El Elder Craig Zwick comparte lo que aprendió con el Elder Ballard en una actividad de servicio cuando era un hombre joven en la Iglesia.
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Un día en el jardín
Justo cuando el sol salía con fuerza en la mañana de primavera de 1963, me dirigí al centro de estaca para reunirme con el consejero del quórum del sacerdocio de hombres jóvenes. Era sábado y, oh, cuánto anhelaba estar en cualquier lugar y no quitar malezas en la Iglesia. Era casi un niño normal de 16 años, totalmente centrado en mí mismo e involucrado en innumerables actividades.
La noche anterior, mi consejero me llamó a casa y me pidió que participara en una actividad de servicio. Lo describió como “una gran oportunidad de trabajar juntos para mejorar el aspecto de los jardines de la Iglesia”. Había hecho grandes planes para pasar el rato con mis amigos, pero cuando él dijo: “Craig, ¿puedo contar contigo?” Sentí que no quería decepcionarlo.
A la mañana siguiente, me pregunté en qué habría estado pensando, pasar el sábado quitando maleza de un jardín era como cuidar a mi hermanito, con la excepción que al menos yo amaba a mi hermanito.
Para que realmente aprecien esta historia, necesito contarles sobre mi consejero de quórum del sacerdocio. Él y su familia se habían mudado recientemente a nuestro barrio. Él era joven y dinámico, amaba a los jóvenes y era un modelo espiritual a seguir. Su nombre era M. Russell Ballard.
Pasarían años antes de que fuera sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, pero aún en ese entonces él era impresionante y vivió cerca del Espíritu. Era un motivador muy bueno para los hombres jóvenes y nos entendía a todos muy bien. Sabía cómo involucrarnos en cosas que realmente importaban.
Vivir el Evangelio
Entonces, esa mañana, llegué a las 7:00 a.m. para encontrar al hermano Ballard con sus pantalones de trabajo y su gorra de béisbol. Él estaba solo. Nuestro barrio tenía 17 hombres jóvenes del sacerdocio, y no podía creer que fuera el único en aparecer.
Inicialmente, trabajamos codo con codo sin decir mucho. Debo admitir que el hermano Ballard sabía que no me sentía muy bien, así que él fue paciente conmigo, sin embargo no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a hacerme preguntas. Hablamos sobre mi familia, mis amigos y la escuela. Mientras hablábamos, el agotador trabajo de quitar la maleza pasó a ser secundario en mi mente; el hermano Ballard cambió la conversación a educación, carrera, misión e incluso la importancia de elegir vivir los principios del Evangelio.
Pasó el día, y lo más asombroso para mí fue que nos habíamos divertido. Además, ¡ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos quitado la maleza y arreglado el jardín de todo el edificio!
El único
Casi cinco décadas después, las imágenes de ese día todavía están frescas en mi memoria. Recuerdo cómo el Elder Ballard me hizo sentir, recuerdo algunos de los consejos que me dio, la sonrisa en su rostro y los genuinos cumplidos que me brindó cuando completamos nuestra obra y nos dirigimos a casa.
Pasarían años antes de que pudiera apreciar el verdadero impacto de esa experiencia. Recientemente, el Elder Ballard y yo estábamos reflexionando sobre nuestras experiencias en el barrio 13 de Monument Park.
Le pregunté si recordaba el largo día que pasamos quitando la maleza de los jardines de la Iglesia y, en lo que sé que era una voz de molestia, le dije: “¿Puede creer que fui el único de nuestros 17 hombres jóvenes que fue a quitar la maleza ese día?” También le dije que sentía que los otros jóvenes se habían perdido una gran oportunidad de aprender de él.
Me miró directamente a los ojos y con una sonrisa en su rostro dijo: “Craig, fuiste el único al que invité.”
Ni en mis sueños más locos, podría haber imaginado que él me había elegido para pasar un día entero juntos, conmigo. Pensé en su propia familia, esperando en casa sin su papá; pensé en el amor que había sentido por él y en el sabio consejo que me dio. Cuando contemplé sus palabras y el impacto de ese evento, volví a recordar la importancia de ser “el único”. Lo que hizo por mí ese día afectó profundamente mi vida.
Uno a uno
Esta historia enseña muchas lecciones, pero lo más importante que obtuve es lo siguiente: El momento uno a uno pasado con padres cariñosos, con tu cónyuge o un líder adulto puede ser verdaderamente productivo. Momentos como estos no tienen precio, y cuando estén disponibles, la oportunidad no debe desperdiciarse. Para que sean significantes, estos momentos no necesitan estar llenos de actividades espectaculares. A menudo es una conversación tranquila en la que se muestra un interés genuino lo que crea el poderoso efecto.
El Salvador demostró su amor por los nefitas a través de este tipo de interacción uno a uno, cuando “tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.” (3 Nefi 17:21). Su suave y gentil toque y tiernas palabras de oración en nombre de cada niño, sin duda, hablan mucho sobre Su amor y comprensión empática sobre la personalidad, experiencias y desafíos únicos de cada uno de ellos.
Fue un momento importante en mi vida, un momento en que un joven puede inclinarse hacia el Señor o alejarse de Él. El Elder Ballard fue un verdadero pastor que cuidó de su rebaño. Su amor y buen consejo reforzó mi deseo de hacer lo correcto, por eso siempre estaré agradecido con mi consejero y amigo eterno, el Elder M. Russell Ballard.
Este artículo fue escrito originalmente por el Elder W. Craig Zwick y es un extracto de “Make your story” y fue publicado por ldsliving.com bajo el título de “The Unforgettable Lesson a 16-Year-Old Learned After Spending the Day Weeding with President Ballard”