Una de las reuniones más trascendentales en la historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se llevó a cabo en Nauvoo, Illinois, el 8 de agosto de 1844.
El profeta José Smith y su hermano Hyrum habían sido asesinados casi un mes y medio antes. La Iglesia estaba en crisis. Su profeta y fundador había fallecido. Los Santos de los Últimos Días afligidos no estaban seguros de lo que iba a suceder.
Nunca antes habían experimentado la muerte de un presidente de la Iglesia. No había un precedente para un proceso de sucesión. Probablemente algunos pensaban que nunca sería necesario.
La necesidad de un nuevo líder
Sidney Rigdon, el único consejero de la Primera Presidencia que quedaba, acababa de regresar a Nauvoo desde Pittsburgh, donde había estado viviendo.
Había sido un líder principal de la Iglesia durante muchos años, incluso recibió la revelación de febrero de 1832 sobre los tres grados de gloria (Doctrina y Convenios 76) con José Smith, la posición de Sidney en la Presidencia ciertamente lo convertía en un candidato plausible para suceder al profeta José.
Sin embargo, la situación era complicada. La relación de Sidney con José se había vuelto algo tensa. De hecho, en 1843, el profeta había expresado abiertamente su intención de relevarlo de la Primera Presidencia.
No obstante, en la conferencia general de la Iglesia en octubre de ese año, el presidente Rigdon pidió permanecer en su llamamiento y, contrariamente a los deseos expresos de José, la congregación aceptó que se quedara.
Después de la votación, José les dijo:
“Lo he sacado de mis hombros y ustedes lo han vuelto a colocar sobre mí. Pueden cargar con él, pero yo no lo haré”.
Y ahora, con el profeta ausente, Sidney había regresado para reclamar su derecho a ser el “guardián” o “protector” de la Iglesia.
Mientras tanto, bajo la dirección de su presidente, Brigham Young, los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles también acababan de regresar a Nauvoo de varias misiones.
Mantenían su llamamiento y responsabilidad, como fieles seguidores de José Smith y en virtud de las llaves de autoridad que habían recibido de él, de dirigir a los Santos que había dejado atrás.
Dos discursos
Sidney Rigdon se levantó primero para dirigirse a los presentes en ese caluroso y húmedo día de verano. Un predicador experimentado y quizás el mejor y más refinado orador de la Iglesia, Sidney discursó extensamente.
Luego le siguió Brigham Young, el ex carpintero y vidriero de Vermont que había llegado al liderazgo de los Doce y, en esa capacidad, había dirigido la salida de los Santos de Misuri a Illinois y presidido la exitosa misión apostólica en Inglaterra.
Brigham no discursó para tomar la presidencia de la Iglesia para sí mismo (una nueva Primera Presidencia no se organizaría hasta finales de 1847, en Winter Quarters, Nebraska) sino en nombre de los Doce.
Brigham expresó:
“Por primera vez en mi vida, por primera vez en sus vidas, por primera vez en el Reino de Dios en el siglo XIX, sin un profeta a la cabeza, doy un paso adelante para actuar en mi llamamiento en conexión con el Cuórum de los Doce, como apóstoles de Jesucristo para esta generación, apóstoles que Dios ha llamado por revelación a través del profeta José, quienes están ordenados y ungidos para llevar las llaves del reino de Dios a todo el mundo”.
Y al final de la reunión, la decisión de los Santos fue inequívocamente clara. Brigham Young y los Doce habían prevalecido.
¿Qué sucedió?
Años después, muchos Santos de los Últimos Días afirmaron que Brigham Young se transformó ante ellos en algún momento durante su discurso aquel día de agosto.
Algunos informaron haber escuchado claramente no su voz, sino la del profeta José. Otros declararon que Brigham Young incluso había adoptado la apariencia de José Smith.
Muchos dijeron más tarde que, por lo que habían escuchado y visto, se les disipó cualquier duda sobre quién debería dirigir la Iglesia. Y es un hecho histórico que Sidney Rigdon disipó ese día la intención de tomar el liderazgo, al menos por un tiempo.
La falta de evidencia
Desafortunadamente, si bien abundan los relatos posteriores, aún no se han encontrado registros contemporáneos de lo que se ha llamado “la transfiguración de Brigham Young”, cuando “el manto de profeta” cayó sobre el hermano Brigham.
Esta falta de evidencia es una preocupación para los historiadores, que prefieren trabajar con fuentes primarias escritas lo más cerca posible del evento que están estudiando.
Por lo tanto, ha sido fácil para algunos calificar la historia como un “mito”, una leyenda que creció con el tiempo.
Un argumento en contra: “La creación de un mito”
Richard S. Van Wagoner publicó el argumento más serio en contra de la realidad de la “historia del manto” en la edición de invierno de 1995 de “Dialogue: A Journal of Mormon Thought”, bajo el título “La creación de un mito mormón: La transfiguración de Brigham Young de 1844” (“The Making of a Mormon Myth: The 1844 Transfiguration of Brigham Young”).
En la mente de muchos que lo leyeron, el artículo de Van Wagoner pareció mostrar que no había ocurrido nada notable en aquella reunión de agosto de 1844.
Van Wagoner escribió:
“En lo profundo de la psiquis mormona, hay una atracción por la postura y la arrogancia proféticas”.
De hecho, dijo que la historia de la transfiguración de Brigham había sido generada por una “fábrica de propaganda apostólica” que se basaba en la astucia estratégica, la inteligencia, la ambición, la “destreza política” y la “vitalidad física” de Brigham Young, con los cuales había opacado al debilitado Sidney.
Pero Van Wagoner sabía que su argumento tenía una debilidad significativa:
“El dilema principal con los relatos retrospectivos de la transfiguración es la razón por la que tantas personas honorables y piadosas recordaron haber experimentado algo que probablemente no experimentaron”.
Su solución propuesta era la “teoría del contagio”. A medida que la historia se difundía, las personas de alguna manera llegaron a creer que habían visto y oído algo que en realidad no vieron ni escucharon.
Sin embargo, el problema de Van Wagoner era más grande de lo que se había imaginado. Él podía poner en duda un puñado de recuerdos, pero resultó que había muchos más de los que él aparentemente conocía.
El mejor análisis disponible actualmente sobre el tema es el de Lynne Watkins Jorgensen, titulado “El manto del profeta José pasa al hermano Brigham: 129 testimonios de un suceso espiritual colectivo”, en la segunda edición revisada de 2017 de John W. Welch, ed., “Abriendo los cielos: Relatos de manifestaciones divinas, 1820-1844”.
Como lo indica el título, el artículo de Jorgensen reúne un total de 129 relatos, extraídos de una multitud variada de testigos y fuentes que dan testimonio de lo que vieron y escucharon. También responde de manera efectiva a los argumentos específicos de Van Wagoner.
Además, no podemos presumir que la investigación moderna haya encontrado todos los relatos que alguna vez se dieron.
Es muy probable que otras narraciones de este tipo hayan existido, pero que se hayan perdido, y que otros testigos hayan compartido oralmente su experiencia, pero que nunca se hayan registrado.
También es probable que los historiadores sigan recuperando testimonios adicionales del suceso. Por ejemplo, desde su publicación inicial en 1996, el propio artículo de Lynne Jorgensen ha ampliado sustancialmente su colección de relatos.
Un relato adicional
Recientemente me encontré por casualidad con un relato sobre la “transfiguración” que, hasta donde yo sé, no estaba incluido en el artículo de Jorgensen.
Lo encontré mientras leía el libro de Vickie Cleverley Speek de 2006, “God Has Made Us a Kingdom: James Strang and the Midwest Mormons”.
En 1855, William Hickenlooper le escribió una carta a su hija y yerno, quienes habían elegido seguir a James Jesse Strang en lugar de los Doce. En ella, le explicó su decisión de seguir a Brigham Young y trató de convencerlos de que dejaran a Strang. Él escribió:
“La primera evidencia que recibí de que Brigham era el verdadero sucesor de José fue el día en que Sidney presentó su derecho a la presidencia. El semblante de Brigham, su voz, sus gestos y todo representaban de una manera tan impactante al profeta martirizado que nunca lo olvidaré. El espíritu del Señor me convenció de que el manto de José había caído sobre Brigham”.
En el lugar y momento correcto
A mi opinión, la evidencia disponible nos convence de que la historia de la transfiguración de Brigham se contaba desde el inicio, por lo que es difícil imaginar que tantos testimonios durante todo ese tiempo y de áreas tan remotas surgieran de la nada (o como “contagio”) para engañar.
Algo extraordinario parece haber sucedido en esa reunión de agosto de 1844.
Lynne Watkins Jorgensen compartió que algunas personas parecen haber presenciado tal transformación en otras fechas y lugares, y que no necesariamente afirmaban haber estado o haberla experimentado en Nauvoo ese día.
En apoyo parcial de su declaración, comparto la historia de Wayne Borrowman, “John and Agnes Borrowman: A Story of the West” que creo relevante (Las Vegas, sin editorial, sin fecha).
Aunque no describe una “transfiguración”, habla de un aparente confirmación milagrosa del derecho de Brigham Young a suceder al profeta José que ocurrió en un lugar apartado de Nauvoo y en una fecha que no era el 8 de agosto.
John Borrowman (1816-1898) nació en Escocia, pero llegó a Canadá cuando tenía 4 años. Se convirtió a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1840 y su padre lo desheredó rápidamente, prohibiendo incluso mencionar su nombre desde de entonces.
Un día del verano de 1844, viajaba a pie por las praderas de Canadá con su compañero de la misión, James Pollack Park.
“Los dos compañeros conversaban entre ellos y se preguntaban si Brigham Young era realmente el hombre adecuado para el liderazgo [de la Iglesia], cuando de repente observaron que un extraño caminaba con ellos.
Comenzó a hablarles y dijo: ‘Ustedes se preguntaban por Brigham Young. Quiero decirles que él es el hombre correcto en el lugar correcto’.
Le preguntaron de dónde venía, puesto que no lo habían visto llegar. Él respondió: ‘No me vieron venir y no me verán irme’.
John Borrowman decidió que sin duda lo vería irse cuando lo hiciera, así que lo mantuvo bajo vigilancia. Llegaron a un arroyo y John miró hacia abajo para ver por dónde pisar. En el instante en que apartó los ojos del extraño, el hombre desapareció”.
Más adelante, el libro relata, los élderes Borrowman y Park pensaron que este personaje debía haber sido Juan el Revelador.
Sin embargo, sea cual sea la identidad del extraño, la historia parece fortalecer la idea de que efectivamente se estaban dando confirmaciones milagrosas a miembros de la Iglesia que se sentían confundidos: Brigham Young y los Doce eran ahora los líderes elegidos por el Señor.
Fuente: Meridian Magazine