir al Señor y a buscar Su ayuda con fe y la determinación de hacer Su voluntad, seremos sostenidos y fortalecidos por Aquel que tiene todo poder sobre el cielo y la tierra.” -Élder Marcus B. Nash
Tan difícil como fue “tocar” el saxofón, aún más difícil de ocultar fue mi incapacidad para seguir el ritmo del resto de la banda mientras marchaban.
Como una joven de quince años, asmática, con una afección cardíaca no diagnosticada, tratar de seguirle el paso a los chicos más grandes fue, en el mejor de los casos, problemático y, en el peor, catastrófico.
Me cansaba rápidamente y pasaba más tiempo sentada que participando de la banda. Cuando marchaba, tenía que moverme rápido o arriesgarme a ser golpeada por alguien que tocaba la tuba, cuyo instrumento era más grande que todo mi cuerpo.
Como una joven razonablemente inteligente, capaz de reconocer patrones rudimentarios, aprenderme los pasos no fue una dificultad. El problema surgió al intentar forzar mi cuerpo a las horas bajo el calor intenso.
No fue fácil. En el transcurso de la temporada, me desmayé una vez en medio de un ensayo, vomité una vez por el esfuerzo y sufrí hemorragias nasales regulares debido al calor y al esfuerzo.
El director y sus asistentes estaban perpetuamente cansados de mis fracasos, sin embargo salí de cada situación porque mi hermano era el “favorito” de la banda.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que no había manera de que pudiera haber sobrevivido a la infernal semana de tortura, tan inocentemente titulada “campamento de bandas”, por mi cuenta.
A lo largo de esas horas interminables en el campo bajo el sol, sintiendo el calor tostarme lentamente, me sorprende que siempre pudiera continuar a pesar de que mis piernas temblaban como gelatina en un terremoto.
No hay forma de que mi delgado cuerpo por sí solo haya tenido la energía para seguir marchando. Si hubiera estado sola en ese campo, hubiera fallado miserablemente y hubiera renunciado a la banda o caído muerta, dejando que el resto de la banda marchara sobre mi cadáver.
Pero no estaba sola. Cada vez que pensaba: “ya no puedo seguir”, encontraba una nueva reserva de fuerza que me mantenía en movimiento.
Esta fuerza ciertamente no venía de mis piernas delgadas. Era un bonus extra de energía, entregada directamente por el Espíritu Santo. Pude correr y no cansarme, caminar y no desmayarme, tal como se promete en DyC 89.
Cuando mi alarma me llevó a despertarme involuntariamente antes de las 6:00 de la mañana, todavía adolorida por la práctica del día anterior y sintiendo que no podría seguir y hacer todo de nuevo, la voz más suave que haya escuchado me susurró: “Puedes hacerlo. Todo va a estar bien. Puedes con esto”.
Formar parte de la banda de música fue el desafío físico más difícil de mi vida. Pero finalmente, me enseñó una valiosa lección sobre escuchar al Espíritu Santo.
Fuente: thirdhour.org